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Escocia y Marruecos se condenan

Los africanos golearon pero Noruega elimina a ambos

Carlos Arribas

Escocia la brava, la simpática, la querida, fue Escocia la tímida, la desmayada, la pusilánime. Cuando más cerca estaba de lograr el nunca conseguido pase a la segunda fase, la Escocia indomable que había hecho sufrir a Brasil, que había empatado a su pesar contra Noruega, se convirtió en una caricatura de sus virtudes. Fue la Escocia desdentada a secas. Y perdió. Y perdió también porque el Marruecos brasileiro, ingenuo y osado que había empatado desgraciadamente con Noruega, que había sido goleado tranquilamente por Brasil, fue el Marruecos calculador, cobarde y pragmático. Jugó dos balones largos, ganó dos veces la espalda a una defensa muerta de nervios, metió dos goles y siguió dedicándose a matar el partido. Creyó haber llegado así a octavos, y en octavos estuvo hasta el minuto 85, en que Noruega derrotó a Brasil.En los anteriores partidos Escocia había sabido como pocos achicar el campo, convertir el terreno de juego en 40 metros en los que sus pequeños diablos (Jackson, Collins, Burley, Dailly) supieron manejarse, compactarse y avasallar con su gran corazón. Ayer, desarreglados, el campo les midió el doble o el triple. Sobre todo en el primer tiempo. El miedo a perder lo que aún no había conseguido le condenó a perderlo todo. Con Jackson sancionado, Collins se encontró sin nadie a quien guiñarle el ojo; la voluntad de hacerlo todo del goleador Burley (teñido de agua oxigenado para la ocasión) sólo le condujo a la expulsión y a unos cuantos tiros desafortunados; Dailly, el que revolucionó la banda izquierda ante Noruega, estuvo más pendiente de cerrar su temor a Hadji, el Maradona del Atlas, que de desbordar a Saber. Los delanteros, Gallacher y Durie, se bajaron a subir balones, se liaron y se perdieron. Y atrás, muy lejos, Boyd, Hendry y Weir, los centrales, empezaron a ver llegar balones largos, aviesos, a sus espaldas. Por el lado de Weir llegaron los dos primeros goles. El primero se lo cruzó Bassir con la izquierda a Leighton, el abuelo portero con vaselina en las cejas. El otro se lo pasó por encima Hadda Camacho, el ídolo de la Liga local. Desplegaron los escoceses un voluntarismo digno de mejor premio, pero olvidaron la audacia que les había llevado al estado de concebir esperanzas.

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Marruecos fue un equipo europeo, más bien español. Sólo pasó peligro cuando a su propio portero, Benzekri, le dio por cantar en las salidas por alto.

El resto de Marruecos fue la habilidad de Hadji para aguantar y soltar la pelota, los balones largos de Chippo y Tahar, y la presencia aislada de Hadda y Bassir delante. Fue su peor partido y su única victoria. Inútil. Y en el segundo tiempo, cuando, como casi siempre, Escocia había tomado unas buenas dosis de moral y audacia en el vestuario y salió dispuesta a llevarse por delante al rival, sufrió la pérdida por expulsión de Burley. Justo acababan de recibir el 2-0, justo estaban dispuestos a agarrar la bandera de la rebeldía cuando se quedaron también en inferioridad numérica. Siguieron luchando. Pero siguieron perdiendo. Como perdió finalmente Marruecos: su tercer gol, una virguería de Bassir sobre McNamara incluido, produjo una explosión de alegría que duró tres minutos, el tiempo que tardó Noruega en marcar.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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