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Y Viceversa

Soledad Gallego-Díaz

El Tratado de Amsterdam será sometido a referéndum únicamente en Irlanda y Dinamarca. En el resto de los países miembros de la Unión Europea bastará, probablemente, con la aprobación de los respectivos Parlamentos. Es una decisión juiciosa, porque la difusión del texto firmado el día 2 por los ministros de Exteriores podría poner en evidencia algo muy poco conveniente: el Tratado de Amsterdani tiene una estructura tan enrevesada que nadie ha conseguido todavía terminar de escribirlo.Los jefes de Estado, o de Gobierno de los Quince se reunieron en la capital holandesa en junio pasado para revisar el Tratado de Maastricht, de 1991. La mayoría de los analistas consideró que los resultados de la discusión habían sido bastante magros y, sobre todo, que habían introducido una enorme confusión en un texto que ya era oscuro. El galimatías era tal que los jefes de Gobierno decidieron que un grupo de expertos terminara de dar forma tanto a las modificaciones de los artículos que ya existían como a los nuevos textos y protocolos.

En los meses siguientes los expertos enloquecieron porque no había manera de que los políticos se pusieran de acuerdo sobre el sentido y traducción literal (en letras) de algunos de los acuerdos a los que, en teoría, habían llegado. El texto de partida del protocolo danés, por ejemplo, era tan incomprensible que hizo falta contratar a un jurista para que lo leyera, releyera y volviera a leer e intentara sacar algo en limpio. No era fácil si se tiene en cuenta que contenía párrafos como el siguiente: "Dinamarca permanecerá vinculada por aquellas partes del presente acervo de Schengen que está previsto tengan base jurídica, en la medida en que Dinamarca estuviera vinculada antes de la mencionada determinación por todo el acervo de Schengen, según se menciona en los párrafos primero y cuarto del apartado 1 del artículo B de este protocolo en relación con los demás signatarios de los acuerdos de Schengen. Y viceversa".

Parece casi aconsejable que se procure no someter a los ciudadanos a la tortura de lecturas semejantes. Pero también es evidente que con una falta de transparencia tan abrumadora será muy difícil que esos ciudadanos tengan idea de uno de los textos jurídicos por los que se va a regir su vida política y económica en el siglo XXI. En el fondo, será casi una bendición que empiece a circular el euro: con las monedas y billetes únicos en el bolsillo, los ciudadanos tendrán un símbolo mucho más comprensible de su pertenencia a una Europa unida.

El problema de la opacidad del Tratado de Amsterdam, anécdotas aparte, es más importante de lo que podría creerse. Refleja la incapacidad de los dirigentes europeos para transmitir un mensaje político, probablemente porque no lo han elaborado. Como analiza brillantemente Andrés Ortega en el artículo ¿Llegará Europa a ser Europa?, publicado en el último número de la revista Claves, la nueva generación de dirigentes europeos es menos europeísta, precisamente en un momento en el que la Unión Europea debe servir de mediación entre la globalización y el ciudadano. "De otro modo", escribe Ortega, "este ejercicio de integración fracasará, falto de apoyo popular".

Jacques Delors y Raymond Barre, que han hecho una aparición conjunta en la prensa francesa, confían en que el euro obligará a progresar a la Unión en el plano político y en que Francia y Alemania lanzarán al día siguiente de la entrada en vigor de la moneda única una iniciativa en este sentido. No hay nada en el Tratado de Amsterdam que permita vaticinarlo. Y nada que permita creer que los ciudadanos, confundidos y malinformados, apoyen ese camino. Nada que les haga creer, como afirman Delors y Barre, que estamos en un momento único en el que tenemos la certeza de que el destino depende de nosotros mismos. Imposible llegar a esa conclusión leyendo el Tratado. Y viceversa.

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