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Balladur se presenta como candidato presidencial en Francia por encima de los intereses partidarios

Enric González

Édouard Balladur dio ayer el paso decisivo hacia el palacio del Elíseo y se proclamó candidato a la presidencia de Francia. Todo el mundo sabía ya que Balladur, al que las encuestas dan como seguro ganador, se presentaría a las elecciones. La duda era cómo. Y lo hizo a la manera del general Charles de Gaulle, en una alocución televisada y radiada a mediodía desde su despacho de primer ministro, con voz grave pero en su misma mesa de trabajo, como si fuera un trámite más entre sus múltiples ocupaciones de estadista. En la tradición gaullista, dijo no ser "el candidato de un partido" y aspirar a ser el presidente de "todos los franceses". Apenas enunció un programa: "Hay que reformar sin rupturas ni fracturas", afirmó.

El probable programa de Édouard Balladur ha sido apuntado en recientes artículos y discursos: una visión de Europa tibia y cercana a los posiciones británicas, un reformismo apoyado en el uso intensivo del referéndum, un programa de creación de empleo con una reforma profunda de la educación y la, formación profesional y de una reducción de las cargas sociales sobre los salarios y una reforma de la justicia en la que se incluirá, según sus próximos, una amnistía para los políticos implicados en casos de corrupción.Durante sus 21 meses como primer ministro, Balladur ha conseguido mantener una cota de popularidad alta y estable. Los franceses han apreciado su firmeza en la tormenta monetaria del verano de 1993, su habilidad en las negociaciones del GATT (diciembre de 1993) y su decisión en el secuestro de un avión francés en Argel (diciembre de 1994). No le han culpado por sus retrocesos en las fallidas reformas de la educación y el mercado laboral juvenil, sino que los han interpretado como una actitud dialogante.

Tampoco le han relacionado personalmente con los constantes casos de corrupción que han agitado su mandato. El creciente alejamiento de la vida pública de François Mitterrand, por su enfermedad, ha contribuido a situarle en primer plano y a conferirle un porte de presidente de facto. Llegó al palacete Matignon, residencia del primer ministro, con la promesa pública de mantenerse al margen de ambiciones presidenciales y de trabajar en favor de su jefe, el líder gaullista Jacques Chirac. La ruptura de la promesa y la traición de que le acusan los chiraquianos (que ayer publicaron un anuncio a toda página en el diario Libération para exigirle por enésima vez que respetara sus compromisos) tampoco ha sido juzgada negativamente por la opinión pública.

El primer nombramiento fue el de la respetadísima centrista Simonne Veil, superviviente de los campos nazis y autora de la ley del aborto en 1975. Su apertura hacia el ala más progresista de la coalición Unión para la Democracia Francesa se compensó con la colocación en Interior del dirigente gaullista más duro, Charles Pasqua. Fue precisamente el respaldo de Pasqua a Balladur, anunciado la semana pasada, la señal definitiva de que incluso la derecha intransigente abandonaba al eterno perdedor Chirac para alinearse tras el primer ministro. Hasta el ultra Jean-Marie Le Pen dice preferir a Balladur antes que a Chirac, lo que condena al alcalde de París a una errática campaña de tono pseudoprogresista. Con todo, Jacques Chirac sigue siendo el principal rival: el gran duelo no sólo se limita a la derecha, sino a dos militantes de la Reagrupación para la República (RPR), uno de los partidos que componen la gran mayoría conservadora en el Parlamento.

Los otros candidatos de la derecha (Le Pen, Philippe de Villiers, Charles Millon y quizá Raymond Barre) quedan a distancia. El camino de Balladur no es, sin embargo, tan rosa como lo pintan los sondeos o su guardia pretoriana, la cual pregona que el primer ministro puede sentar el precedente histórico de obtener la mayoría -absoluta ya en la primera vuelta. Dos de cada tres parlamentarios gaullistas apoyan aún a Chirac, Fiero hay siete ministros gaullistas por Balladur, cuatro por Chirac y un indeciso.

Un 'obispo' que trata de usted a su mujer y a sus hijos

Sus compañeros de colegio le llamaban El obispo por su porte mayestático, su actitud distante y, probablemente, su mojigatería. Edouard Balladur, nacido el 2 de mayo de 1929 en la ciudad turca de Esmirna, vástago de una dinastía de grandes mayordomos reconvertidos al oficio de banqueros multimillonarios en el siglo pasado, mantiene las formas de su infancia: jamás falta a la misa dominical; trata de usted a su esposa Marie-Josèphe y a sus cuatro hijos; habla con una exquisita precisión, y se levanta de madrugada para leer poesía o filosofía, preferentemente Pascal y Descartes.Pero basta percibir su ironía, tan refinada como cruel, para constatar que no es tan insípido como parece. Quienes disfrutan del raro privilegio de acompañarle le tienen por un hombre divertido, sarcástico, inteligente y muy ambicioso. Licenciado en la elitista Escuela Nacional de Administración con excelentes notas, se curtió como alto servidor del Estado a la sombra del ex presidente Georges Pompidou. Fue, junto a su "amigo de 30 años" Jacques Chirac, el cerebro gris de los acuerdos de Grenelle, que pusieron fin a la revuelta de Mayo del 68. Y cuando Pompidou alcanzó la presidencia, en 1969, se cuidó de situar al eficiente Balladur en el cargo de secretario general del Elíseo. Valèry Giscard d'Estaing, primero, y François Mitterrand, después, le condenaron al exilio en la empresa privada.

Sólo pudo reaparecer en 1986, en la primera cohabitación, como ministro de Finanzas a las órdenes de Chirac. En 1993, éste creyó que Balladur sería ideal para calentar la silla de Matignon mientras él se preparaba para llegar al Elíseo. Como alto funcionario, Balladur es muy difícil de batir. Como político prefiere la indefinición. Ésto arroja dudas sobre su capacidad como candidato: nunca ha ganado unas elecciones, es incapaz de calentar un auditorio y le repugna estrechar manos desconocidas. Sólo puede ganar desde arriba, donde ahora está.

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