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Una astrofisica española repasa en 'Science' el misterio de las supernovas

Las explosiones de estrellas supernovas están rodeadas de misterio. En el caso de las supernovas de tipo la, el misterio es cómo unas estrellas envejecidas y bastante frías, las enanas blancas, pueden alcanzar la temperatura necesaria para estallar en las explosiones estelares más brillantes que se pueden observar en el Universo. La astrofísica española Pilar Ruiz Lapuente ha sido elegida por la revista Science para explicar (en su número de hoy) lo que se sabe sobre el misterio y el estado de la cuestión en las observaciones directas.¿De dónde sacan las supernovas de tipo la la energía en forma de calor para la explosión termonuclear? La respuesta está en que debe existir previamente un compañero de la supernova, aunque no se haya podido detectar, es decir, que se trata de sistemas binarios. "Las enanas blancas son objetos densos, de un millón de veces la densidad del Sol", comentó ayer Ruiz Lapuente. "Sabemos que estas supernovas sólo pueden explotar en sistemas binarios, pero no ha habido forma de encontrar la estrella compañera".

Las dos hipótesis existentes son: un sistema binario de dos enanas blancas que se van acercando, al girar alrededor del centro del sistema, al tiempo que una de las estrellas obtiene masa de su compañera (que resulta destruida), hasta que alcanza la temperatura para que se inicien las reacciones termonucleares. La otra es que el compañero que proporciona los elementos necesarios es una estrella menos evolucionada, más joven, cuya emisión tras la explosión de la supernova queda oscurecida por ésta y no se puede detectar. Esta profesora del Departamento de Astronomía y Astrofísica de la Universidad de Barcelona concluye: "Quizás la naturaleza ha escogido más de un camino evolutivo hacia la explosiones estelares".

El futuro se presenta atractivo para esta línea de investigación, explica Ruiz Lapuente. Observaciones con el telescopio espacial Hubble pueden permitir finalmente conocer los compañeros de las supernovas de este tipo, que no son fenómenos corrientes en nuestra galaxia. Sólo dos se han observado en los últimos 1.000 años: la Lupus, en 1006, y la Tycho, en 1572. Y además estas supernovas actualmente sirven como faros o boyas luminosas para alcanzar distancias equivalentes en el tiempo a la mitad de la edad actual del universo y estudiar su geometría, para llegar a saber si es abierto, cerrado o plano.

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