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Tribuna:
Tribuna
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Una puerta a la esperanza

Son ya muchos los años que llevo luchando en favor del reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como representante legítimo del pueblo palestino, y defendiendo además la necesidad de la creación de un Estado palestino junto al actual Estado judío de Israel. A pesar de la gran decepción que me produce el nuevo primer ministro israelí, percibo desde hace un tiempo los primeros síntomas de sensatez dentro del bloque nacionalista al que pertenece Benjamín Netanyahu.Han pasado ya 30 años desde la guerra de los Seis Días. Tuvieron que pasar desde entonces 15 años para que personas como Isaac Rabin, que en paz descanse, y Simón Peres se dieran cuenta de la obligación de dialogar con los palestinos y de reconocer su derecho a la autodeterminación. Ahora, 15 años después del cambio de rumbo tomado por Rabin y Peres, ha comenzado a filtrarse también en las filas de la derecha la necesidad de disponerse a una solución dialogada. Estos signos de apertura son aún muy débiles, y puede que sean difíciles de detectar para el lector extranjero, pero, en todo caso, no pasarán desapercibidos para el lector que analice en profundidad la realidad israelí.

Mientras tanto, hay que seguir en guardia y rechazar todo tipo de ataque en contra de la idea de un Estado palestino, como por ejemplo el último que, lanzó Netanyahu cuando especuló de la siguiente manera: "Si permitimos a los palestinos crear un Estado en los territorios de la franja occidental del Jordán, nos veremos obligados después a conceder también independencia a los árabes del Estado de Israel que habitan en Galilea y Samaria".

La lógica de esta argumentación es la lógica distorsionada de aquellos que siempre se oponen a cualquier renuncia, ya que en su mente opera el siguiente principio. "No hagas ninguna concesión incluso aunque te parezca justa, no sea que esta concesión arrastre futuras concesiones". En otras palabras, no des un trozo de pan a alguien hambriento, porque puede que se le despierte el apetito y te pida más pan; por tanto, es mejor que le dejes siempre con hambre.

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No pretendo discutir sobre el carácter absurdo y falto de ética que se esconde detrás de este razonamiento de Netanyahu. (A propósito, los ciudadanos árabes enseguida protestaron enérgicamente por las palabras del primer ministro, con las que trataba de utilizar sus ocultas aspiraciones a ser independientes para restar así razón a aquellos que, hoy en día, apoyan la creación de un Estado palestino).

En cualquier caso, quiero aprovechar las palabras poco afortunadas de Netanyahu para ilustrar un poco las complejas relaciones existentes entre la mayoría judía del Estado de Israel y la minoría árabe-palestina que vive dentro de este Estado, minoría que constituye aproximadamente el 18% del total de la población.

Si ahora se estableciese un tribunal con jueces objetivos que no tuvieran contacto directo con el conflicto árabe-israelí, y se le pidiera a este tribunal dar una nota que calificase el carácter esencial de las relaciones entre la mayoría judía y la minoría árabe-palestina en el Estado de Israel, y ello teniendo en cuenta las circunstancias especiales del sangriento conflicto árabe-israelí durante los últimos 50 años, yo creo que este tribunal otorgaría una buena calificación por la sensatez política y ciudadana que han mostrado ambos lados.

A pesar de que los dos lados, especialmente el árabe, se opondría tenazmente a la buena calificación concedida al otro lado, yo defiendo que ambas partes, tanto la judía como la árabe, han demostrado inteligencia y sentido común en sus relaciones recíprocas, sobre todo en comparación con el tipo de relación tan diferente que hay entre las mayorías y las minorías en otros lugares del mundo.

Para ejemplificar lo que digo, daré dos muestras del carácter positivo e inteligente de esta relación.

A fines de los años ochenta y principios de los noventa, durante la época de la revuelta palestina (Intifada) por la ocupación israelí, cuando incluso un grupo armado de soldados ísraelíes temía entrar en una aldea árabe en Nablus o en Yenín, podía en cambio un ciudadano israelí entrar, sin sufrir molestia alguna, hasta el centro de una aldea árabe israelí, que quizá se encontrase a tan sólo unos pocos kilómetros de la frontera con la franja occidental; y con el añadido de que los habitantes de esa aldea eran, en ocasiones, familiares de aquellos otros palestinos que se rebelaban con desesperación por la ocupación israelí de sus territorios. Los ciudadanos árabes del Estado de Israel se mantuvieron de una manera impresionante como fe les ciudadanos a Israel. Durante los cincuenta años de vida en común tan sólo algunos grupos aislados de árabes israelíes se dedicaron a acciones de espionaje en contra de Israel, y solamente unos pocos realizaron actos de terrorismo. Lo curioso es que este hecho se producía cuando a su alrededor, y puede que también en su interior, ardía la llama del odio y la oposición al Estado judío, llama que era alimentada por decenas de emisoras de radio árabes que habían llamado y seguían llamando al exterminio del Estado sionista.

Aunque los árabes israelíes ni amaban ni se identificaban con el Estado judío, y a pesar de que en su corazón sentían la discriminación real o supuesta que habían sufrido durante todos los Gobiernos de Israel, se esforzaron en no dañar ni atacar violentamente a los habitantes del Estado isarelí, y todo ello a pesar de que lo podrían haber hecho con mucha más facilidad que sus hermanos palestinos de los territorios ocupados.

La segunda muestra que da fe del tipo de relación entre los árabes israelíes y la mayoría judía es la siguiente: aunque los judíos israelíes sienten cierta desconfianza hacia la minoría árabe y saben que, sentimental e ideológicamente, esta minoría está vinculada a sus hermanos palestinos, la mayoría judía ha acordado, sin embargo, aceptarlos como ciudadanos con igualdad de derechos, sobre todo en todo lo referente a su capacidad de decidir en el Parlamento. A mí, como judío israelí, me enorgullece saber que el Tratado de Oslo 2, tratado que establece la devolución de todas las ciudades palestinas (incluida Hebrón) a la Autoridad Palestina, lo que constituye un paso importante en el reconocimiento del derecho de autodeterminación para los palestinos, fue aprobado en el Parlamento por una mayoría en la que se incluían cinco partidos árabes. Y este hecho fue aceptado democráticamente. sin protesta alguna por parte de, la mayoría de los ciudadanos judíos israelíes, que se oponían a este Tratado de Oslo. Es decir, se reconoció la participación decisiva de los árabes israelíes en la toma de decisiones vitales para el Estado de Israel y el pueblo judío.

Recuerdo que una vez le hice la siguiente pregunta a Isaac Rabin: "Hubiera creído alguna vez que la mayoría del pueblo aceptara la participación de diputados árabes en una decisión de tal calibre como era el Tratado de Oslo?". Y él me contestó: "Nunca me imaginé que esto fuera posible". Lo cierto es que fue posible, y ello no sólo muestra la madurez de la democracia israelí, sino también la naturaleza de la buena base existente en la relación entre la mayoría y la minoría en el Estado de Israel.

¿Cuáles son las razones que se esconden detrás de esta buena relación? En mi opinión, hay varias razones:

La primera es que el joven Estado de Israel concedió ya desde su fundación ciudadanía a los árabes que se quedaron dentro de sus fronteras, y ello a pesar de que, poco tiempo atrás, estos árabes habían sido enemigos en una guerra que había reunido al mundo árabe en contra del establecimiento del Estado de Israel. Por tanto, es encomiable la decisión que tomó en- su día el primer ministro David Ben Gurión de otorgar ciudadanía a la población árabe.

No obstante, en todo lo que respecta al Ejército, los árabes israelíes, hasta por lo menos los años sesenta, estuvieron bajo un estricto control que limitaba sus derechos civiles. Pero exceptuando su situación en el campo militar, los árabes disfrutaban de todos los derechos civiles propios en toda democracia, lo que constituía además para ellos una experiencia nueva, ya que en el mundo árabe no había habido una verdadera democracia.

La segunda razón es que los judíos nunca intentaron imponer su identidad cultural, nacional o religiosa a la minoría árabe, no sólo por respeto a otra identidad diferente, sino también por la reserva que manifiestan los judíos a convertir al judaísmo. Esta reserva hace que sea un pueblo no proselitista, debido en gran parte a la especial combinación de nación y religión que está presente en la base de la identidad judía, y que coloca al candidato a la conversión ante la necesidad de cambiar tanto su religión como su nación. Dada la complejidad inherente a la conversión al judaísmo, por su implicación en el terreno de la identidad nacional y no sólo de la religiosa, los judíos son bastante cautos a la hora de convertir al judaísmo. En cualquier caso, el mantenimiento de la autonomía religiosa y cultural de los árabes israelíes y la concesión de derechos civiles suavizó el enfrentamiento y la oposición al Estado judío.

La tercera razón está relacionada con la capacidad de los árabes de mantener su estatus demográfico durante los 50 años de existencia del Estado de - Israel. Cuando se fundó el Estado judío los árabes constituían una sexta parte del total de la población (120.000 entre 720.000). Aunque las olas sucesivas de emigración judía a Israel aumentaron seis veces su población inicial, los árabes lograron a través de un crecimiento natural conservar su estatus demográfico; de modo que, a pesar de su oposición al sionismo, no pueden argumentar que el sionismo alteró en algo su nivel de población.

El carácter sionista del Estado de Israel, es decir, el hecho de no ser sólo un Estado independiente sino también el Estado del pueblo judío (de ahí, la Ley de Retomo), supuso siempre un gran estorbo para los árabes israelíes. No obstante, el sionismo es la base moral del Estado de Israel. Cuando las Naciones Unidas decidieron en 1947 crear un Estado judío en Palestina, no se pretendía resolver sólo el problema de los judíos que vivían aquí, sino también el problema del pueblo judío en general. Por esta misma razón, cuando se cree un Estado palestino, como todos esperamos, en los territorios de la franja occidental del Jordán y en la franja de Gaza, se establecerá una Ley de Retomo que permitirá a todos los refugiados palestinos, que viven ahora fuera de Palestina, volver a esta tierra.

Sin duda, la creación de un Estado palestino es la puerta para la integración de los árabes israelíes en el proceso de paz. Se trata de una minoría nacional reconocida, que convive con una mayoría judía en un Estado democrático, y que goza de autonomía cultural y religiosa pero no territorial, ya que vive dispersa por todo el Estado de Israel. Si sus miembros deciden vivir en Palestina, solamente tendrán que hacer las maletas y desplazarse unos pocos kilómetros para llegar al Estado vecino de Palestina. Pero si ellos prefieren quedarse en el Estado judío, podrán constituir un puente maravilloso para la paz entre judíos y palestinos, y ojalá que también entre Israel y todo el mundo árabe.

A. B. Yehoshúa es escritor israelí

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