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Sobre lo arduo de (re)adquirir una insula

Medio siglo antes del 98, el presidente de Estados Unidos James Knox Polk escribió en su diario: "Soy decidido partidario de comprar la isla de Cuba y de convertirla en uno de los Estados de la Unión". Cuando Polk, en mayo de 1848, propuso a su gabinete negociar con España la compra de la isla de Cuba, el entonces secretario de Estado, James Buchanan, objetó que si bien esa adquisición debía efectuarse inexorablemente, lo más sensato era no comenzar las gestiones de inmediato, sino esperar hasta después de la campaña. electoral, ya que una eventual negativa española perjudicaría al Partido Demócrata en su esfuerzo por ganar las elecciones.Si José Lezama Lima tenía razón, y Ia imagen es la causa secreta de la historia", esa sola imagen bastaría para entender ciertos aspectos de la situación actual de Cuba: la arrogancia febril de la ley Helms-Burton y la funesta radicalización que suscita en la isla el importantísimo papel de España y la frenética esperanza de Mas Canosa de que, como a Sancho, al fin le den una ínsula para gobernarla. Además de que una vez más en su historia Cuba ve depender su destino de los avatares de una campaña electoral en un país extranjero, la ley Helms-Burton tiene las siguientes repercusiones: ofrece una oportunidad brillante a millones de revolucionarios de ajustar cuentas con el pasado injerencista norteamericano (Quincy Adams, Monroe, Polk, El destino manifiesto, Platt), ocultando así la inviabilidad del proyecto comunista del presente; comunica la sensación de que el Gobierno norteamericano comparte el desaforado temor de los círculos más retrógrados del exilio de que una apertura interna va en detrimento de sus posibilidades de asumir el poder total en la Cuba futura y, lo que es peor, desplaza el centro del debate hacia atrás. Pues ahora, en vez de hablarse de la libertad de los intelectuales frente al régimen, de la rapidez y profundidad de las reformas económicas o de la necesidad de una amnistía para los presos políticos y de Concilio Cubano y de la exigencia de Eloy Gutiérrez Menoyo de regresar a Cuba y ejercer una oposición no desestabilizadora, lo que se debate es: ¿fue o no un acto de justicia histórica nacionalizar o confiscar las propiedades norteamericanas? (Pregunta ridículamente retórica para la inmensa mayoría de los guajiros y de la población negra). ¿Se puede implementar una democracia cubana como las palmas con una base naval. extranjera en Guantánamo? ¿Por qué, si los dictadores cubanos son indeseables, a Fulgencio Batista se le condecoró en Washington con la Medalla a la Legión del Mérito? Y lo más punzante: dado que en Cuba no tiene sentido hablar de reinstauración de la democracia, sino de construcción de la misma, ¿noes imperioso encontrar medios políticos de reordenamiento interno para evitar que, ante la necesidad de construir instituciones democráticas inéditas, las opciones de extrema izquierda y extrema derecha conduzcan a un cruento enfrentamiento? La ley Helins Burton impide esto al entronizar, desde ahora, unas reglas rígidas del juego que excluyen las opciones moderadas de Cuba y del exilio consagrando a Estados Unidos como el poder único e indiscutible que ya decidió quién es suficientemente condecorable en Washington para llevar la voz cantante en un proceso impuesto desde el exterior. ¿Por qué hace Estados Unidos oídos sordos a Elizardo Sánchez, Manuel Cuesta, VIadimiro Roca, Guitiérrez Menoyo y otros activistas de oposición que incluso, han cumplido largas prisiones en Cuba?

Esto genera miedo al porvenir y no confianza en la nueva libertad, en nombre de la cual se está estrangulando a un pueblo.

En Cuba se había empezado a producir algo parecido a un debate nacional. En revistas tradicionalmente fieles a la revolución, como La Gaceta de Cuba o Casa de las Américas, así como en publicaciones científicas de diversos centrosde investigación , se venían publicando insólitos artículos de marcada hondura crítica que ponían en tela de juicio la legitimidad misma de aspectos políticos y económicos del régimen. Esta apertura pluralista interna estaba resquebrajando las bases del comunismo en Cuba, pero tenía el defecto de no consultar a los jerarcas del exilio. La ley Helms-Burton, por un lado, y Raúl Castro, por otro, parecen, por ahora, haber liquidado ese desarrollo, mientras el partido comunista, astutamente, imprime el texto íntegro de la ley y lo reparte en universidades, colegios y pueblo en general.

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¿Tenía razón Lezama Lima al señalar que las imágenes históricas son el motor secreto que condiciona el comportamiento de los pueblos? Hacia mediados del siglo pasado los escritos de José Antonio Saco hicieron repugnante la idea de la anexión de Cuba a Estados Unidos. Los criollos eran otra cosa, eran contradictoriamente españolizantes y con una conciencia de su idioma y su origen que, a menudo, se traducía en actitudes desdeñosas e incluso culturalmente arrogantes con respecto a los norteamericanos. Cuando al fin el presidente Polk envía instrucciones para la adquisición de Cuba a su ministro en Madrid, Rómulus M. Saunders, y éste se dirige a Narváez tras muchas vacilaciones, fracasa estrepitosamente e informa que el general es, sencillamente, inabordable. Pero Pidal es aún más tajante con Saunders y le hace saber que era tal "el sentir de los españoles, que antes de ver a Cuba pasar a manos de otra potencia preferirían verla hundirse bajo las aguas del océano". Por su parte, Domingo del Monte, uno de los intelectuales cubanos más importantes del siglo y que a la sazón se encontraba desterrado en Madrid, le envía una carta a Saco en la que se burla del propósito del ministro norteamericano comprador de ínsulas y lo define como "el pelele que estaba aquí de embajador, patán campesino, muy obtuso y aguanajado..." ¡Obtuso y aguanajado! Se nota que todavía los intelectuales cubanos desterrados no habían interiorizado las excelencias imperiales de los diplomáticos estadounidenses. La otra imagen, que, como toda la información histórica de este artículo, proviene de la rigurosa investigación en la papelería del Departamento de Estado realizada por Herminio Portell Vilá (Narciso López y su época, La Habana, 1952) es la siguiente, y veo en ella múltiples y sutiles elementos para el debate actual: cuando Polk fue sustituido en la Casa Blanca, el nuevo secretario de Estado, un tal Clayton, le envía una carta a su antecesor, Buchanan, en la que le pregunta, con la sorna del vencedor: "Todavía quiere usted, como Sancho, tener una ínsula?.

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