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Alfonso aniquila al Zaragoza

El Betis supera con holgura a un rival acomplejado

SANTIAGO ROLDÁN Alfonso resultó ser el deseado. Redondeó un partido formidable en el que no faltó el adorno. Aniquiló al Zaragoza empleando una astucia y un desparpajo pasmosos. Abrió el marcador cuando los maños empezaban a organizarse después de una salida en tromba y cerró la cuenta poco después de que llegaran los miedos a los terrenos del Betis. Villamarín quedó ayer prendado de la exhibición de un futbolista de cine que esperó el estreno en Heliópolis para empezar a escribir su leyenda. Serra Ferrer lo premió con un descanso anticipado para que la hinchada sacara humo de las palmas.

El Betis preparó con tramoya de calidad la escena de su debú en casa. Encaró al Zaragoza sin pr , estar atención a la cautela que impone todo un campeón de la Recopa. Quiso desde el principio ganar el Partido por la tremenda.

Del resultado de una salida electrizante apareció un enemigo huidizo y desconfiado, plagado de complejos. Fue un equipo con un arranque descorazonador, gobernado siempre e indispuesto a dar respuesta alguna a la contra.

A Cuartero no se le apareció precisamente la virgen. Tuvo en frente a Alfonso, inspirado como nunca. El carísimo delantero hizo añicos al ayer sustituto de Cáceres. Alfonso procuró ilustrar su debú. Le salió todo. Quebró y requebró a su. par y consiguió abrir el marcador con un gol de escaparate: tomó la cara a Juanmi desde lejos; debió pensar que, estando tan solo, todo resultaba demasiado sencillo. Pero este elemento atacante que ha fichado el Betis a golpe de talonario huye de la sencillez. Lo suyo es recibir, anudar al rival y pensar después. Y así fue. Se marchó, esperó a Juanmi, lo sentó y, sólo después de quedar contento con tal número de circo, empujó el balón con elegancia.

Villamarín se convirtió en un manicomio que apenas tuvo tiempo para saludar la excelente diana que le regaló, tres minutos más tarde, Pier. Otro gol de diseño, una vaselina espectacular.

Y el Zaragoza apareció. Por fin apareció en la cancha. Tarde, pero salió de su escondrijo. Dio otro aire al choque. El partido existía. Pero Víctor Fernández se encontró delante a otro equipo, naturalmente. El suyo lo intentó y murió a encontronazos contra un rival de acero. Ni Dan¡ ni Morientes hallaron el atajo para superar a Ureña, magnífico en el corte y en la marca. Y, aunque el Zaragoza no se arregló de hechuras encontró algo de suerte. Morientes, escondido en un rincón del área acertó a cabecear un córner con rosca de un experto en el toque: Aragón. El gol no le sirvió para nada. Quien lo había marcado se enfrascó después en una pelea con Vidakovic con el árbitro por testigo. Morientes se fue a la calle. Su expulsión devolvió al Zaragoza al anonimato. Alfonso apareció otra vez. Abrió la chistera un par de veces más causando alboroto en el graderío y renovó el vigor de su equipo.

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