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Reportaje:PLAZA MENOR: ARGANDA DEL REY

Tierras de pan y vino

En sus remotos orígenes pudo ser Arganda del Rey la versión romana de una urbanización le lujo, una colonia de vacaciones para de la cercana Complutum (Alcalá) que edificaron en la vega del generoso Jarama sus amenas y prósperas villas de recreo, como segunda residencia.El nombre de Arganda, dicen sus cronistas, podría venir del latín area canda, en cualquiera de sus acepciones, zona blanca, área caliente o tierra de trigales. Aunque no fueron sus mieses, sino sus viñas, las que acabarían dando justa fama a la villa como productora de finos caldos. Una fama que resucitó con la denominación de origen de los vinos de Madrid y que hoy mantienen en alza los socios de la cooperativa, que agrupa al 98% de los productores locales, y la firma Bodegas Castejón. De los cuatro millones de litros que factura la cooperativa, sobra vino para exportar a Euskadi y a La Rioja, donde debe llegar en plan humilde. A la cooperativa se acercan los, fines de semana muchos madrileños urbanos a llenar sus garrafas directamente del grifo, haciendo honor a un dicho popular, que en una de sus múltiples versiones reza así: "Si a Arganda vino y vino a por vino, ¿a qué, vino?".

Pero los inmigrantes, andaluces, extremeños o manchegos que han engrosado en las últimas décadas el censo de Arganda, no vinieron aquí precisamente a por vino, sino a por pan y trabajo. No más de un 10% de los 30.000 habitantes censados en Arganda nacieron en la localidad, nos cuenta su alcalde, Ginés López Rodríguez, del Partido Popular, un joven abogado, nacido en Madrid pero vinculado desde su infancia a la villa. Aunque subsisten las actividades agrícolas relacionadas con la vid y el olivo, la fuente de trabajo de Arganda es su gran polígono industrial, en el que se concentran nada menos que 1.500 empresas, desde pequeños talleres casi familiares a industrias de tecnología punta. Del exquisito taller del orfebre platero a las modernas instalaciones de Hispasat, pasando por una fábrica de instrumental de odontología.

En Arganda están también los viveros de la Comunidad de Madrid, y en el otro extremo del arco se habla de la apertura de una planta de tratamiento de residuos sanitarios que fuentes municipales, saliendo al paso de críticas y reticencias, califican de absolutamente inocua para la salud y el medio ambiente, asegurando que, una vez atados, los residuos seguirán su camino hacia lejanos e ignotos vertederos.

Uno de los negocios más peculiares de Arganda es sin duda un cementerio privado para perros, con sus epitafios, sus lápidas y sus flores, que los afligidos deudos de los canes reponen al menos una vez al año en el Día de Difuntos. Todos los fines de semana Arganda recibe nutridas peregrinaciones que parten de la capital con fines menos lúgubres y más prácticos, a visitar las numerosas fábricas de muebles que venden al público. Este suele ser mayoritariamente un público con ideas fijas que pasa de largo, sin tiempo para detenerse en la contemplación de los monumentos históricos ni de gozar con la hospitalidad de sus tabernas y mesones de raigambre manchega. En un mesón taurino cercano a la plaza, Arganda da testimonio de su arraigada afición taurina: mientras se tapea con vino del país, la vista se recrea en viejas fotograflas, estampas en sepia que muestran los rituales encierros de antaño. En los encierros de hoy, modélicos en su duración y desarrollo, se percibe el peso de la tradición. Los toros siguen desembocando en la misma plaza y son citados por hábiles recortádores que se enfrentan sin artilugio alguno, ni trapo ni muleta, al cornúpeta y le burlan con ágiles quiebros. Ésta es la tierra que vio nacer a Marcial Lalanda y en la que se celebra una de las ferias de novilladas más importantes del planeta de los toros. Pero el tesoro de este pequeño museo taurino del mesón es una fotografía que retrata a Manolete poniendo, cuentan los entendidos, el único par de banderillas que clavó en una plaza. En los bares de Arganda los parroquianos hacen patria, chica, brindando con Viña Rendero, Viñardil o Viña Rey.

Entre los monumentos destacan la iglesia parroquial de San Juan Bautista, en la que conviven el gótico tardío, el herreriano y el barroco; la Casa del Rey, llamada con más propiedad Quinta del Embajador, que ordenó edificar Hans Khevenbüller, embajador de Alemania en las cortes de Felipe II y Felipe III, y la Casa del Obispo, un caserón barroco del siglo XVIII, la única casa solariega que se conserva de las muchas que existieron en el casco histórico. Por encima de otros desmanes de menor entidad, el casco antiguo de Arganda sufrió los devastadores efectos de nuestra última guerra civil. Su proximidad al frente del Jarama convirtió la villa en objeto de periódicos y sistemáticos bombardeos. Hace unos días los longevos e irreductibles supervivientes de las Brigadas Internacionales, que combatieron en sus proximidades, asistieron en son de paz y con honda emoción a la inauguración de un monumento dedicado al recuerdo de tan dramática efeméride, símbolo de una de las más enconadas batallas de la contienda, como hoy lo es de reconciliación.

Hoy la pacífica villa de Arganda del Rey se repone de los efectos de una incruenta pero dura crisis económica y entre las actividades promovidas por el Ayuntamiento se imparten cursos de formación laboral para los jóvenes del pueblo, cursos que se llevan a cabo en diversas empresas ubicadas en la zona. En Arganda tiene su fundición Eduardo Capa, maestro grabador y de grabadores, artista crucial en la vanguardia española que estudia la creación de una escuela y de una fundación que exhiba permanente y públicamente no sólo su obra, sino su importante colección de arte contemporáneo. La gente de Arganda, nos cuenta José Manuel París, periodista y activo jefe de prensa del Ayuntamiento, es muy participativa tanto en el deporte como en la cultura. La escuela de fútbol recibe numerosas inscripciones, pero también el Conservatorio de Música y hay asociaciones dedicadas a la cetrería o al submarinismo en la laguna de Las Madres, una laguna artificial surgida de la explotación de las graveras donde existe un observatorio ornitológico.

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