ALFREDO JAAR ARTISTA "La gente ha perdido la capacidad de conmoverse"
La obra de Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 1956) está marcada por el compromiso con la historia, por la reflexión sobre el distanciamiento entre el Tercer Mundo y los países desarrollados. En 1994 viajó a Ruanda y plasmó el horror del genocidio en más de 3.000 fotografías. Sin embargo, Jaar, escéptico sobre el poder de la imagen, prefiere sugerir a mostrar la crudeza de este triste episodio de la historia, denunciar la pasividad internacional a deslumbrar con la fuerza expresiva de las instantáneas. Así lo demuestra en la exposición Hágase la luz, que se inaugura hoy en el centro Koldo Mitxelena, de San Sebastián. Pregunta. ¿Por qué escogió Ruanda como temática de su actividad artística? Respuesta. Soy un fanático de la información, me interesa mucho cómo es transmitida: los puntos de vista, la ideología. Y cuando empezó lo de Ruanda, como es un pobre país que carece de interés estratégico, hablaban de miles de muertos, y trataban de disfrazar el genocidio como guerra étnica. Llegó un punto en que decidí ir porque ya no aguanté más. Me dije: es el tercer genocidio de nuestro siglo y el mundo no hace nada. P. Resulta paradójico que después de volver de Ruanda con tantas imágenes se vean ahora tan pocas, y además tan poco crudas. ¿Comprobó que no transmitían fielmente la realidad? R. Hay un desfase tan grande entre la realidad y lo que uno quiere decir... Pensé que las fotografías no transmitían lo que yo quería y terminé utilizandolas, sin mostrarlas. Hay más de un millón en esta exposición, pero sólo se ven los ojos de un niño, los de una mujer, el rostro de una anciana, tres paisajes, y dos niños abrazándose. Estoy con la ilusión de que el poder de sugerencia del propio espectador sea más fuerte que las imágenes que yo le pueda enseñar. La muestra es una metáfora que sugiere esa cantidad de imágenes que nos rodean pero que nadie ve. P. ¿La imagen ha perdido la capacidad de conmover? R. La gente ha perdido totalmente la capacidad de conmoverse. Por eso hay que buscar nuevas estrategias. En el fondo, esta exposición es un ejercicio de representación, para tratar de recuperar el respeto por las imágenes. El desafío es lograr que en este mundo, en el que estamos expuestos a un huracán de imágenes, una de dolor signifique. Por eso coloco tantas fotografías dentro de cajas y el espectador sólo puede leer su descripción. P. También vivimos inmersos en un bombardeo de información y, sin embargo, apoya su muestra en textos, y proyecta diapositivas que narran sólo con palabras este genocidio. R. Paso por un periodo muy pesimista con respecto a la imagen, tengo muchas dudas en cuanto a su efectividad en la sociedad de hoy y me he refugiado en la reflexión, en el texto y en la poesía. En el fondo esta es una instalación muy poética, son espacios blancos, desolados, vacíos, hay muy pocas cosas y, sin embargo, está llenísimo. Para esta muestra he creado dos patios de reflexión. P. Si vive inmerso en este pesimismo sobre el poder de la imagen, ¿qué es lo que le invita a seguir en la profesión? R. Las reacciones del público. La audiencia ha sido extremadamente generosa al recibir mi trabajo: se emociona muchísimo, incluso hay gente que sale llorando de la muestra. Tocas a algunas personas en el silencio y la oscuridad. Este proyecto, en el que invertí cuatro años, me ha deprimido muchísimo. Pero esta retrospectiva es la última. Me voy a ofrecer un año de descanso, de reflexión para meditar a dónde va el mundo, el arte, o qué hacer después de un genocidio.
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