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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una luz en Ginebra

NO SERÁ fácil trasladar a los hechos el acuerdo alcanzado ayer en Ginebra por los ministros de Asuntos Exteriores de los tres Estados reconocidos internacionalmente tras la desintegración de Yugoslavia: Ser bia-Montenegro, Croacia y Bosnia-Herzegovina. El acuerdo deja muchos flecos sueltos, además está por ver que sea aceptado por los que combaten sobre el terreno. Así lo reconocieron Richard Holbrooke y Carl Bildt, negociadores, respectivamente, de Estados Unidos y la Unión Europea. Y sin embargo, el encuentro de Ginebra y la declaración conjunta con que concluyó son la primera luz de esperanza en los Balcanes en mucho tiempo. Los tres Estados firmantes aceptan su mutuo reconocimiento, proclaman el mantenimiento de la existencia formal de un Estado bosnio en sus fronteras reconocidas y dan luz verde a la existencia en su interior de dos entidades: una federación de croatas y musulmanes, con un 51% del territorio, y una república serbia, con el 49%.El acuerdo fue alcanzado en la legación norteamericana de la ciudad suiza para confirmar simbólicamente que ha sido la decisión de Bill Clinton de tomar el asunto balcánico en sus manos lo que ha provocado el que Occidente tenga por primera vez una actitud coherente: firmeza militar frente a las bandas serbobosnias a la hora de exigir el respeto a las zonas declaradas seguras por la ONU, y firmeza diplomática a la hora de sentar a la mesa de negociaciones a todas las partes en conflicto. Nadie pensaba que la reunión de Ginebra fuera a llevar de inmediato la paz a los Balcanes. Se trataba de abrir un capítulo negociador, y en ese sentido fue un éxito. Como lo fue el que estuvieran representados en el seno de la delegación enviada por Belgrado los rebeldes serbobosnios, pese a estar sufriendo al tiempo las operaciones de castigo de los aviones de la OTAN por su empecinamiento en no levantar el cerco de Sarajevo.

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De la nueva etapa de la crisis bosnia ya pueden extraerse varias lecciones. La primera es que llega un momento en que frente a los extremistas que se han acostumbrado a desafiar impunemente a la comunidad internacional, las democracias deben usar la fuerza para dar credibilidad a su búsqueda diplomática de la paz. La segunda es que los países de la Unión Europea todavía no están capacitados para resolver por sí solos una compleja y grave situación bélica en el Viejo Continente. Ha sido precisa la intervención norteamericana, y ésta se ha producido cuando Clinton comprendió que no puede negar, a la elección presidencial de 1996 con esa tragedia abriendo los telediarios. Otros factores han favorecido el alumbramiento de una esperanza de paz. La derrota de los serbios en Krajina mostró que éstos no eran. invencibles y despejó el terreno para un posible entendimiento entre la Croacia de Tudjman y la Serbia de Milosevic. La toma por los serbobosnios de Srebrenica y la granada que lanzaron contra el mercado de Sarajevo inclinó la opinión occidental a favor de la intervención.

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Es obvio que los meros ataques aéreos no conseguirán doblegar por completo al general Mladic y los suyos. Pero lo ocurrido en las últimas dos semanas ha revelado que esas acciones no provocan la situación apocalíptica que presagiaban los partidarios de la no intervención. Ni la OTAN está pagando sobre el terreno un elevado precio en vidas humanas y material, ni los serbobosnios han sembrado el caos en las capitales occidentales, ni éstos han boicoteado la reunión de Ginebra, ni la guerra se ha extendido por todos los Balcanes. Queda, eso sí, el enfado de Rusia, que ayer alcanzó el nivel de la amenaza. Yeltsin dijo que si la OTAN no cesa en sus acciones, Rusia puede apoyar 66más allá de lo humanitario" a los serbios.

No hay que exagerar los peligros derivados del enfado ruso, pero tampoco despreciarlos. Yeltsin se ve obligado a actuar así por una fuerte presión interior. Los militares y los sectores nacionalistas y comunistas viven como una humillación el debilitamiento del papel de superpotencia de Rusia y el castigo infligido a sus parientes serbios. Los occidentales deben tener muy en cuenta este hecho. Quizá una posible vía de entendimiento sea la de ofrecer un pacto: el fin de las acciones aéreas a cambio de que Moscú use su influencia sobre los serbios de Belgrado -y los de Pale- para que se respeten las decisiones sobre la se guridad de Sarajevo y otras zonas que no han sido tomadas en Washington o Bruselas, sino por la comunidad internacional a través de la ONU. Moscú debe recordar también a los serbobosnios que final mente han obtenido una victoria al ver reconocida la república que autoproclamaron.

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