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Picasso en Buitrago

Pablo Picasso murió. Son tan sólo tres palabras, como en el bolero, expresivas de un punto final que todavía hoy cuesta trabajo asumir, comprender. Era tan grande su vitalidad que resulta casi imposible aceptarle sucumbiendo a un destino tan común. Contemplemos su álbum de fotos vital: Picasso tantas veces en calzón corto en semibolas y al tiempo sacando bola, exhibiendo un torso de joven atleta, echando pulsos, brincando de acá para allá, creando, creando, amando, amando. Disfrazándose de fauno, suscitando pasiones, abrasándose él mismo."Tan mayor", que diría la gente sensata. Mujeres celosas, mujeres despechadas, suicidadas, toda una galaxia femenina, con algunos luceros. Fernande, Eva, Olga, Marie Thérese, Dora, Françoise, Jacqueline. Y él, ojos burlones, inmensa capacidad de trabajo, pinta que te pinta.Era un toro, y, en realidad, al final de su vida hacía ya tiempo que Rafael Alberti le había nombrado toro en un verso dedicado a Luis Miguel Dominguín: "Tú, el único matador, / rosa picassiano y oro, / Pablo Ruiz Picasso el toro, / y yo, el picador ..."

Pablo Picasso murió, mal que nos pese. Su obra, vigorosa y perdurable, le sobrevive ' al igual que otros toro S de su camada, como Eugenio Arias, natural de Buitrago del Lozoya, un bellísimo pueblecito de nuestra sierra madrileña. Él fue peluquero de Pablo, y también amigo y discípulo, y donó a su pueblo una porciúncula de la obra ingente del maestro. Lo contaremos más despacio. Vale la pena.

Eugenio Arias cuenta ahora 87 años y acaso llegue a superar a Picasso en longevidad, pero yo tuve el privilegio de conocerle hace ya bastante tiempo, no mucho después de su regreso del exilio y la constitución del Museo Picassiano, y sus ojos me llamaron inmediatamente la atención pues había en ellos tanto pathos y sorna y pasión que hubiera sido difícil no clasificarlos inmediatamente como picassianos. Había también en su mirada, lo recuerdo perfectamente, unas momentáneas chispitas de ira, y es que algún madrileño capitalino, despistado, se había parado ante él para preguntarle "por dónde se iba a la sierra pobre". Eugenio saltó como un resorte para responderle que, de pobre, inanay!, que ya antes de la guerra (y muchísimo antes de las vacas locas, añado yo) poseía el pueblo de Buitrago seiscientas hermosas vacas lecheras, seiscientas, mucha más renta vacuna per cápita que los madrileños de la capital, dónde va a parar.

Y luego, restablecidas así la verdad y la justicia, Eugenio se sosegó un punto y comenzó a contarme retazos de su vida, su lucha, sus inquietudes, al principio en forma algo inconexa y luego centrándose más y más en la faena: la lucha política y guerrillera, Emilio Zola y el esplendor de los pueblos, su militancia como maquisard, así dijo él, la obra Guernica y su cualidad de discurso contra la guerra, los años de Vallaurige.

Pablo Picasso, un hombre, un genio, una supernova que le marcó indeleblemente a lo largo de 27 años extáticos, en los que tuvo el raro privilegio de penetrar sin salvoconducto ni contraseña en su cerrado círculo de intimidad. Y es precisamente en Picasso íntimo donde Antonio D. Olano recuerda que el barbero de Buitrago. era la única persona que no hacía elogios de la obra picassiana, la única a la que aceptaba el pintor críticas adversas, sin pelos en la lengua: "¡Eso son mamarrachadas!".Y, sin embargo, con cuánto amor rememora Eugenio, ya en su pueblo, no sólo al genio, sino a su obra: Pablo Picasso, siempre tan generoso, le fue regalando, a lo largo de su vida y no obstante sus censuras, 41; obras suyas, bocetos, ánforas, cerámicas, naturalmente bacías de barbero, un ladrillo con escenas taurinas, libros, carteles (como el delicioso "plato de toros fritos para que se lo coma Currito"), etcétera, etcétera. La guerra había arrancado a Eugenio Suárez de su pueblo en 1937 el exilio lo engulló hasta 1977. Cuarenta años. Y lo primero que hace al regresar es irse trayendo sus recuerdos del pintor y donarlos en vida a Buitrago. El 5 de marzo de 1985 se inaugura en los bajos del Ayuntamiento el Museo Picassiano, cuyas puertas siguen abiertas al público. Es una emotiva visita, y más aún si se enhebra una conversación con el ya octogenario mecenas, todo libro abierto de hermosas y a veces desgarradas vivencias. Más información en el 868 00 56.

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