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La Unión Europea, un proceso "sui géneris"

Ana Palacio

En la pasada cumbre infornal de Mallorca los Quince han "constatado" (sic) con carácter orientativo una agenda para la Conferencia Intergubernamental de 1996 (CIG). Ahora el llamado Grupo de Reflexión continuará con su tarea: examinar y elaborar propuestas sobre las disposiciones del Tratado de la Unión Europea (TUE) que requieren una revisión y, ante la perspectiva de la ampliación, preparar opciones sobre las cuestiones institucionales expuestas en las conclusiones del Consejo Europeo de Bruselas y en el acuerdo de Ioannina.No es fácil la labor encomendada a este selecto plantel de políticos y diplomáticos de los Estados miembros y altos funcionarios de la euroburocracia de Bruselas, presididos por nuestro embajador, Carlos Westendorp.

El Informe de Etapa, en el que el grupo resume la primera "ronda" de contactos con las instituciones y Gobiernos llamados a protagonizar el evento del 96, expone tanto los desafíos que la reforma debe abordar como, a partir de éstos, las posibles vías de solución; reseña además las actitudes previas -lamentablemente no muy homogéneas- de los socios comunitarios. Y es precisamente el rigor con que se ha acometido el trabajo el que pone de manifiesto, con preocupante crudeza, la desorientación que padece el proceso de edificación europea; alejado de los sentimientos de las sociedades nacionales, carente de un método operativo y falto de obJetivos definidos.

Esta indefinición, que convierte la Unión Europea (UE) en ciernes en un híbrido difícilmente identificable, resulta particularmente llamativa. No es casual que en el primer capítulo del Informe se haga un paladino reconocimiento de tal incertidumbre: la construcción europea -se dice- ha de hacerse mediante "un proceso sui géneris", con ,objetivos en permanente mutación ( ... ) que los adapta en la medida en que la evolución de las circunstancias así lo exige". Sin embargo, si la consabida retórica machadiana "se hace camino al' andar" es literariamente un hallazgo, a nadie se le oculta que en política general, y sobre todo en la gran política supranacional, partir hacia ninguna parte, "ir haciendo" en la confianza de que mediado el viaje se hallará el punto de destino, es una actitud abocada al fracaso cuando no auténticamente suicida. Y no es ésta la única mención en el documento comentado al carácter sui géneris de la construcción europea: se alega por algunos Gobiernos como argumento para no racionalizar el asilvestrado panorama de las normas comunitarias. Y también se pretexta este carácter sui géneris para preservar el actual "equilibrio institucional": la debilidad del poder normativo del Parlamento, el mantenimiento de la actual situación de iniciativa normativa que ostenta la Comisión y el desempeño por el Consejo de poderes ejecutivos y legislativos a menudo peligrosamente confundidos, factores todos ellos que impiden, en detrimento de la ciudadania, que la UE se nos presente como algo más que un OPNI (Objeto Político no Identificado-Rocard).

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Es evidente que el encargo que han recibido los expertos del Grupo de Reflexión es muy concreto, y no versa, por supuesto, sobre el sentido profundo de la reforma ni sobre la concepción final de la UE. Sin embargo, sí requiere una previa toma de conciencia de la realidad. Y esta realidad es poco estimulante: la UE, económicamente dominada por una Alemania cada día más hegemónica, carece de cohesión política, como lo prueba la inexistencia de una proyección exterior digna: el conflicto de la antigua Yugoslavia, en el corazón del continente,la permanecido dramáticamente empantanado hasta que han desembarcado con autoridad los norteamericanos poniendo coto al genocidio, al horror, a la vergüenza, y propiciando al menos la posibilidad de un comienzo de solución. A la vista de estos hechos incontestables resulta un sarcasmo que el documento exprese la necesidad de que las reformas proyectadas pongan a la UE "en condiciones de seguir siendo el principal factor de paz y prosperidad en nuestro continente.

El Informe de Etapa detecta con realismo la "creciente insatisfacción ciudadana" respecto "a la cosa pública en general y a la construcción europea en particu lar". Pese a ello, de la mera lectura de las soluciones propugnadas se desprende que, por cortas y técnicas, resultarán manifiestamente inútiles para alcanzar el declarado objetivo de adhesión de la opinión pública. Porque el documento se plantea, por ejemplo, si hay que conceder personalidad jurídica a la UE o si le adopta un esquema de "geometría variable" de "opting in u opting out" en las distintas áreas, propuestas todas estas igualmente incapaces de suscitar entusiasmo por parte del ciudadano de a pie. Por el contrario, lo que le puede interesar verdaderamente es la fijación de unos objetivos claros y elocuentes a la par que realistas: la consolidación de un espacio real de libertad y de seguridad y no un mero flatus vocis perdido en el TUE, la adopción -de una política de exterior y de defensa común -sobre la que apenas se proponen en el documento irrelevantes avances procedimentales- que otorgue a la UE un peso político internacional equivalente a su peso económico.

La inconsistencia de la UE, su nula proyección exterior, el escasísimo entusiasmo que la idea del proceso integrador suscita entre los ciudadanos, no se remediarán si no tenemos el coraje de no condescender con las carencias, con las inconsecuencias, si nos confirmamos con un proyecto sin pautas ni metas, negándonos a abordar de frente y por derecho los conflictos larvados existentes. Así, la repetida advocación "la UE, un proceso sui géneris " es un rótulo que recuerda sospechosamente a aquel "España es diferente" que sirvió un día de coartada para las insostenibles heterodoxias de un régimen sordo a las demandas de la realidad social.

Pero tal parece que el miedo a las palabras nos está condenando a la vaciedad de los contenidos. Mientras tanto, la necesidad de reformar el TUE y otorgar mayor consistencia a la UE apremia ante la inminencia de que se produzca la nueva ampliación -que estará abierta a todos los países de Europa central y oriental, además de Malta y Chipre- para impedir que el exorbitante crecimiento produzca un colapso difícilmente evitable de otro modo. Si antes de esta macroampliación no se sientan las bases claras de esa UE si no se marca el superior horizonte de una entidad que -llamemos a las cosas por su nombre- presupone una transferencia real de soberania y la consolidación de un marco jurídico, coherente y sólido, no hay duda de que la UE retrocederá precipitándose en lo que, en puridad, nunca ha dejado de ser: un gran mercado, un gran bazar, un zoco sujeto a la ley que marcan las hegemonías, económicas, en perjuicio del ciudadano, en detrimento del derecho, que es, no se olvide, garantía de libertad.

Ana Palacio, eurodiputada del PP, es vicepresidenta de la Comísión Jurídica del Parlamento Europeo

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