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Una puntualización necesaria

Jaime Peñafiel acaba de completar una trilogía sobre la Real familia española, con un librito dedicado al príncipe de Asturias, don Felipe Y quién salva al Principe?). Peñafiel tiene buena pluma y no muy buena intención: su trilogía pudiera titularse perfectamente Trilogía republicana. Pero en ello no voy a entrar ni salir: cada cual es muy dueño de opinar -aunque no tanto de forzar argumentos para captar a desprevenidos- Ahora bien, como (¡una vez más!) aparece en sus páginas el episodio de la entrevista de la reina Victoria Eugenia con Franco, y, también, una vez más, el relato pretende desmentir lo que yo supe y conté acerca del tema, me veo obligado a salir al paso de tal intento. Lo haré volviendo a reproducir la versión exacta de la entrevista, que fijó, en nota muy precisa, mi inolvidable amigo y maestro Jesún Pabón, director que fue de la Real Academia de la Historia, y hombre de intachable conducta, no sólo como político e historiador, sino como persona incapaz de desvirtuar en lo más mínimo la verdad, atenido siempre a criterios morales sustentados por una conciencia rigurosamente cristiana.Pabón tuvo noticia de la entrevista muy poco después de que ésta se efectuara. Había asistido él al bautizo del Príncipe, amadrinado por doña Victoria; ceremonia en la que estuvieron presentes los Condes de Barcelona, la reina Federica y el matrimonio Franco. Pero -después del acto- doña Victoria halló modo de hablar privadamente con el General. Luego, de regreso en el palacio de Liria, donde se hospedó durante su estancia en Madrid, refirió al duque de Alba -que lo era entonces don Luis Martínez de Irujo- su breve diálogo con Franco. El Duque, íntimo amigo de Pabón, en quien admiraba no sólo la discreción a toda prueba, sino las dotes de inteligencia y honestidad que le caracterizaron siempre, le transmitió, días más tarde y bajo reserva, la interesante confidencia de doña Victoria. Pabón anotó cuidadosamente aquel relato (era su costumbre, que yo conocía muy bien: cuando había de celebrar una entrevista de especial importancia, escribía previamente, y con minuciosidad, los puntos a tratar. Y asimismo, cuando alguien acudía a él, para hacerle una consulta o simplemente para exponerle o comentarle algún dato de interés, reproducía a continuación, con la mayor fidelidad posible, el contenido del diálogo, matizándolo con alguna observación propia, siempre interesante).

La nota de Pabón (Apunte reservado) está fechada en la Academia de la Historia el 18 de febrero de 1968, y dice así:

"La Reina Doña Victoria Eugenia, el día del bautizo del Infante Felipe (8 de febrero de 1968), habló un momento a solas con Franco en la Zarzuela. Y le dijo: -General.- ésta es la última vez que nos veremos en vida. Quiero pedirle una cosa. Usted, que tanto ha hecho por España, termine la obra. Designe Rey de España. Ya son tres. Elija. Hágalo en vida. Si no, no habrá Rey. Que no quede para cuando estemos muertos. Ésta es la única y última petición que le hace su Reina. Franco, emocionado, le contestó con firmeza: -Serán cumplidos los deseos de Vuestra Majestad. Doña Victoria dio por terminada la entrevista, liberando, cortésmente, a Franco: -Yo sé cuántas son las ocupaciones de un hombre de Estado. No se preocupe de mí...".

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Pabón añadía: "Pienso que nadie de los que están en funciones previeron este diálogo. Y que tampoco tienen noticia de él. Yo sé lo ocurrido, bajo reserva".

Después de la proclamación de don Juan Carlos como "príncipe de España", Pabón rompió la reserva -ya no tenía sentido- y me refirió la confidencia del duque de Alba. A su muerte (1976) encontré la nota manuscrita entre los papeles de Pabón, cuando su viuda, doña María Josefa Echeverría, me autorizó para que los examinara y ordenara. Esa misma nota, sin variante alguna, se hallaba asimismo incluida en el Epílogo de unas Memorias que Pabón redactó, y que él mismo destruyó en momentos de honda depresión moral, conservando sólo la parte final, que yo di a conocer, con un prólogo introductorio, en el Boletín de la Real Academia de la Historia, bajo el título: Páginas de unas memorias perdidas (t. CXCII, 1995).

La "doctrina" que reflejan las palabras de la Reina es, desde luego, perfectamente ortodoxa. Parte de este principio: en la Monarquía, el problema de la persona está subordinado al de la Institución: que depende de las voluntades humanas, y que puede resolverlo, sin apelación posible, una abdicación. La persona mejor para la Institución y para el país depende -dependió siempre- de las circunstancias históricas. El propio Conde de Barcelona había recogido este criterio de labios de su padre Alfonso XIII: "... Recuerdo siempre las ideas que mi padre me inculcó sobre estos puntos, que yo creo son ideas consustanciales con la realeza misma: que los Reyes se excluyen a sí mismos cuando el servicio del país así lo exige". Con arreglo a tal convicción, el propio don Alfonso se excluyó a sí mismo -pensando que ello facilitaría la Restauración- cuando abdicó en la persona de su hijo, don Juan, en 1941 -semanas antes de su muerte-.

Ahora bien, Jaime Peñafiel ha referido unas declaraciones que doña Victoria Eugenía le hizo, en su residencia de Lausanne, poco antes de morir. En el libro ¡Dios salve... también al Rey! transeribe estas palabras de la Reina: "Pero ¿cuándo se marcha Franco? ¡Está ocupando el trono de mi hijo! Mientras yo viva, no se atreverá a alterar el orden regular de sucesión". En apariencia, esta frase se contradice con la versión de Pabón. Pero basta una reflexión -para conciliar lo inconciliable- sobre estos dos puntos:

1. Había pasado un año desde la famosa entrevista, y desde que Franco empeñó ante la Reina su promesa de realizar la Restauración, para la que ella misma había dejado abierta una posible alternativa. Doña Victoria estimaba, sin duda, como una falta a esa promesa la morosidad del General en darle cumplimiento. En tal sentido, no sólo estaba indignada con Franco, sino que lamentaba, como ocasión y esfuerzo malogrados, su viaje a Madrid un año atrás.

2. En cuanto a su propia inclinación a favor de la persona de su hijo, no era un secreto para nadie. Lo cual no excluía la suprema razón, monárquica y dinástica, que podía justificar la elección de "uno de los tres": contando con un acuerdo previo y una abdicación efectiva (como la de don Alfonso en 1941).

Cuando Luis Mª Anson publicó su libro Don Juan, negó tajantemente la veracidad del relato de Pabón. Sostuve entonces con él una interesante correspondencia, tras enviar una nota aclaratoria a Abc. Mis razones inclinaron a Anson a modificar sus puntos de vista. "Todos los argumentos que usted da son serios, razonables, y ya le adelanto que estoy dispuesto a aceptarlos, porque su carta es muy diáfana" -me escribía el 30 de diciembre de 1995-. "Para los que vivimos aquellos días de cerca, sin embargo, es impensable que la reina Victoria pudiera hablar a Franco en la forma recogida por Pabón. Pero eso no quiere decir que no lo hiciera".

Pilar Urbano, sin tener para nada en cuenta el Epílogo de Pabón, ha preferido atenerse al relato de Peñafiel en su reciente libro sobre La Reina. Insisto de nuevo en que la nota de Pabón no es incompatible con ese relato. Sí lo es, en cambio, con la última versión que el propio Peña fiel da ahora en su reciente biografía del Príncipe. Allí inserta esta "perla": "Resulta grotesco y absurdo lo que varios políticos, y escritores franquistas (?) ponen en boca de la Reina cuan do se encontró a solas con el Generalísimo después del bautizo: Ya tiene a tres Borbones donde elegir: el padre, el hijo y el nieto (!!). En mi entrevista con doña Victoria Eugenia, me confesó, indignada y triste: -No es cierto que yo le dijera al General esa frase. Cómo la iba a decir, si mi hijo tenía la responsabilidad de ser Rey ... !".

A Peñafiel se le escapa un pequeño detalle. La Reina no pudo negar una versión que, a su muerte, aún no se había dado a conocer. Como ya he dicho, yo la supe de labios de Pabón -antes de leer la nota de su archivo-, a raíz de la designación de don Juan Carlos como Príncipe de España, que tuvo lugar en julio de 1969 -la Reina había muerto en abril-. Hasta entonces, Pabón había. mantenido rigurosa reserva sobre el episodio. Tampoco fui yo quien primero lo difundió, sino Ricardo de la Cierva, a quien se lo comenté ingenuamente (lo hizo de forma demasiado escueta: "Ya son tres, general. Esceja". Las palabras de la Reina fueron mucho más matizadas). Luego, yo transcribí exactamente la nota de Pabón, en artículos, publicados en Abc y en EL PAÍS. Y por último, publiqué, como ya he dicho, el Epílogo de Pabón en el Boletín de la Real Academia de la Historia.

Deduzco, pues, que en este último libro suyo Peñafiel ha escrito de memoria, y adaptando las palabras de la Reina a su propio pensamiento. Se trata de un error... o de algo peor. Después de todo, de errores y de erratas abunda el libro en cuestión. Por ejemplo: nos refiere Peñafiel que el palacio de la Zarzuela fue construido por Felipe V. Es bien sabido que no fue Felipe V, sino Felipe IV, quien hizo edificar el famoso palacete. Podría tratarse de una errata (Felipe V por Felipe IV). Pero es que el propio Peñafiel nos recuerda que el constructor fue el último Rey que con el nombre de Felipe ha reinado en España. Cuando comienza el reinado de Felipe V_hace veinte años que ha muerto Calderón de la Barca. Y Calderón había dado nombre a un género lírico típicamente español, porque en la Zarzuela se estrenó, ante la Corte de Felipe IV, La púrpura de la rosa: la, primera "zarzuela". Se trata, pues, no de una errata, sino de un error garrafal.

En cambio, sí puede ser errata -transmisión oral confundida al recogerla por escrito- el apelativo que Peñafiel da al primer príncipe de Asturias (el que luego reinó como Enrique III). Ese apelativo, según Peñafiel, es "el de Oriente". El apelativo real es "el Doliente". Una errata graciosa y sin trascendencia. Pero ante errores, erratas... u otras cosas, conviene siempre puntualizar.

Carlos Seco Serrano es miembro de la Real Academia de la Historia.

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