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Castro se quejó a Almunia de que la Embajada de España siempre ha alentado a los disidentes

Anabel Díez

Fidel Castro se irrita cuando habla de la Embajada española en La Habana. Y su enfado se refiere tanto al presente, con el Ejecutivo de José María Aznar, como a cuando gobernaba el PSOE. El líder cubano mantiene que la sede diplomática siempre ha prestado coboración y aliento a la oposición a su régimen o, en su lenguaje, "a los grupos contrarrevolucionarios". Castro expresó esta rotunda queja el pasado lunes a la delegación socialista, encabezada por Joaquín Almunia, que visitó Cuba. Por su parte, los disidentes manifestaron al líder del PSOE y a sus acompañantes su deseo de que mantengan una interlocución fluida con el presidente cubano, ya que cortar las relaciones les perjudicaría y fortalecería al castrismo más intransigente.

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El secretario general del PSOE, Joaquín Almunia, telefoneó al ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, nada más celebrarse su entrevista con el presidente de Cuba, Fidel Castro. En los próximos días, ambos se reunirán con el propósito de tratar con detenimiento las conclusiones que la delegación socialista ha sacado tanto de su estancia en la isla como en México entre el 25 de febrero y el 5 de este mes.Matutes ya sabe que Castro no ahorró reproches hacia la embajada española. Almunia y sus compañeros -Raimon Obiols, secretario de Relaciones Intemacionales del PSOE, y Alfredo Pérez Rubalcaba, su portavoz- escucharon, en efecto, cómo sus reproches no se limitan a la conflictiva etapa desde que el PP llegó al poder, sino que los extiende a la época en que gobernaba el PSOE.

El titular de la cancillería con Felipe González como presidente era Eudaldo Mirapeix, destituido por el PP en el otoño de 1996 para nombrar a José Coderch, al que las autoridades cubanas no le otorgaron el plácet, por lo que desde entonces se halla al frente de ella un encargado de Negocios, Javier San Domingo, diplomático de carrera.

Según Castro, la embajada es sinónimo de centro de conspiración y da amparo, cobijo e ideas a los disidentes a su régimen. Para avalar su tesis esgrime un caso reciente. Una semana antes de la visita de Almunia estuvo en la isla un grupo de eurodiputados del PP, quienes reiteraron una y otra vez su deseo de entrevistarse con él. No los recibió. A los socialistas no les cabe duda de que actuó así porque se habían reunido durante tres horas en la sede diplomática española con siete representantes de grupos disidentes. Los populares sí se reunieron con ministros de Castro y mantuvieron en todo momento un tono conciliador abogando por la normalización de las relaciones.

Las censuras de Castro no impidieron que Almunia le comunicara que, precisamente una vez concluida la reunión entre ellos, su grupo también iba a encontrarse en un hotel con los mismos disidentes con los que estuvieron los eurodiputados del PP. Lo cierto es que casi no lo consiguen, ya que Castro prolongó tanto su velada que temieron tener que ir derechos desde el palacio de la Revolución al aeropuerto para volar a México. Al final, sí quedó tiempo y Almunia, Obiols y Rubalcaba se vieron con aquéllos durante 90 minutos, tras nueve horas con Castro y sin haber dormido.

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La actitud de los disidentes, según el PSOE, fue bastante pragmática y animaron a Almunia a seguir hablando con Castro, ya que una ruptura entre los partidos políticos españoles y el régimen cubano sólo les traería más problemas de los que ya tienen. En ese sentido, insistieron en un pronto restablecimiento de las relaciones, es decir, en que haya cuanto antes nuevo embajador en La Habana.

Sobre este punto, la delegación del PSOE extrajo una impresión más delicada de Castro que de su ministro de Exteriores, Roberto Robaina, quien, al contrario que su presidente, dio a entender que Cuba daría el plácet a cualquier propuesta. Castro dijo que no hay condiciones pero de inmediato insistió en su disgusto por la acogida en la cancillería a los disidentes. Dada la virulencia con que se expresó, sus interlocutores comprendieron que no le gustaría nada que el sustituto de Coderch tuviera mucho trato con ellos.

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Sobre la firma

Anabel Díez
Es informadora política y parlamentaria en EL PAÍS desde hace tres décadas, con un paso previo en Radio El País. Es premio Carandell y Josefina Carabias a la cronista parlamentaria que otorgan el Senado y el Congreso, respectivamente. Es presidenta de Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP).

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