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AUTOMOVILISMO GP DE ESPAÑA DE F-1

La lógica de la esquizofrenia

El Rey, los duques de Palma y el duque de Lugo visitaron los "boxes" y entraron en el mundo secreto de la F-1

Para el rey Juan Carlos, los duques de Palma y el duque de Lugo, que ayer estuvieron en el circuito de Cataluña, la fórmula 1 es un espectáculo por pasiva y por activa. La suya no es una presencia testimonial, sino que acceden a los boxes y contactan con los mejores pilotos del mundo. El Rey incluso se tomó la licencia de dar una vuelta con un coche de la organización conducido por el piloto español Pedro Martínez de la Rosa y acompañado por el dueño de la F-1, Bernie Ecclestone, y Jordi Pujol, presidente de la Generalitat, y otra vuelta menos protocolaria y más veloz con el piloto catalán.Doscientos metros más allá, frente a los boxes , el circo se abre para quienes han pagado 40.000 pesetas por acceder a la tribuna durante tres días. No están en primera fila y quedan lejos de los auténticos protagonistas, pero tienen una imagen privilegiada de la función. Les gusta el espectáculo y no tienen opción a plantearse nada más. Les encanta el olor a gasolina, las derrapadas en las curvas, la presencia de los bólidos y el ambiente de las carreras. Lo mismo les ocurre a las 65.000 personas que ayer acudieron a Montmeló.

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Pero eso es sólo la parte externa de un deporte que vive instalado en la contradicción y que se mueve en unos parámetros absolutamente incomprensibles para la mayoría de la gente. A cualquier usuario de un automovil normal le resulta incomprensible que un motor de F-1, el paradigma de la tecnología, tenga un coste de unos 26 millones de pesetas y una vida de sólo 500 kilómetros.

«Duran una carrera», afirma Claudio Berro, jefe de prensa del equipo Ferrari. «Y después se les hace una revisión a fondo, que puede costar alrededor de ocho millones de pesetas. Aquel motor sólo sirve ya para realizar pruebas y entrenamientos». El precio de las piezas y la construcción de un bólido de F-1 alcanza unos ciento cincuenta millones de pesetas. No es una cifra alarmante, pero en ella no están incluidos los departamentos de investigación, que se llevan la mayor parte del presupuesto de más de 20.000 millones de pesetas que tiene cualquier equipo puntero.

A una persona ajena a ese mundo le parece incomprensible que, con los presupuestos que se mueven, un equipo deba elegir el sábado los neumáticos que va a utilizar el domingo en la carrera. Las condiciones pueden ser absolutamente distintas, pero no hay posibilidad de cambio según las normas. Cada coche puede utilizar sólo 36 neumáticos de seco y 28 de mojado en cada Gran Premio. El coste por neumático es de unas 100.000 pesetas, por tanto no es un capítulo importante. «Pero las marcas de neumáticos realizan estudios para cada carrera y los presupuestos se dispararían aún más si tuvieran que hacerlos para los entrenamientos y para las carreras. Lo fundamental son las carreras, excepto en Montecarlo, donde la clasificación plantea casi tantos problemas como la propia carrera», prosigue Berro.

La lucha entre las marcas punteras es feroz para lograr bajar milésimas de segundo por vuelta. Y los equipos se sienten recompensados cuando, como en el caso de Ferrari este año, logran mejorar con relación a su más inmediato rival. «La pasada temporada estábamos a siete décimas de segundo de Williams y ahora le sacamos tres décimas por vuelta», dicen en Ferrari.

Su sorpresa es que este año ha cambiado el horizonte. Ahora el coche que batir es el McLaren-Mercedes y aceptan sin tapujos que están a un segundo por vuelta de ellos. Williams se ha quedado descolgado. Y en Ferrari están pendientes en cada Gran Premio de que el calor no sea excesivo y de que su primer piloto, Michael Schumacher, tenga un buen día. «Acertar en la elección de los neumáticos puede suponer mejorar medio segundo por vuelta, y el resto ya lo pone Michael», dice Berro.

La cuestión es cómo permanecer en la punta del iceberg que es la fórmula 1, cómo seguir sacando la cabeza en medio de tanta competitividad, cómo sobrevivir a todo eso. No es fácil ni siquiera para los constructores, que apuestan en este circo miles de millones. Y a una persona corriente le resulta aún más complicado entender la lógica esquizofrénica que mueve todo este tinglado.

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