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Ideas que matan

Las ideas no matan, dicen algunos, y no hay nada con lo que se pueda estar más de acuerdo si las ideas permanecen, digamos, en su mundo, ideas puras, ideas en un mundo no contaminado por los hombres.Sin embargo, no conozco arma más letal que las ideas, cuando se encarnan, y se hacen convicción, y, mas aún, fe o ideales. No puede decirse, sin embargo, ni siquiera en este caso, que las ideas maten. Quienes lo hacen son sus portadores; pero éstos no matarían si no lo fueran.

A veces, sin embargo, la idea no está en las causas que movilizan al asesino, sino sólo en la cobertura. Se puede matar por codicia y presentarse el asesino como autor inducido por ideas. hasta nobles, nobles ideales. ¿Cuántas guerras de conquista, dominación o depredación se han cubierto con nobles ideas? Ni se sabe. Y ¿cuántos asesinatos de conveniencia se han anidado en la nobleza de unos objetivos ideológicamente impecables? Los hombres, de un modo u otro, con frecuencia ensucian las ideas que tocan y, cuando no son movidos por ellas como estímulo de su pasión, las, utilizan como pantalla de esa misma pasión.

La experiencia nos dice, sin embargo, que no todo el que tiene un ideal es un asesino, ni siquiera un violento. Más aún, la inmensa mayoría, en nuestro país y en muchos otros, aunque tengan fuertes, arraigados ideales, se resisten a la práctica, e incluso a la teoría del asesinato como medio. ¿De qué depende que se traspase el límite? Como premisa básica, del absolutismo de la fe, del absolutismo de la convicción.

Si ésta llega al extremo de que la idea se considera por encima del hombre, de la persona, se ha sentado la semilla del asesinato. Ésta, aun así, casi nunca fructifica. Sólo cuando se produce, en situaciones no predeterminadas, la coherencia última con la convicción de que algunas ideas están por encima del hombre, y de ahí vendrá el terror, la Inquisición, los procesos de Moscú, el holocausto, o el IRA, o ETA, o la fatwa que condena a Rushdie. En todos estos casos y en otros muchos hay una inhumanidad de partida, una intelectual subordinación del hombre a la idea, a la convicción, a la fe. A veces adquiere tonos patéticos, como la madre que prefiere a su hijo muerto que descarriado, hay mucho fanatismo en el mundo.

En unas sociedades en las que la doctrina oficial y la ley predican el respeto a la vida, incluso desde la más altas instancias morales y constitucionales, el fanatismo, para operar, tiende a buscar un motivo más llevadero: la opresión. La respuesta a la opresión puede justificar la violencia; hasta el tiranicidio, como decía el jesuita P. Mariana. No hay que tener mucha imaginación para hablar de opresión, por ejemplo, en el caso de ETA; si la idea es tan absoluta que permite matar, ¿por qué no va a permitir mentir?

Las ideas no matan. Pero quienes las siembran pueden estar sembrando semillas de muerte; por supuesto, uno no debe renunciar a su verdad porque haya fanáticos dispuestos a asesinar por ella, pero tampoco puede desconocer los efectos que, por las circunstancias, producen en ciertos sujetos, porque hay una verdad que está por encima de "su verdad": la vida humana, la vida de quien sea. Y no me refiero, claro es, ni a los instigadores ni a los que celebran los asesinatos rituales, que, por supuesto, integran el macabro coro o partida de los asesinos, y deben ser tratados en consonancia con su actitud de autores o partícipes intelectuales.

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En estas guerras, algunos no violentos tienen una poco envidiable situación, porque es duro proclamar, la verdad propia, caiga quien caiga, aunque sea por obra de fanáticos terceros; porque no hay verdad caiga quien caiga. La vida humana debe estar, con todos los respetos, si no por encima, al menos a salvo de cualquier verdad.

No sé si es absurdo, pero sí sería reconfortante el rechazo previo por los no violentos de cualquier fruto de la violencia, puesto que no sólo el fin no legitima los medios, sino que, quizá, éstos deslegitiman el fin.

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