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Versión latinoamericana del mito del 'sacamantecas'

La historia del tráfico de órganos de niños ha sido uno de los grandes mitos del periodismo en Latinoamérica en la última década, con inevitables connotaciones para quienes de niños en España nos horrorizamos con los cuentos del sacamantecas. Una y otra vez, entre el río Bravo y Tierra de Fuego aparecía y se esfumaba el cuento del tráfico de órganos. A veces eran riñones y otras córneas, según las necesidades o la falta de escrúpulos de periodistas más o menos ansiosos de notoriedad o de vender el reportaje a un medio de comunicación del primer mundo en busca de sensaciones o exotismo.Nunca en casi una década se encontraron elementos suficientes que permirtieran sostener semejante fantasía. La historia del tráfico de órganos no resiste el más mínimo análisis científico sobre las condiciones de extracción, transporte y compatibilidad entre donante y receptor. La falta de escrúpulos del así denominado periodismo de investigación hizo que en casi todas las ocasiones reporteros sin escrúpulos procediesen según la conocida máxima, con perdón, de "no dejes que la realidad te joda el reportaje".

Tras casi una década como corresponsal en la región puedo asegurar que ningún periodista serio consiguió encontrar nada publicable en este terreno. Circuló incluso la versión de que el tema había sido lanzado por intoxicadores profesionales desde La Habana en un afán de desprestigiar al imperialismo yanqui. Esto sería demasiado, pero tal vez explicaría la airada reacción de Estados Unidos ante el reciente premio Rey de España.

Por si no bastasen las lacras y las miserias realmente existentes en América Latina, se sazonaban las crónicas con una cierta dosis de realismo mágico. En esta línea, el mito del sacamentecas resulta pintiparado.

Otra cuestión sería el realmente existente tráfico de niños para la adopción. Tolerado y consentido en diferentes países por autoridades que hacían la vista gorda, ante las parejas que llegaban en busca de una adopción rápida de un niño, para evitarse así procelosos trámites burocráticos. A pesar de su dramatismo, existe sin duda una diferencia cualitativa con el tráfico de órganos. La adopción de niños se realizaba por desgracia casi siempre con el beneplácito de los padres y la aceptación de una sociedad, que consideraba una suerte que una familia con medios económicos, del llamado primer mundo, se llevase al pequeño, condenado al hambre y la miseria. En una ocasión pude presenciar en un pueblo pérdido del Perú cómo una madre suplicaba a una periodista: "por favor, señorita, llévese alguno de mis niños, para que tenga una vida mejor".

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