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Dos Estados soberanos

Puede que los halcones israelíes tengan parte de razón al criticar los acuerdos de Oslo, pues al tratarse de pactos provisionales contienen un sinfín de posibles áreas de fricción. Con pedazos de los territorios autónomos palestinos salpicados de asentamientos israelíes fortificados y con enclaves de belicosos colonos israelíes rodeados de zonas palestinas autónomas es probable que se produzcan enfrentamientos locales, especialmente porque en ambos lados hay extremistas que piensan que una explosión es una opción tentadora.Sin embargo, la conclusión lógica de esta situación no es -como sostienen algunos halcones- que descarrilen los acuerdos de Oslo, sino precisamente lo contrario: debemos atenernos a todos los pactos existentes y a la vez avanzar rápidamente hacia un acuerdo de paz general palestino-israelí basado en una división permanente y razonable en dos Estados soberanos de la disputada patria de israelíes y palestinos. Cuando este principio se haya establecido, ambos partidos podrán negociar con un espíritu de compromiso práctico todos los problemas polémicos: seguridad, asentamientos, Jerusalén, refugiados, agua, etcétera. Pero todos tenemos que saber ya que, finalmente, Israel y Palestina surgirán como dos naciones vecinas y no como un complicado mosaico de enclaves étnicos.

La tarea más urgente es redefinir el conflicto como un contencioso sobre bienes inmuebles (quién se queda con qué parte de la tierra) para impedir que los fanáticos de ambos bandos lo conviertan en una batalla religiosa sobre qué banderas ondean sobre los lugares sagrados. Desde un punto de vista judío, agitar una bandera israelí sobre unas tumbas sagradas no las hace más santas. Quizá la única solución razonable para los lugares que tienen un significado religioso para más de una fe sea simplemente no ponerles ninguna bandera. La disputa sobre "a quién pertenece esta tierra" se puede resolver mediante un compromiso. El conflicto sobre "qué fe prevalece" es irresoluble. Hay unos cuantos lugares en esta antigua tierra que deberían ser accesibles a los fieles de todas las creencias religiosas, pero no estar controlados por las Fuerzas Armadas de ninguna de ellas. El nacionalismo calenturiento es un asesino en potencia. Las cruzadas religiosas son otro asesino en potencia. Una combinación de ambos sería casi con seguridad letal.

A estas alturas, la mayoría de los palestinos, así como la mayoría de los israelíes, saben que el país va a ser repartido entre las dos naciones. Incluso aquellos que consideran cualquier división injusta, desastrosa o sacrílega saben que la división se hará realidad. Israel debe tomar una decisión sencilla y urgente: o dividimos el país entre nosotros y los palestinos, o seguimos eliminándolos. Si optamos por lo último, no tendremos paz.

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Los palestinos, por su parte, también tienen que tomar una decisión crucial. 0 renuncian definitivamente a la lucha armada contra Israel y se embarcan en la tarea de crear una Palestina vecina de Israel, en paz con nosotros, u optan por una reanudación de la lucha armada contra Israel, y así consiguen socavar la posición pragmática de los palomas israelíes, provocar todavía más antagonismo hacia las aspiraciones palestinas en la opinión pública israelí y empañar las perspectivas de una materialización gradual de sus esperanzas de convertirse en un Estado. El acuerdo es: territorios por paz. Los israelíes no van a renunciar a más territorio si no reciben a cambio paz y seguridad. Los palestinos no darán paz ni seguridad a Israel si los israelíes intentan erosionar su compromiso de renunciar a la tierra palestina ocupada.

Por supuesto, es cierto que el Gobierno de Benjamín Netanyahu, durante sus cien primeros días en el poder, no ha dado a los palestinos mucho, aparte de frustración y humiIlación. Pero no es menos cierto que los fundamentalistas islámicos que emprendieron este año una oleada de alentados terroristas contra civiles israelíes probablemente provocaron la elección de este Gobierno de Netanyahu.

La desesperación y la frustración sólo engendran frustración y desesperación. Para romper este círculo vicioso, ambas partes deben atenerse ahora al espíritu y la letra de los acuerdos de Oslo, aunque sin olvidar que dichos acuerdos, por definición, no son más que provisionales; son un torniquete y no una medicina, que hay que mantener firmemente en su lugar, pero que debe ser sustituido, antes de que sea demasiado tarde, por un tratamiento más completo y permanente de la herida palestino -israelí.

Amos Oz es escritor israelí, autor, entre otros libros, de La tercera condición

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