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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

50 años de la ONU

HACE AHORA medio siglo, los Estados vecedores de la Segunda Guerra Mundial se reunieron en San Francisco para crear la Organización de las Naciones Unidas con la misión fundamental de evitar que se produjesen nuevos conflictos bélicos en el mundo. El cincuentenario llega en un momento en el que llueven sobre la ONU duras críticas, unas más justificadas quebras. Su secretario general, Butros Butros-Gali, quería utilizar el aniversario para iniciar una gran reforma susceptible de enmendar errores y reactivar, si no el entusiasmo, al menos la confianza mínima que sus miembros han de depositar en la organización para que ésta siga siendo operativa.Hoy parece claro que esa reforma se ha abortado antes de iniciarse. En EE UU, cuya participación económica, política y militar es vital para la ONU, la opinión hoy dominante hacia esta organización oscila entre la indiferencia y la abierta hostilidad. Y otros Estados poderosos tienden también a utilizar su fuerza e influencia directamente sobre terceros países e ignorar el máximo foro internacional.

La ONU sólo puede ser lo que sus miembros -y sobre todo los miembros permanentes del Consejo de Seguridad- quieran que sea. Sin grandes ilusiones ya por aquel Gobierno mundial con el que algunos soñaron para imponer la armonía en todo el planeta, hay que hacer un análisis realista de cuáles son las misiones que puede cumplir la ONU con los medios que sus miembros están dispuestos a otorgarle. El nuevo mundo surgido tras la guerra fría exige también un replanteamiento del carácter y composición del Consejo de Seguridad. Era muy lógico en 1945 que Francia fuera un miembro permanente y no lo fueran Japón y Alemania. Hoy, ya no.

En sus operaciones humanitarias y pacificadoras más recientes están en primer plano sus fracasos en Somalia y Bosnia. Pero ha habido otras que tuvieron éxito, en Centroamérica y también en África. La efectividad de estas operaciones siempre dependerá mucho de los medios a su disposición. Éstos son hoy mínimos, ya que la morosidad de algunos miembros como EE UU y el innegable despilfarro de la burocracia internacional han situado, a la organización al borde de la bancarrota. Pero también depende de la unidad en el Consejo de Seguridad y de la decisión política de sus miembros.

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Fracasos y éxitos de la ONU son, ante todo, fracasos de los países más poderosos. Porque la ONU no tiene otro poder ejecutivo que el que le ceden sus miembros. Todos los capítulos de la Carta de la ONU tendentes a convertirla en una poderosa entidad capaz de imponer la ley internacional, con un estado mayor y un ejército a su disposición, nunca fueron aplicados. Ni es previsible que lo sean.

La ONU tiene que racionalizarse, acabar con proliferaciones absurdas y reducir su macroburocracia. Y pese a todo, tiene plena vigencia la reflexión de que el mundo está mejor con esta ONU tan imperfecta que sin ella. Y en estos momentos de debilidad de la idea del multilateralismo, de renacimiento de los particularismos, aislacionismos, alianzas y frentes hostiles, la ONU es tan necesaria o más que en aquella posguerra en la que, traumatizados por el horror de la II Guerra Mundial, los líderes de las potencias vencedoras la idearon.

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