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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Farsas democráticas

LAS CARETAS de varios regímenes europeos que se amparaban en disfraces democráticos están cayendo. Tras ellas aparecen dictaduras muy personalizadas. Miles de manifestantes se movilizan desde hace días en Belgrado contra Milosevic, aunque es difícil que puedan alcanzar su objetivo de convertir en revolución de terciopelo lo que por ahora se limita a una revuelta de los huevos, por los objetos que tiran. Los Balcanes son un lugar demasiado violento para los cambios pacíficos,y Milosevic es aún demasiado fuerte frente a una oposición en exceso heterogénea.La revuelta se inició contra la decisión, amparada en un nada independiente Tribunal Supremo, de repetir parte de los comicios municipales del 17 de noviembre, en los que el partido de Milosevic había perdido el control de Belgrado y otras ciudades. Pero probablemente el régimen no se esperaba protestas de tal magnitud ni un boicoteo tan abierto a esa pretendida repetición electoral. En la misma dinámica se inscribe la manifestación que la semana pasada congregó en Zagreb a otras varias decenas de miles de personas para festejar la resistencia contra los intentos del régimen autoritario y nacionalista extremo del ahora enfermo Franjo Tudjman de cerrar Radio 101, la única radio independiente de Croacia.

Estas farsas democráticas -entre las que no cabe olvidar la albanesa- y las reacciones que provocan pueden tener consecuencias en el proceso de paz de Bosnia, para el que Estados Unidos y la Unión Europea cuentan con Milosevic como puntal. Pero difícilmente se puede consolidar a la larga la paz en Bosnia con tales padrinos en Belgrado y Zagreb. Mientras permanezcan no desaparecerá el temor a que una retirada de las tropas de la ONU de Bosnia signifique nuevos intentos de intervención de sus dos vecinos.

Lo ocurrido en una zona algo más alejada, Bielorrusia, sigue pautas similares de autoritarismo con tapadera seudodemocrática. Contra el Parlamento, y aparentemente contra la Constitución existente, el presidente Alexandr Lukashenko ha hecho aprobar por referéndum una reforma constitucional que acaba con la división de poderes y consagra un absolutismo presidencial. La oposición, que boicoteó esta consulta, ha denunciado graves irregularidades que pueden explicar el 70% de votos a favor del proyecto de Lukashenko, dirigente al que apoya Moscú. Quizás porque es el único Estado surgido de la antigua Unión Soviética que, con Lukashenko, se ha declarado partidario de unirse a Rusia, algo que de momento le saldría muy caro a Moscú.

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En todos estos casos coincide la concentración del poder en un solo dirigente, un férreo control de los medios de comunicación y, si es necesario, el fraude electoral directo. Pero la Europa democrática no debe aceptar estos ni otros intentos de validar en las urnas las autocracias, pues corre el riesgo de que las piedras acaben cayendo sobre su propio tejado.

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