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Cipayos

Enrique Gil Calvo

Conozco un personaje cultural de la transición (cuyo nombre no delataré, por razones obvias) que sostiene la interesante tesis de que los vascos son ya lo único que queda de España. Y esta idea tiene muchas lecturas. Desde luego parece cierto que es en Euskadi donde mejor se conservan las esencias de la raza: el culto al vino, a los toros, a la madre, a la muerte y a la buena mesa, con fratrías masculinistas que poco tienen que envidiar a las hermandades andaluzas; de ahí que, a diferencia de los catalanes, que no se sienten integrados ni comprendidos cuando tienen que vivir en la capital, los vascos se encuentren tan aclimatados en Sevilla o en Madrid como en su propia casa. Pero aún se le puede sacar más punta a la idea, al advertir que sólo en el País Vasco sobreviven los viejos demonios fratricidas del casticismo estamental: la segregación racista de las castas foráneas, los juicios de limpieza de sangre, la persecución inquisitorial contra el infiel, los autos de fe con ejecuciones rituales en plaza pública, que al decir de don Américo Castro constituían la esencia misma de la realidad histórica de España, ya sólo perviven en tierra vasca.¿Cómo entender este arcaísmo premoderno en la región más industrializada? Existen muchos modos de explicarlo como mecanismo de defensa que reacciona contra la amenaza externa, y una de esas explicaciones procede del propio Américo Castro: la mejor defensa contra el enemigo es imitarle, contagiándote de su esencia más hostil. Y así, al igual que los cristianos viejos se contagiaron del paranoico sectarismo atribuido a los judíos, también los vascos se han empeñado en este siglo en imitar la fratricida crueldad española: el ejemplo del viva la muerte de la Legión es el ideal que anima hoy a ETA.

Ahora bien, estos mecanismos perversos de imitación paradójica son reversibles, pudiendo actuar en dirección opuesta. Si los vascos han aprendido a imitar perfectamente lo peor de los españoles, ¿por qué no habrían de comenzar ahora los españoles a imitar lo peor de los vascos? Pues bien, existen indicios de que ya stán comenzando a hacerlo. Y no me refiero a la compulsión homicida, pues afortunadamente no existe por el momento nada parecido a eso, pero sí, desde luego, al estilo retórico de la oposición política.Es notoria la permanente escalada de linchamiento verbal que la oposición vasca (el mundo de Herri Batasuna, con el diario Egin en cabeza) ha emprendido contra el Gobierno vasco, al que descalifican tachándolo de cipayo: y como las palabras no matan pero sí se devalúan, los opositores vascos se ven obligados a incrementar su escalada de insultos para sostener el clima de tensión verbal. La consecuencia la puede advertir cualquiera que viaje por el País Vasco: si los insultos matasen, las fachadas de sus calles parecerían cementerios de cipayos. Pues bien, es este estilo retórico de linchamiento verbal figurado el que ha pasado a ser imitado por la oposición política en Madrid: tanto los secuaces de Anguita y Aznar como los columnistas y tertulianos de la prensa y radio opositoras cada vez se parecen más a los energúmenos de Herri Batasuna, a juzgar por la escalada verbal de las condenas antigubernamentales que sus juicios sumarísimos sentencian. Tanto es así que de creerles se diría que el Gobierno es una partida de cipayos a los que todo patriota debiera gritar: ¡Kampora!

Como los insultos se devalúan con su uso y abuso, las escaladas verbalistas obligan a estar constantemente huyendo hacia delante hasta que se termina por perder el contacto con la realidad. Es cierto que este circo romano, donde se despedazan gladiadores y cipayos, parece entretener al público, permitiendo que los malos periodistas puedan vender ejemplares: pero entretiene por lo que tiene de espectáculo ficticio y no porque informe de la realidad. Y así es como de nuevo se produce el divorcio entre la España oficial, entretenida en comentar la ración diaria de maldiciones contra los cipayos, y la España real, cada vez más llena de desconfianza, escepticismo e incredulidad.

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