Balance del debate
BORRELL PERDIÓ en el cuerpo a cuerpo con Aznar, según la opinión, ampliamente mayoritaria, registrada por el sondeo que hoy publica este periódico. Pero de ahí a dar por liquidado el efecto Borrell, como dictaminó testigo tan neutral como el portavoz del Gobierno, media un abismo. Lo que sí ha sucedido es que, después de la euforia de las primarias, ha llegado la hora difícil de hacer oposición. Aznar sale fortalecido del debate. Ha aguantado la ofensiva de la novedad y demostrado que su alianza con los nacionalistas resiste todas las marejadas. De modo paralelo, se ha puesto en evidencia que una alianza alternativa PSOE-IU requeriría, además de un Jospin español, un Anguita más francés.Aznar, que inició el debate con su proverbial capacidad para convertir en soporífero todo lo que toca, mejoró en las réplicas y se benefició del error de Borrell de plantear el debate en el terreno de la gestión económica, que es donde cuenta con mejores avales. Por contra, Borrell renunció a hurgar en la principal contradicción del Gobierno actual: su dependencia política y psicológica respecto a los nacionalismos; sobre todo, la falta de energía de Aznar para exigir a Xabier Arzalluz y a José Antonio Ardanza una política más coherente en materia antiterrorista. No basta gritar con fuerza que no se puede estar con un pie a cada lado de la raya si luego se mantiene un pacto estable con los que a menudo incumplen ese principio.
Es cierto que lo que se examinaba en el Congreso era la gestión del Gobierno, y no las aptitudes del nuevo jefe de la oposición; pero también que lo que daba relieve al debate era, sobre todo, la novedad de la presencia de Borrell. Novedad porque en el anterior debate el jefe de la oposición era todavía Felipe González, pero también por las expectativas generadas por la revolución interna que las primarias han provocado en el PSOE y por el impacto que ese proceso ha tenido en la opinión pública. Había una lógica curiosidad por comprobar si Borrell sabría articular un discurso político capaz de recuperar a los electores pasados a la abstención o refugiados bajo otras siglas y si sería capaz de seleccionar unos cuantos temas de crítica al Gobierno que dieran un perfil más nítido al mensaje de la oposición.
Había la impresión de que, desde su salida del Gobierno, los socialistas no habían acertado a marcar diferencias claras con los nuevos gobernantes. Habían amagado en distintas direcciones, pero sin dar con algo equivalente a lo que supuso a comienzos de los años ochenta aquella mezcla de radicalismo democrático y propuesta de mayor cohesión social que por entonces ofrecía González. En éstas apareció el fenómeno Borrell. El debate era su estreno oficial, y una primera conclusión se puede extraer: el tiempo de la modorra política ha terminado. Volvemos a tener un Gobierno de derechas y una oposición de izquierdas, frente a frente.
Otra cosa distinta es que Borrell acertara a tocar las teclas adecuadas al lugar y al momento. Aunque tampoco sería razonable exigirle que en 15 días diera con el discurso que los socialistas no han encontrado en dos años. La silueta personal ofrecida por Borrell es la de un político dinámico, situado más a la izquierda que González, con un conocimiento especializado, frente al generalismo de Aznar. Demostró nervio político, pero también exceso de nerviosismo frente al intento de boicoteo vociferante escenificado desde los bancos del PP. La zafiedad de los diputados gamberros se desacreditaba sola y arruinaba los muchos esfuerzos y dineros gastados por el PP para lavar su vieja imagen y dar un perfil centrista. Pero la reiteración en la queja por parte del candidato proyectó una imagen de fragilidad: ya saben cómo sacarle de quicio.
El candidato bosquejó algunos temas de oposición en el eje derecha-izquierda, acusando al Gobierno de minar las bases de financiación de la Seguridad Social, abandonar la progresividad fiscal, fomentar las desigualdades desde la escuela y mercantilizar la sanidad. Pero cometió dos errores: creer que lo que a él más interesa es lo que más preocupa a la gente, enrocándose en cuestiones técnicas de contabilidad que requerirán mucha pedagogía por parte de los socialistas en las próximas semanas, y extremar más allá de lo creíble la idea de que el PP representa una derecha dispuesta a liquidar el Estado asistencial. Hay dos tipos de mensajes que resultan negativos: los que la gente no entiende y los que chocan excesivamente con la percepción que la mayoría tiene de la realidad. Borrell incurrió en los dos extremos.
Es sorprendente que Borrell se abstuviera de pasar revista a los costes de la relación entre el Gobierno y unos partidos nacionalistas muy gritones en simbología y doctrina, pero que acuden en auxilio del Partido Popular cada vez que éste lo necesita. Del discurso de Molins es difícil extraer algo más que una cortesía exquisita. La crítica de mayor profundidad fue la escasa voluntad inversionista del Gobierno, un argumento que Borrell había desarrollado con dureza. Como buen aliado del PP, dedicó la mayor parte de sus reproches al nuevo líder socialista. Resultó edificante ver cómo las serias discrepancias en un tema tan grave como el terrorismo se trataban con guante de seda entre Aznar y Anasagasti. Es una pena que haya tanta diferencia de tono según los escenarios y que este clima no sea posible donde debería ser imprescindible: en la Mesa de Ajuria Enea.
Por lo demás, las respuestas de Anguita a las propuestas de colaboración de Borrell tienen la debilidad de venir de quien vienen. Si antes se decía que para que el PSOE e IU puedan colaborar sobraban González y Anguita, ahora se puede decir que ya sólo queda Anguita. El lado cómico del debate lo aportaron los mimos y carantoñas de Aznar a un Anguita que acababa de presentarle como un presidente que no cumple nada de lo que promete. La obsesión de Aznar por la pinza puede ser el gran negocio del PSOE en esta legislatura. Dos debates más e Izquierda Unida queda desaguada por obra y gracia de los abrazos de Aznar a su líder.
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