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Terapia

Enrique Gil Calvo

¿Qué necesidad tenía el Gobierno de amordazar al CIS, tratando de ocultar la caída de su apoyo popular? ¿Estamos ante otra muestra de su propensión censora, o se trata sólo de un error más? Se comprende que los sondeos de popularidad les asusten, pero en realidad se equivocan, pues su caída es muy inferior a lo que sería lógico esperar, dadas las circunstancias. Por el contrario, casi parece un triunfo que, pese a todo (recorte presupuestario, congelación de sueldos o leña de los Liaño), su apoyo electoral se mantenga.Si pensamos en el simétrico ejemplo francés, veremos que Aznar y Rato están saliendo mejor parados que Chirac y Juppé. La hábil diplomática del tándem Arenas-Aparicio ha firmado un pacto con los sindicatos que podrá evitar un otoño caliente como el sufrido por Francia el año pasado. Y los mercados han comulgado con las ruedas del molino presupuestario, creyendo a pies juntillas en su contabilidad creativa (como hará también Bruselas, dado el precedente francés). Así que el futuro del Gobierno parece asegurado.

Entonces, ¿por qué se preocupan? Dado que la leña de los Liaño (casos Gal, Perote y Conde) no afecta más que tangencialmente al Gobierno (aunque sí a la oposición y a otras instituciones), el único nubarrón que ensombrece su horizonte es ETA. Pues las inexplicables iniciativas del PNV de acercamiento al mundo de HB amenazan con romper la mesa de Ajuria Enea, condicionando los precarios pactos de legislatura que sostienen a la mayoría gubernamental.

Es cierto que la cuestión vasca no es flor de un día, por lo que no cabe pedirle a este Gobierno que la resuelva de un plumazo. Pero debe recordarse que la ejecutoria del poder socialista, cuando más tenía todo a su favor, quedó arruinada para siempre (a pesar de sus iniciales éxitos electorales) por los culpables errores que cometió al abordar el terrorismo vasco (consintiendo, si no amparando, la continuación de la guerra sucia). Dado tan siniestro precedente, es seguro que este Gobierno no seguirá aquellos pasos. Pero habrá de hacer algo, pues no puede quedarse cruzado de brazos mientras los fanáticos violan criminalmente los derechos de nuestros conciudadanos.

La semana pasada ha sido muy reveladora: HB emplazó en público al Gobierno, amenazando con actuar contra Ortega Lara y machacar a Iturgaiz si el Estado central no obedecía la resolución adoptada por un Parlamento autónomo. Y lo más absurdo es que esa misma exigencia es también formulada, aunque con mejores formas, por el Ejecutivo vasco, incapaz de asumir su lugar jurisdiccional al olvidar que el Gobierno central sólo puede obedecer al Parlamento de Madrid, pero no al de Vitoria (como tampoco al de Extremadura). Todo lo cual se sobreañade a una escalada de agresiones jaleadas por HB, que amenazan con destruir la convivencia ciudadana.

Mientras tanto, el PNV, que es a la vez cemento articulador del tejido social vasco y partido del Gobierno en Euskadi, en lugar de enfrentarse al cáncer que destruye a su propia comunidad civil, pierde los papeles y echa balones fuera, sumándose a los agresores al culpar a Madrid de imaginarias ilegalidades. ¿Por qué lo hace? ¿Porque sufre del síndrome de Estocolmo y se siente fascinado ante los edípicos intentos de matar al padre que realiza su hijo pródigo etarra? ¿O por cinismo político, sin escrúpulos para agitar el espantajo de ETA con tal de coaccionar a Madrid exigiendo amejoramientos forales?

¿Qué se puede hacer desde el Gobierno? No mucho, pues la solución sólo pasa por Euskadi. Pero parece inútil y contraproducente denunciar en público al PNV, acusándole de claudicación o cinismo. En su lugar, resulta más prometedora la vía iniciada por Mayor Oreja: exquisita diplomacia, paciente pedagogía y mucha psicoterapia, esperando lograr que algún día el PNV recobre su sentido común, se enfrente con realismo al cáncer que destruye a su pueblo y acepte cooperar con Madrid.

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