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A contrapié

Joaquín Estefanía

Por unos u otros motivos, si éste fuera el momento, ninguna de las tres economías más fuertes del mundo, EE UU, Japón y Alemania, satisfarían los criterios de convergencia fijados en Maastricht. En cambio, sí lo haría Argentina, que no es precisamente el modelo en el que se fijan los economistas europeos.Lo más preocupante para los españoles es lo sucedido en Alemania: en 1995 ha disminuido su crecimiento (1,9%), crecido su paro (cerca de cuatro millones de personas) y el déficit público supera el ya mítico 3% del PIR (3,6%). Las causas de este último desequilibrio son, al parecer, un descenso de la recaudación impositiva (sintonÍa de desaceleración) y una toma de créditos inesperadamente alta por parte de los länder y los municipios.

El profesor de la clase suspende, al menos en un parcial, el examen que ha puesto a sus alumnos, y se alzan, de nuevo, todos los interrogantes pendientes: si los imperativos, difícilmente conciliables, de la lucha contra el desempleo y la dualización y del respeto a Maastricht se ponen en cuestión en la locomotora europea, ¿en qué medida los criterios y los plazos son realistas?

La contradicción es la siguiente: la idea de aplazar -o flexibilizar- la UEM despierta los fantasmas de la Gran Alemania y del supermarco y alegra a los competidores de Europa, pero un respeto riguroso de Maastricht niega el espacio mínimo a las más tímidas políticas de apoyo a la coyuntura. A este cóctel hay que añadirle lo que pasa en Francia (miedo a nuevas jacqueríes) o en el Reino Unido (avance de las posiciones thatcherianas de recuperación de la soberanía nacional). Al mismo tiempo, el índice de con fianza económica en la UE volvió a caer con fuerza en

diciembre; los industriales anticipan un notable descenso en la cartera de pedidos y las familias - no se atreven a consumir porque siguen temiendo la pérdida de empleo. Los principales responsables de la UE sostienen que todo esto no es el preludio de una recesión, sino un valle dentro de la recuperación económica, y que hay que perseverar con coherencia, en los criterios de convergencia. Lo contrario es el temor a que el pesimismo se contagie a- la inversión y se genere un círculo vicioso que acabe con el crecimiento.

En este momento de dudas, de críticas a la rigidez macroeconómica del proceso de unificación y de una ralentización que ha pillado a contrapié a los europeístas, es en España, la altertiva de poder, el PP, alza alta la bandera de Maastricht. Lo cual es muy importante para la continuidad - de la política económica actual, alabada esta misma semana por el FMI y por el secretario del Tesoro norteamericano, Robert Rubin. Pero la exageración conduce a la fantasía: uno de los economistas más importantes del PP, Cristóbal Montoro, contó el cuento de Caperucita Roja el lunes en el Club Siglo XXI: "Algunos políticos, intelectuales de izquierda, científicos sociales, ven con recelo la incorporación de la economía al cuadro de mandos de la política moderna. Hablan del economicismo como equivalente la pérdida de legitimidad de la política... Realmente, no han entendido la naturaleza de los cambios y pronosticó: "Los objetivos [del PP] para los próximos años son claros y precisos: alcanzar un crecimiento sostenido del 4%, lo que permitirá que 15-16 millones de españoles estén ocupados laboralmente [la población activa actual es de 12 millones]. Lograr una inflación del 3% para comienzos de 1997. Reducir el déficit público hasta el 1% para 1999, y hacer que entremos en el siglo XXI con un déficit que sea prácticamente cero".

¡Ni Newt Gingrich!

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