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Pronto empezamos

No bien han pasado 11 meses desde el pacto de investidura y Cataluña , en una muestra más de lo que su presidente llama una política de altura, ha hecho saber a España que tiene en sus manos el calendario electoral. ¿Cataluña o Pujol? Si el uso del lenguaje sigue por los actuales derroteros, dentro de poco nadie podrá distinguirlos. Pujol menciona pocas veces a su partido como sujeto de la política; tampoco le gusta referirse a la coalición cuya jefatura máxima ostenta; de la institución que preside ya ha hecho saber la frustración que le produce el nombre, evocador de una compañía de seguros. El sujeto de la política es la nación. Si su coalición sella un pacto de investidura, es Cataluña la que ayuda a la gobernabilidad de España; si exige la supresión de los gobernadores civiles, es Cataluña la que propone medidas de calado político.Pujol sabe bien lo que dice, desde luego. El éxito de un político nacionalista consiste en ser el símbolo de la nación y llevar su nombre pegado como la sombra al cuerpo. Cuando lo consigue, se identifica con la totalidad y alcanza la máxima aspiración de los políticos profesionales: hablar en nombre del todo; decir, por ejemplo, Cataluña propone tal cosa, aunque en realidad sea él o su partido el que la proponga. Si puede decirlo y lograr que se le tome en serio, habrá liquidado de añadidura cualquier oposición con una remota posibilidad de triunfar, pues si habla en nombre de ese todo que es Cataluña y su palabra tiene efectos inmediatos en Madrid los partidos de oposición estarán condenados de por vida a un papel subalterno.

Aunque parezca paradójico, el camino de un líder nacionalista para conquistar la representación simbólica de su nación pasa, en España, por Madrid. La política de un partido nacionalista con fuerza suficiente para dar o quitar la mayoría al Gobierno de turno consiste en exprimir todo el jugo posible de la fascinante situación de ser a la vez el hilo del que pende la espada de la disolución de las Cámaras y la tijera que puede cortarlo. Si las cosas comienzan a ir mal, o se cierne algún nubarrón por el horizonte, se pega un tirón de la intensidad deseada y se recuerda que la espada sigue ahí, en lo alto. Con eso, el hábil líder nacionalista obliga a enmudecer a las oposiciones internas y refuerza su identificación con la totalidad

¿Van mal las cosas para Cataluña? Quien no ande metido en los entresijos de la política catalana difícilmente lo percibe. Tampoco parecían ir tan mal para Pujol. Los populares le entregaron sin exigir nada a cambio la cabeza y no podrán volver a levantarla por las servidumbres de la política nacional de su partido; los socialistas siguen confusos, sin encontrar la trinchera desde la que lanzar el asalto a la fortaleza. A pesar de haber proporcionado a la política española la mayor densidad de ministros y altos cargos catalanes nunca antes concentrada en Madrid, el PSC es como un condenado por desconfiado en las elecciones catalanas; sabe que, frente a Pujol, pierde.

Contra esta fatalidad se rebeló Maragall cuando decidió que la oposición a un líder identificado con el todo no puede provenir de la parte; que el lenguaje político de Pujol exigía romper los moldes partidarios y construir una nueva mayoría capaz de erosionar la identificación Pujol/ Cataluña. Hay más Cataluña que Pujol, dice el único político que está en condiciones de inventar un nuevo lenguaje de totalidad gracias precisamente a la ambigua relación que mantiene con su propio partido. Esa iniciativa, que puso nervioso a un PSC enervado por el opio de la derrota, se ha revelado con potencial suficiente para extender el nerviosismo hasta la misma Generalitat. Por eso Pujol amenaza con la disolución y baladrona con el adreçador; quiere mostrar a su público que en Madrid Cataluña tiene la última palabra a condición de que Cataluña sea Pujol. Pronto ha comenzado la nueva sesión de la vieja película. A ver cuánto dura.

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