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La mosca zumba detrás de la oreja

Soledad Gallego-Díaz

Resulta que en esto de la unión monetaria hay mucho de psicología y de cultura. Por lo menos es lo que dicen portavoces alemanes y holandeses para explicar por qué es imposible que España e Italia entren directamente en la primera fase del euro, y para convencernos de que sería mejor ir preparando a nuestras opiniones públicas para que acepten un arreglo del tipo "sí, pero no". Es decir, presentar como un éxito que en la primavera del 98 se decida retrasar "sólo durante uno o dos años" la incorporación efectiva de la peseta y la lira.Es cuestión de psicología porque resulta que los mercados financieros pueden ponerse nerviosos si la moneda única no demuestra ser tan fuerte como el marco. Y es cuestión de cultura porque, según esos mismos portavoces, Italia y España no han demostrado históricamente un respeto suficiente por la estabilidad monetaria. Así que muchos piensan que, aunque la fecha formal para designar los países que entrarán en el euro es mayo de 1998, este mismo otoño debería ya estar claro quiénes serán los elegidos. Sobre todo porque -dice The Financial Times- "los países decepcionados deben ser rechazados de forma cariñosa".

Sorprendentemente, lo que más le gusta a los economistas no es la matemática, sino la psicología. "Dése cuenta -me comentó un día un funcionario del Bundesbank- que a la entrada de la sede del sindicato alemán del metal hay un gran mural que representa no a un trabajador metido en faena, sino a tres enormes billetes de banco: de 5, 10 y 50 marcos. Resulta impresionante". Cierto, pero a quien le impresiona menos es al canciller Helmut Kohl y al propio Bundesbank. Uno y otro se saltaron a la torera, muy razonablemente, todos los argumentos psicológicos de los mercados y decidieron que los marcos de Alemania Oriental valían tanto como los de la Federal. Y, además, lo hicieron al grito de "una Alemania unida en una Europa unida".

Cuando les interesó, Kohl y el Bundesbank impusieron su criterio político a la psicología y a la cultura de los mercados. Y Holanda, como el resto de la Europa comunitaria, se aguantó, pese a saber que eso retrasaría el relanzamiento de la economía de la Unión. Y Estados Unidos, que es un buen aliado, no aprovechó la circunstancia para enloquecer a esos mercados con un torrente de nerviosas declaraciones.

El sensato primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Junkers, dijo hace poco que esto no puede seguir así. Lo que no puede seguir es la engañosa actividad de las cancillerías alemana y holandesa, que hacen declaraciones públicas en un sentido pero aprovechan cada reunión de los ministros de Economía y Finanzas para asegurar que el euro arrancará en 1999 y, al mismo tiempo, filtrar propuestas para el retraso en la integración de los países del Sur. Son ellos, con la complicidad de los tibios franceses, quienes alientan el nerviosismo de los mercados financieros, y son ellos quienes deberían tener más cuidado al hablar de la psicología y la cultura de sus pueblos.

Porque españoles e italianos también tenemos mucha psicología, y hasta ahora, nuestros gobiernos, y la mayoría de la oposición, aseguran que quedarse fuera de la primera etapa del euro supondría una desgracia. Si eso es así -y todavía nadie ha propuesto discutirlo-, lo más lógico es suponer que nuestros gobiernos no se atreverán a mandar al Parlamento la modificación del Tratado de Maastricht mientras que no sepamos qué pasa con la moneda única y con nosotros. Si se empeñan en alimentar el nerviosismo de los mercados avivarán también el de las opiniones públicas mediterráneas, que. tienen una gran cultura europeísta, pero a las que la mosca zumba detrás de la oreja.

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