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La derecha de ayer y de hoy

En el sexagésimo aniversario del asesinato de José Calvo Sotelo vale recordar el discurso que pronunció en la sesión inaugural del curso 1935-1936 en la Academia Nacional de Jurisprudencia y Legislación con el título El capitalismo contemporáneo y su evolución. Los años treinta estuvieron marcados por una crisis tan profunda del capitalismo que la cuestión sobre su viabilidad, abierta desde finales del XIX, volvió a plantearse con la mayor virulencia. En semejante trance, la industrialización acorde con los planes quinquenales soviéticos parecía a muchos el signo de los tiempos venideros. El futuro del capitalismo dividía a los espíritus, marcando la línea divisoria entre la derecha, defensora acérrima de la propiedad y de la iniciativa privadas, de la izquierda, por definición anticapitalista, aunque luego fueran muy distintas las concepciones -anarquistas, socialistas, comunistas- que ofrecía para implantar el nuevo orden económico.Las enormes diferencias entre la derecha de ayer y la de hoy se explican a partir del contexto tan distinto en el que se mueven: la de ayer actuaba en un ambiente visceralmente anticapitalista, temiendo incluso el fin próximo del sistema económico establecido; la de hoy, después del desplome del modelo soviético, por vez primera no descubre en el horizonte enemigo serio. El capitalismo sería el único orden socioeconómico que, respondiendo cabalmente a la naturaleza egoísta del ser humano, impulsa la prosperidad -ningún otro sistema habría mostrado mayor capacidad del crecimiento económico y de transformación tecnológica y social- a la vez que apuntala el mayor bien concebible, la libertad de cada cual: la iniciativa libre, basada en la propiedad privada de los bienes de producción, sería origen y fundamento de todas las demás libertades. La conjunción de la racionalidad implícita en el mercado, como asignadora de recursos escasos, con la de una tecnología basada en los conocimientos de las ciencias naturales y la propia de las instituciones de la democracia representativa formarían una red de tal calidad que el único problema que se le plantearía a la humanidad es lograr mantenerla por tiempo ilimitado. La canonización del capitalismo como el único sistema racional de satisfacer las necesidades del mayor número ha obligado a sacarlo de la historia para garantizarle así una permanencia indefinida.

En cambio, la derecha de los años treinta, en un ambiente profundamente anticapitalista, sólo se atrevía a pronunciarse a favor del capitalismo después de haber asumido no pocas correcciones, y aun así, más que en sus virtudes, ponía hincapié en los rendimientos inferiores de la alternativa soviética. Las consideraciones críticas sobre el marxismo que aporta Calvo Sotelo, recopilando las opiniones de la derecha europea de entonces, parecen hoy obvias hasta para la izquierda más recalcitrante, a la vez que la propuesta que hace de un capitalismo controlado por el Estado supera por la izquierda ampliamente las posiciones actuales de socialistas y sindicalistas. Si derecha se identifica con liberalismo económico e izquierda con regulación estatal de los procesos productivos y distributivos, hay que dejar constancia de un corrimiento considerable hacia la derecha en los sesenta años transcurridos. Así como el periodo de entreguerras trajo consigo el desplazamiento de todas las fuerzas sociales hacia la izquierda -en los fascismos la derecha se contagió incluso del discurso de izquierda-, los noventa han supuesto el giro más contundente hacia la derecha, hasta el punto de que las posiciones actuales de izquierda se colocan claramente a la derecha de las que mantuvo la misma derecha en los años treinta. Es menester hacerse cargo de lo que esto significa en la crisis actual de la izquierda.

Frente a un marxismo que ve en el beneficio empresarial trabajo no pagado (plusvalía), Calvo Sotelo, aunque lo defienda como un elemento imprescindible del crecimiento económico, consustancial con cualquier régimen -también en la Unión Soviética existiría la plusvalía, pero a favor del Estado, es decir, del estamento burocrático dominante-, reconoce que "ha periclitado ya aquel liberalismo que apartaba al Estado de toda intromisión en la economía privada". Por lo pronto, hay que otorgar al Estado el derecho a intervenir en favor de la parte más débil en la contratación laboral, de modo que queden garantizados unos jornales dignos, una jornada humana, la seguridad en el trabajo, indemnizaciones por accidentes y despidos, y un largo etcétera, es decir, todo un derecho laboral y social que por su sola existencia implica ya una fuerte corrección del capitalismo puro que considera el trabajo una mercancía más que únicamente habría de regular el mercado. Aunque no "sea posible independizar la retribución de la mano de obra del éxito o fracaso de la empresa", al jefe de la derecha española le parece indiscutible que "sea cual fuere este resultado, la mano de obra ha de contar con retribución vital, mínima y equitativa. Porque una empresa que no sea capaz de mantener decorosamente a sus obreros, es empresa que debe morir, salvo que exija otra cosa el interés nacional, en cuyo caso el Estado cubrirá el déficit".

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Calvo Sotelo distingue un "capitalismo productivo", en el que la dirección está en manos de los propietarios y el beneficio proviene de empresas que producen mercancías o servicios, cuyos efectos positivos se extienden a la sociedad entera, de un "capitalismo financiero", que surge con la separación del capital de la gestión y que a menudo implica la expoliación de los accionistas en favor de los "oligarcas" que controlan las grandes sociedades anónimas. Para Calvo Sotelo el drama del capitalismo contemporáneo consiste en que "hoy, o, más exactamente, desde 1914, el capitalismo mundial es, en gran parte, pura y mera especulación".

En consecuencia, la mayor y la parte más interesante de su discurso lo dedica a mostrar "las subversiones del capitalismo financiero". Pese a la extensión de la cita, vale la pena reproducir la retórica peculiar del político más conspicuo de la derecha española de aquel tiempo: "A la emoción creatriz (sic) y posesoria del industrial sucede la emoción aguda, pero furtiva, del financiero ansioso de presas rápidas. El capitalismo pierde alma, apellidos, fisonomía, individualización. La Bolsa, profundamente podrida, según alguien ha dicho, trastrueca los valores mismos, encumbrando signos artificiosos, o enclenques, deprimiendo signos robustos o de porvenir. El capitalismo especulativo erige a la Bolsa en templo votivo de su desenfreno. Pero la Bolsa, a su vez, perdida la brújula, sume en la tragedia al capitalismo".

El mal estaría en el control de las empresas por el "capitalismo financiero", es decir, por una parte pequeña del capital, pero férreamente organizada. Basta a veces el 5% de las acciones para controlar una empresa y ponerla al servicio de esta parte del capital. Si el "capitalismo productivo" apoya a la empresa como entidad productora, y con ella a la economía nacional, el "capitalismo financiero" únicamente está al servicio del rápido enriquecimiento de la minoría que domina la empresa a costa del resto de los accionistas, de los obreros y, en fin, de la sociedad toda. El permitir que la banca, en vez de restringirse a su función de búsqueda y préstamo de capital, se dedique a colocar los recursos ajenos que le han sido confiados en empresas propias, potencia los peligros del "capitalismo financiero". Calvo Sotelo centra su discurso en describir "los métodos de subversión capitalista, entendiendo por tal el desplazamiento del industrial por el banquero, en tanto en cuanto sirve para sojuzgar la propiedad por la gestión en el seno de las empresas". Los cuatro capítulos que dedica a las formas de "subversión del capitalismo financiero" se leen hoy como una antología de la Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior "ingeniería financiera" que se puso en práctica en los años ochenta.

Para enfrentarse a los males que comportaría el "capitalismo financiero" Calvo Sotelo propone como terapia "apartar la banca de depósito de la industria", evitando "la confluencia de negocios bancarios y empresariales en unas mismas manos". A ello ha de sumarse la intervención directa del Estado, y de un Estado fuerte, para "tener a raya determinadas concentraciones industriales". El liberalismo económico conlleva la concentración monopolista, o por lo menos oligopólica, con tendencia a suprimir, o por lo menos a limitar gravemente, la competencia: "El capitalismo, al desenvolver sus entrañas financieras, condujo casi siempre a una situación de monopolio de hecho". Mantener un mercado relativamente libre exige la intervención continua del Estado. A su vez, el fisco, "con su mano de hierro", ha de poner fin a la "era de los dividendos apocalípticos", de modo que "el capitalismo futuro coincidirá con un obrerismo sin hiel". Al Estado incumbe un control eficiente de las empresas, con el fin de que la gestión, independizada del capital, no pueda llevar a cabo una actuación antisocial y antieconómica. En opinión de Calvo Sotelo, la mejor forma de ejercer este control sería establecer lo que llama una "economía mixta", "la asociación del capital y el poder de una colectividad pública para realizar un fin económico". El capitalismo industrial que atisba el líder de la derecha española en 1936 es uno en el que funcionasen miles de "empresas mixtas" como la Campsa. La realización más cercana a este ideal habría tenido lugar en el México "revolucionario" de los cuarenta a finales de los setenta.

La izquierda todavía defensora de un estatalismo intervencionista ha de tener muy presente que reproduce el pensamiento de la derecha de hace sesenta años; la derecha liberal, defensora de una economía sin controles estatales, no debiera olvidar el altísimo precio social y económico que en el pasado se pagó por permitir el "libre" desenvolvimiento del mercado; entre otros males, un liberalismo sin controles lleva consigo el favorecer el que surjan mafias en el interior y alrededor de las empresas, además de una polarización explosiva en el reparto de la riqueza. Con todo, tal vez la mayor sorpresa para José Calvo Sotelo hubiera sido comprobar que fuera precisamente un ministro de Hacienda socialista el que se negara a distinguir entre "economía productiva" y "economía especulativa", alentando con su palabra y con su política las "subversiones del capitalismo financiero" que había denunciado medio siglo antes.

Ignacio Sotelo es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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