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Un tercer polo de poder económico

Joaquín Estefanía

El presidente de Gobierno, José María Aznar, en una entrevista en Telemadrid el pasado jueves, calificó de muy positivo el acelerado proceso de privatizaciones del último año, porque ha creado dos millones de accionistas que han puesto sus ahorros a trabajar, reduciendo el déficit público. Ello es tangible, y da pie para reflexionar sobre otros aspectos de ese proceso, que habitualmente no son tan comentados y que deberían ser analizados en profundidad.En primer lugar, sobre los gestores de las privatizaciones. En casi todas, antes de ser transferidas, el Gobierno nombró un presidente ejecutivo próximo a él -en algunas de las sociedades se puede hablar con propiedad de amiguismo- que continúa al frente de las mismas una vez privatizadas. Ello se ha hecho independientemente de la valía de los anteriores gestores, que fueron sustituidos con escasas excepciones. Así, poco a poco, se ha ido constituyendo un tercer polo de poder en el capitalismo español, paralelo al que lideran los grupos industriales, de servicios y financieros del Banco Bilbao Vizcaya y del Banco Santander, cercano a las posiciones del Partido Popular. Lo más sorprendente es que este tercer polo se va conformando con la complicidad pasiva de los bancos tradicionales, que no solamente no toman la iniciativa, sino que se adecúan mansamente al paisaje. Por ejemplo, no se conoce la opinión del núcleo estable de Telefónica cuando se ha hecho pública la inversión de más de 100.000 millones de Caja de Madrid, comprando al menos el 3% del capital de la empresa.

Este modelo mixto -privatizaciones contaminadas por la política- es el que durante muchos años se ha practicado en Francia, siendo criticado con dureza por algunos de los que ahora lo protagonizan en España. Con una diferencia: en Francia, en la mayoría de los casos se puso al frente de las empresas públicas a gestores de tradición en su sector productivo, mientras que en España el ejecutivo casi siempre proviene del sector de los servicios financieros y, por lo tanto, con experiencia en el regate corto.

Una segunda peculiaridad es la compra de una empresa pública a punto de privatizarse por parte de otra. Véase el caso de Endesa: una sociedad que todavía tiene al Estado como patrón (y un presidente, Martín Villa, nombrado por él) participa en el proceso de privatización de Retevisión, otra empresa pública. Es verosímil que la cantidad de dinero que la primera pague tendrá concomitancias con la que la segunda exige, pues el patrón es parecido en ambos lados de la privatización. Otro ejemplo: Aldeasa, la empresa pública destinada a ser la primera a privatizar por el PP, ha visto como un 20% de su capital público ha sido adquirido por otra empresa pública, Tabacalera. Se supone que este extraño camino privatizador lleno de rodeos asegurará el éxito de la operación, pero no deja de ser retorcido.Hay más características que emergen: al comprar Caja de Madrid un porcentaje significativo de Telefónica, o al anunciar la misma entidad financiera su interés potencial por Argentaria, personas de idéntico clan empresarial confluyen en sus intereses: Miguel Blesa, Juan Villalonga, Francisco González, vinculados al presidente de Gobierno o al vicepresidente económico y líderes endogámicos de este tercer polo. Para evitar susceptibilidades debería existir la mayor transparencia y jugar su papel la Comisión Nacional del Mercado de Valores, que progresivamente va asumiendo rasgos reguladores del capitalismo mas civilizado, pero que en otras ocasiones permanece aún al margen.

Mencionando la transparencia: dos meses después de publicitado con trompetas y tambores el acuerdo entre Telefónica y BT para encabezar el segundo grupo mundial por ventas, se siguen sin conocer los detalles y desarrollos del mismo. ¿Hay alguna operación en marcha con Telefónica Internacional?

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