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LA LLEGADA DE 1996

Tragicomedia del fin de año

La Nochevieja en un teatro, al volante de un autobús o con la escoba limpiando la Puerta del Sol

En la platea del teatro Marquina, la representación de ¡Hombres! cesó 10 minutos antes de que terminara el año. Los personajes desaparecieron, y todos, actores y espectadores, escucharon en silencio una emisora de radio que cantaba las campanadas. En ese mismo momento, un conductor de autobús, al volante de su vehículo, solo, se daba cuenta de que 1995 había terminado porque oía los estallidos de los petardos callejeros. Son dos maneras muy diferentes de despedir el año.El vestíbulo del Marquina parecía más un gran centro comercial que la entrada de un teatro. Las 5.000 pesetas de la butaca incluían una bolsa con cotillón botellín de cava y la docena de uvas de la suerte. El público, 500 personas que llenaron el teatro, era variopinto, pero abundaban las parejas de novios de a mano y las pandillas de matrimonios de mediana edad.

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Estallidos en la función

Cuando estaba a punto de comenzar la función y mientras una voz anunciaba algunas de las virtudes de los ¡Hombres! ("el hombre que ronca no tiene perdón de Dios"), el Público llenó ya las butacas de la sala de serpentinas y de globos de colores. Alguno de ellos estallaría durante la representación. "Que se note que es Nochevieja", decían varias parejas de matrimonios de las últimas filas. Antes, las cinco actrices catalanas que representaban la obra habían apurado en los camerinos, junto al personal del teatro, el salmón, las angulas, el caviar y el solomillo de su última cena de 1995. Una de ellas, Miriam Iscla, de 29 años, lamentaba: "La pena es que no podernos darnos el atracón porque tenemos que salir al escenario y hay que estar ligeritas". Tres de ellas -Ágata Roca, Mamen Duch y Carmen Pla- vivían su primera Nochevieja sobre las tablas. "Es un disfrute increíble saber que empezamos una función en un año y la acabamos en otro. De todas formas, nos acompañan muchos amigos y familiares que han venido desde Barcelona", se consolaba Mamen.Los parientes de Agata se quedaron en Cataluña. "Soy la única que está solita", confesaba con voz muy suave. Y al oírla, Mamen gritó desde el otro lado del camerino: "Estás con todas nosotras, tus amigas". Y Ágata se repuso con una sonrisa dedicada a su compañera: "Aunque echas de menos a los tuyos, me apetecía estar en Madrid y romper con la rutina. Creo que si empiezas el año de forma distinta a la habitual todo será mejor".

La función -como en otros teatros- se interrumpió a falta de 10 minutos para 1996. Las luces se encendieron. El público comenzó a preparar las uvas y a descorchar los benjamines de cava. El responsable de sonido del teatro enchufó la radio. Allí, en la SER, estaban Guillermo, Fesser y Juan Luis Cano, Gomaespuma, para animar los minutos previos a las campanadas.

La sala, totalmente iluminada, se transformó en una algarabía. de pitidos matasuegras.

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Hacía mucho calor. Alguno se levantaba. Los señores, de traje y corbata. Las señoras, de negro, lentejuelas y terciopelos. Una actriz catalana, Mont Plans, dirigía desde el escenario: "Primero van los cuartos, ya, ya, ya. Y después van las campanadas, no se despisten". Y llegó la primera. Y la segunda. Y una tras otra retumbaron entre las butacas hasta llegar a las 12. El público -unos se conocían, otros no- se deseó toda la felicidad que puede caber en un año. "Que tenga feliz 1996. Yo vengo de Sevilla. Me encanta esa ciudad, pero la Nochevieja, como en Madrid en ningún sitio", decía en medio de abrazos y felicitaciones Carlos Guiar, de 36 años, que trabaja en Canal Sur.

"Feliz año nuevo", le deseaba Javier Peralta a su esposa Pilar Vicente. Después de 28 -años casados, el domingo huyeron de sus hijos, sus nietos y de la "aburrida televisión" para vivir una experiencia nueva: recibir el año entre las butacas de un teatro. "Es muy emocionante, además la obra nos está gustando mucho", decía Javier feliz, mientras abrazaba a Pilar. Después de las uvas, las cinco chicas volvieron a pelearse con los ¡Hombres! Y como premio a la concurrencia se sortearon un viaje, un jamón, una noche en hotel, un televisor y hasta cremas para las señoras. Después, al final, tres muchachos de carnes maceradas en el gimnasio, los Chicos de Mambo Shows, ofrecieron una muestra de canciones e imitaciones.

A la salida, preguntándose a sí mismos qué hacer con el aguacero que caía afuera, cuatro, personas intercamblaban comentarios sobre la obra y sobre los hombres. Habían llegado desde Valencia el mismo día 31 expresamente para ver la función. "En Valencia no se estila en Nochevieja cenar en familia; lo normal es ir a una fiesta a eso de las once contaba Alfonso Ribarocha, de 31 años. "Es algo nuevo esto de venir al teatro. Ya estábamos hartos de fiestas. Ahora nos vamos al hotel, y mañana regresamos a Valencia. El año que viene repetiremos en otro teatro, pero en otra ciudad; tal vez en Barcelona".

Horas después de que el público abandonara la sala, el conductor de autobús nocturno' José Luis Pacheco, de 30 años, contaba a quien le preguntara dónde se había celebrado la mayor macrofiesta de la ciudad: "En Cibeles", decía al volante de su M-15, "dentro del atascazo". Fue el comentario de taxistas, de autobuseros, de automovilistas que se desplazaban de acá para allá en la primera noche del año. Duró cerca de una hora. Desde las 2.30 a las 3.30. "Estuvimos completamente parados; coches, y autobuses", se quejaba Pacheco. El taxista Alberto Galache fue otro de los que encallaron en la plaza de Cibeles a la fatídica hora. "No había nigún guardia. Al final, un italiano que iba en un taxi salió del coche y se puso, con dos narices, a ordenar los coches para un lado y para otro, y con eso se fue solucionando el asunto", contaba el taxista.

Otro protagonista de la noche fue la lluvia. Un aguacero continuado despobló prácticamente las calles de la ciudad durante la madrugada. Con todo, bajo el chaparrón, protegidos con unos vistosos impermeables amarillos y dentro de unas botas de plástico, 20 empleados municipales se afanaban en limpiar de cristales y destrozos desmochados de botella la Puerta del Sol. Mientras los empleados adecentaban el pavimento -con cara de circunstancias pero a buen ritmo-, decenas de personas -la mayoría extranjeras-, brujuleaban por Sol preguntando a los aborígenes por direcciones de sitios abiertos. Eran, más o menos, las cinco de la madrugada cuando del Casino de Madrid comenzaron a salir parejas de gente mayor impecablemente vestidas. Se mezclaban en la acera con batallones de jóvenes pálidos que ya emprendían la retirada hacia la cama.

Np lejos de ellos, en Cibeles, Ismael, de 33 años, contaba con algo de amargura cómo había sido su Nochevieja: a las doce en punto, mientras la ciudad entera engullía las uvas de la suerte, este hombre enfilaba, completamente solo en su autobús, Villaverde Alto. "Supe que eran las doce por el ruido de los petardos", contaba cuando el año ya andaba por su quinta hora. "A mí", prosigue, "ni me apetecía enterarme de cuándo era el Fin del año; me daba igual. Al no poder estar con mi mujer y con mi hija, pues todo me resbalaba".

Ismael contaba esto a las 5.15 en la parada de los autobuses nocturnos de Cibeles. En la radio de Charlie -el vendedor de pipas y tabaco que siempre se coloca ahí- sonaba el Help! de los Beatles. En esto salieron los búhos. A las 5.30 en punto. Con poca gente. Según los conductores, la avalancha se produce siempre hacia las siete o las ocho de la mañana, cuando todo ha acabado.

El búho de Ismael recogió a una decena de jóvenes en Aluche procedentes de una fiesta ya liquidada. Se subieron cantando. Y el conductor regresó a Cibeles, para completar el último servicio del día, el primero del año. Por entonces, las cafeterías proveedoras de chocolate comenzaban a llenarse de personas vestidas de gala y necesitadas de meter en el estómago algo caliente. Ya eran casi las seis de la mañana y por fin había dejado de llover.

La brigada de limpieza y los concejales Luis Molina y José Ignacio Echeverría (titulares de de Limpieza y Tráfico, respectivamente), que Permanecieron a pie de alcantarilla, habían desaparecido tras terminar su trabajo en la Puerta del Sol: la plaza ya estaba limpia para recibir al primer amanecer de 1996.

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