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Tribuna:VISTO / OÍDO
Tribuna
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La ciudad de las putas

El poder siempre tiende a un orden. Fui a poner "el poder conservador", pero es una redundancia: todo poder es conservador y derechista, dentro de sus propias opciones. Es lógico que los "partidos de orden", como se definen a sí mismos los genuinos, consideren como anárquico lo que no han hecho ellos, y es que no entienden el otro orden, que sólo es visible a quien lo comparte. Todo esto lo digo por las putas: este poder, que tiene una de sus máximas representaciones filosóficas en el alcalde de Madrid, precisamente por su sencillez intelectual, se siente obligado a quitarlas de la Casa de Campo: pero como el tiempo es feminista, como la época es de libertad, no quiere simplemente echar las, como sería su posibilidad, sino encerrarlas: está buscando un gueto, dentro del mismo bosquecillo, donde instalar unos bungalós que alquilaría para la cómo da coyunda a precios módicos y unas cafeterías o bares donde no tuvieran que sufrir el aire, la lluvia y el frío de la noche madrileña. El hecho principal es quitarlas de la vista de los niños, el gran pretexto -para todo- de nuestros días. Quitarse un enemigo de en cima es llamarle paidófilo. Dentro de unos días comparecerán en vista oral los acusados del caso Arny, de Sevilla: una burda farsa de intereses cruzados, una manera de desprestigiar a personas que son como todas las demás, y una vía para buscarles las vueltas a la homosexualidad masculina, que ahora está protegida. Supongo que si queda justicia, después de estos vaivenes, el caso será sobreseído.Tapemos, escondamos, recluyamos a las putas de la Casa de Campo. Habrá que continuar luego por otras y de otras calles. ¡Ojalá no las hubiera! Ojalá pudiera abolirse la prostitución, como pretendió la compañera Montseny, y no lo consiguió; y todas las prostituciones, todo lo que fuera sexo por dinero. Generalmente, mujeres vendidas a hombres en cada una de las manifestaciones en que se puede encontrar ese mercado en una sociedad como la nuestra: con intermediarios que van desde los rufianes hasta el Santo Oficio. No es asunto de este siglo, ni de ese pobre alcalde, que no sabe: ni siquiera del siglo que viene. Habría que hacer una revolución psicológica, cultural y social más grande que todas las conocidas hasta ahora. Y nadie está por la labor. Es un tiempo funesto para las libertades. Peor que el hitleriano: entonces, las libertades estaban enteramente en el lado contrario, y se luchaba por ellas.

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