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Tribuna:TRABAJO INFANTIL
Tribuna
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¡Explotación, no! ¡Educación, sí!

Esta fórmula lapidaria y sin embargo llena de sentido es el eslogan que puede leerse en las pancartas de los participantes a la «marcha de los niños». También podría serlo de la Unión Europea en su lucha contra las prácticas intolerables y degradantes del trabajo de los niños y del trabajo forzoso. Justamente este 25 de mayo la Unión Europea ha aprobado una nueva política encaminada, a través de nuevas concesiones comerciales, a promover y ayudar los países en vías de desarrollo que se comprometan a erradicar aquellas prácticas y a respetar un conjunto de normas sociales universalmente reconocidas.Del 17 de enero al 30 de mayo una marcha mundial contra el trabajo de los niños habrá atravesado Asia, África, América y Europa para confluir en Ginebra a principios de junio ante la sede de la Organización Internacional del Trabajo. Esta organización internacional se dispone a debatir en su próxima asamblea general de un proyecto de convención sobre la erradicación de las formas más intolerables del trabajo de los niños.

El objetivo de esta marcha es denunciar ante la opinión las condiciones inhumanas en las que más de 250 millones de niños en el mundo trabajan diariamente. El propósito de estos caminantes es conseguir el derecho a la educación para todos los niños sin excepción. Se trata de un derecho elemental: poder ir a la escuela, aprender a leer y escribir y prepararse para una vida mejor. Según la Unicef más del 20% de los niños en edad de escolarización no pueden acceder a ella. En el caso de ciertos países del sur de Asia se llega al 34% y en el África subsahariana hasta el 50%.

La pobreza y el subdesarrollo son las causas principales de esta situación que impide a los países en vías de desarrollo disponer de sistemas de enseñanza accesibles a todos y que además les conmina a explotar al máximo posible unas de sus ventajas competitivas: el bajísimo coste de la mano de obra no cualificada.

¿Qué respuesta dan a este fenómeno los países industrializados y las organizaciones internacionales? En primer lugar, hay que reconocer que la globalización de la economía ofrece nuevas oportunidades para los que tienen la fuerza y los medios para aprovecharse de ella, pero que también puede ser una amenaza para los más débiles, sean éstos Estados o individuos. En segundo lugar, hay que actuar enérgicamente para que los derechos sociales más elementales sean respetados por todos, los Estados como los operadores económicos tanto a nivel local como multinacional. Pero actuar puede significar castigar o ayudar. Nosotros en la Comisión Europea hemos optado por la promoción, la cooperación como método de trabajo, pues sabemos que las alternativas al trabajo de los niños en las condiciones presentes son escasas.

La Unión Europea si siguiera el método de sanciones empezaría por prohibir el acceso de los productos provenientes de los países que toleran el trabajo de los niños con la esperanza de que las empresas culpables en aquellos países cerraran. Pero nada garantiza que los niños víctimas vieran su suerte mejorar. Es ilusorio pensar que si de la noche a la mañana se cerraran minas, fábricas y talleres los niños regresarían a sus casas, recibirían ropa limpia, un cuaderno y serían enviados a la escuela del pueblo. Es ilusorio pensarlo porque ni los padres tienen los medios de enviar a sus hijos a una escuela y además porque esta misma a lo mejor ni existe.

A falta de sistemas de enseñanza primaria, a falta de infraestructuras de base y de cuerpos de maestros cualificados, la alternativa al trabajo infantil es desgraciadamente muchas veces el vagabundeo, la delincuencia e incluso la prostitución y la violencia.

En este tema de las sanciones conviene recordar que la mayoría de los países en vías de desarrollo rechazan rotundamente cualquier relación entre comercio mundial y normativa social temiendo que los países ricos puedan llegar a imponer sanciones comerciales en el caso de que no respeten unas normas sociales mínimas. Rechazan este enfoque por considerarlo una tentativa de los países industrializados de establecer una forma de proteccionismo disfrazado bajo el hábito honorable de la protección social y los derechos de los trabajadores.

Es por todo ello que la Comisión Europea ha decidido orientar su acción hacia el método incitativo apoyando económica y comercialmente aquellos países que de una forma clara se han comprometido con la lucha contra el trabajo infantil. Esta política propuesta por la Comisión ha sido este 25 de mayo aprobada por el Consejo de Ministros, con lo que a partir de hoy es una realidad. Se trata de ofrecer un acceso privilegiado al mercado europeo a los países que respeten ciertos mínimos sociales y medioambientales considerados como universales. Se les ofrece una reducción de derechos de aduana a cambio de ponerse en conformidad con las reglas de la OIT relativas a la edad mínima para el empleo, a la libertad sindical y a la negociación colectiva. Se añaden a estos mínimos las directivas de la Organización Internacional de Bosques Tropicales puesto que un desarrollo durable y armonioso no puede concebirse sin un respeto mínimo al medio ambiente.

Paralelamente, y con el fin de crear una verdadera alternativa estructrual al trabajo de los niños, además de las concesiones comerciales mencionadas la Comisión, junto con otras organizaciones como el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, ofrece a estos países comprometidos ayudas directas para reformar sus sistemas de educación y de salud.

En este punto, me gustaría señalar con énfasis un elemento que me parece capital porque nos interpela a todos. El trabajo de los niños no sólo incumbe a aquellos países que lo toleran, sino a todos aquellos que directa o indirectamente se benefician de ello. No hay que engañarse: es notorio que el trabajo de los niños beneficia a algunas empresas occidentales implantadas en países donde este tipo de mano de obra es ampliamente utilizado. De forma que estos niños que participan en la marcha hacia Ginebra también se dirigen a cada uno de nosotros, a las instituciones europeas, a cada uno de los Estados miembros, a los operadores económicos y también a los consumidores. Esta responsabilidad compartida exige de todos nosotros un comportamiento conforme a los principios defendidos. Es reconfortante observar que ciertas empresas han tomado la iniciativa de suscribir a unos llamados «códigos de conducta» prescribiendo el respeto a una serie de reglas sobre el salario mínimo, los horarios, las condiciones de trabajo, la edad mínima, etcétera. Es el caso de algunas empresas bien conocidas como Nike, Levi's y C & A. Este tipo de iniciativas deberían ser sistematizadas y extendidas. Desde la Comisión Europea, no podemos más que apoyar y, en su caso, promover este tipo de iniciativas. Es por ello que muy pronto la Comisión presentará al Consejo de Ministros de la UE un código de conducta europeo destinado a aquellas empresas europeas que teniendo factorías en países en vías de desarrollo se comprometan a no utilizar mano de obra infantil en sus producciones. De esta forma conseguiremos quizá reducir, si no terminar, con un cierto grado de hipocresía que se ha instalado en nuestras sociedades. Hay que reconocer de una vez por todas que si bien los países en desarrollo tienen una parte de responsabilidad importante en erradicar el trabajo infantil, nosotros, instalados en nuestras confortables sociedades de consumo, también tenemos la nuestra que no es menor.

Es evidente que este fin de siglo nos confronta a contradicciones difíciles de resolver. Por un lado, gracias a los avances de las comunicaciones, el mundo es cada vez más pequeño, pero por otro, sus miserias también se nos hacen más aparentes. Las sociedades, las que somos ricas y las que son pobres, deben conjugar esfuerzos para hacer realidad el derecho elemental de que cada niño tenga su escuela. Seguiremos ahora trabajando para que, con el esfuerzo y la responsabilidad de todos, el próximo siglo pueda llegar a considerar el trabajo infantil como un fenómeno del pasado. Los participantes en la marcha de los niños sabrán cuando sean adultos que su esfuerzo de ahora no ha sido en vano.

Manuel Marín es vicepresidente de la Comisión Europea.

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