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PALEOBOTÁNICA: MÁDERAS FOSILES

Aparece un bosque de hace 5.000 años sumergido en la costa de Cantabria

Hace quizá un año, en una playa cántabra, alguien se fijó en unas maderas que sobresalían de la arena cuando la marea bajaba. Se lo contó a un ingenero; éste, a una geóloga; ella, a otros colegas... Y así, gracias al boca a boca, se descubrió un auténtico bosque fósil: un centenar de troncos que guardan bajo el agua un arsenal de información sobre el clima, la fauna y el paisaje de hace 5.000 años. La descifrará un grupo español que estudia maderas muy antiguas no carbonizadas, un tipo de resto aún poco popular entre los paleobotánicos, pero que promete llegar a serlo tanto como el polen.Junto al bosque sumergido hay un acantilado con impresiones -moldes- de hojas de sauce y roble, de avellanas y bellotas, y hasta de algo que "no recuerda a ninguna estructura vegetal alguna", dice Fernando Manzaneque, miembro del equipo de la Escuela Superior de Ingenieros de Montes (Madrid), que todavía da vueltas a las muestras recogidas el verano pasado y por eso no revela la localización de esta playa. Ni de otras tres en la misma costa con secretos parecidos.

Los demás trabajos de este grupo en toda España sí hablan ya acerca del paisaje ibérico en el pasado. "Tenemos maderas cretácicas, de hace 150 millones de años, pero nos interesa en especial el holoceno (10.000 años) porque la vegetación está rnás relacionada con la actual -la última glaciación, hace 20.000 años, seleccionó las especies hoy consideradas autóctonas-, y refleja el grado de actuación del hombre sobre el paisaje. Esto sirve, entre otras cosas, para planificar la recomposición de las cubiertas vegetales", señala Carlos Morla.

'Pinus pinaster'

En la docena de yacimientos de este periodo encontrados hasta ahora hay especies como abedules, robles, olmos y varios tipos de pino. Los Pinus pinaster de hace varios milenios descubiertos en Soria y en la cornisa cantábrica, por ejemplo, permiten defender el carácter autóctono de esta conífera en áreas donde algunos, acusándola de intrusa muy favorecida por las políticas de repoblación, la amenazan con talas masivas.

Ahora quizá aparezcan olmos cerca de Madrid -especie polémica en la zona-, y los investigadores también se han llevado sorpresas en El Cerrato (Palencia). "Supimos que había un pozo del que la gente siempre sacaba piñas, en un sitio donde hoy sólo hay un encinar con sabinas típico de climas rnás bien secos. Dimos con un yacimiento importante de Pinus nigra de 4.000 años de edad", dice Sonia Roig, "y esto apunta a un clima más frío y húmedo en aquel entonces".

Las maderas del holoceno (subfósiles) aún conservan la materia orgánica sin mineralizar. A simple vista no se distinguen de las actuales, así que para dar con un yacimiento -fundamentalmente turberas donde el material se preserva bien por la falta de oxigenación- hay que estar al tanto de lo que cuentan los guardas forestales o seguir el rastro de los buscadores de polen, los paleobotánicos con más datos. Los restos pueden ser de todos los tamaños, y no exigen sierra de diamante para el corte, como los troncos fosilizados.

A la fase siguiente de la investigación sólo acceden las muestras muy fiables: enviar a datar por carbono 14 un tronco de anteayer supone tirar unas 35.000 pesetas. Y una vez establecida la edad se sacan de la madera cortes muy finos -de micras-, hechos de tal forma que muestren todas las caras posibles de las células, y se observan al microscopio.

Así, casi siempre se llega a determinar la especie, algo imposible con el polen. Ambos restos, sin embargo, se complementan. El polen, que por su abundancia en los distintos estratos geológicos aporta información más amplia y secuencial en el tiempo, revela cómo las herbáceas fueron ganando terreno a los árboles con la llegada de la agricultura, o que las hayas llevan cinco milenios expandiéndose. "No se puede pintar un paisaje así con restos no microscópicos", explica Morla, "pero ellos añaden el detalle". Una precisión fundamental cuando distintas especies de una misma familia viven en climas diferentes o albergan una fauna particular.

Evolución del clima

No obstante, los expertos consideran que la cualidad especifica de las maderas frente al polen y los demás macrorrestos (frutos, impresiones y carbones) está aún por explotar. "En los anillos de crecimiento se archiva información tan valiosa como la evolución del clima durante la vida del árbol", dice el ingeniero e historiador Luis Javier Sánchez. Pero los dendocrinólogos, aunque analizan ya los anillos de maderas muy antiguas, aún no han abordado de forma sistemática los de maderas fósiles ni subfósiles.

Su trabajo vendría muy bien también a los arqueólogos, cada vez más interesados, según Sánchez, en conocer el medio en que vivía el hombre. "El bosque no lo crea el hombre, pero condiciona su vida e implica un clima y una fauna concretos, tal vez incluso determinadas relaciones de intercambio".

El motivo de que apenas se recurra todavía a este tipo de restos -ni en España ni fuera- es para este experto sólo la falta de difusión. "Hay muchas maderas procedentes de excavaciones que los arqueólogos las guardan, aunque no tengan valor cultural, por si acaso contienen información".

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