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Nasimi ve "extrañas coincidencias" entre el secuestro de sus hijos y su declaración en el juicio de Al Kassar

JESÚS DUVA "Nos trataron muy bien, nos dieron de comer marisco y nos compraron ropa". Así recordaban sus 36 horas de cautiverio los hermanos Abdul y Rula, de 14 y 15 años, respectivamente, hijos del comerciante sirio Mustafá Nasimi. Ambos fueron liberados por los Grupos Especiales de la policía (GEO) sobre las tres de la madrugada de ayer en un piso M barrio del Lucero, en Madrid. "Los policías me dieron más miedo que los secuestradores", reía Rula, abrazada a su padre. Éste dice ignorar cuál era el móvil del secuestro, pero recalca que es "extraña" la coincidencia entre este hecho y su próxima declaración en el juicio previsto para el 9 de enero contra el traficante de armas Monzer Al Kassar. "Aunque no quiero acusar a nadie...", añade antes de reconocer que tiene una añeja disputa con Al Kassar, al que imputa una deuda de 60 millones de pesetas.

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"El secuestro ha sido una chapuza", decía ayer Mustafá Nasimi en su chalé del número 40 de la calle de Carondelet, en la urbanización Conde de Orgaz. Todavía no sabe quiénes son los seis individuos detenidos por la Brigada Judicial de Madrid por su implicación en el rapto de los niños, si bien no duda en afirmar que se trata de mercenarios contratados para este trabajo.Rula y su hermano Abdul -dos de los cuatro hijos del comerciante sirio- fueron raptados sobre las dos de la tarde del viernes frente a una clínica de las proximidades del centro comercial de Arturo Soria. Dos automóviles -uno por delante y otro por detrás- le cerraron al paso al Peugeot 405 en el que viajaban los dos niños, junto con una hermana menor y el chófer de la familia. Bajo la amenaza de sendas pistolas, dos desconocidos obligaron a Rula y Abdul a subir a "un coche gris", según recorciaba ayer la joven.

Los dos chicos fueron trasladados después hasta el centro comercial Hipercor de la calle de Méndez Alvaro, en la zona sur de la capital. "Dijeron que se les había estropeado el coche, aunque seguía funcionando. Pararon un taxi y nos subimos nosotros y dos secuestradores. El taxista no paraba de mirar por el espejo retrovisor hasta que llegamos al barrio del Lucero. Le mandaron parar, le dieron 1.000 pesetas y le dejaron el cambio como propina", explica Abdul con desparpajo.

Cada uno de los raptores tomó de la mano a uno de los niños para evitar que éstos pudieran escapar. Tuvieron que caminar unos 200 metros hasta llegar al segundo piso del número 19 de la calle Huerta de Castañeda. Una vivienda "sucia y desordenada", según Rula, en la que ella y su hermano estuvieron permanentemente vigilados por alguno de los secuestradores.

"Nos dijeron que no tuviéramos miedo, que no nos iban a hacer daño, que nos soltarían el domingo por la noche, que mi padre ya sabía que estábamos bien y que sólo querían hacerle llegar a él un mensaje", relata uno de los hermanos Nasimi. Los niños permanecieron en esta vivienda siempre con luz artificial, tras ser advertidos de que nunca debían abrir las ventanas o descorrer las cortinas.

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Uno de los tres colombianos que les tuvieron retenidos -el que aparentaba mayor edad- salió a la calle y regresó con comida, pijamas y pantalones para los niños, quiénes astutamente advirtieron que "eran comprados en El Corte Inglés". "Nos explicó que él no tenía dinero, pero que se lo había dado el jefe de su organización", señala Abdul. Ese mismo individuo era el encargado de cocinar: arroz, patatas, marisco y pescados fueron los alimentos que les sirvió durante el largo cautiverio.

Abdul y Rula durmieron juntos en una cama matrimonial porque así lo desearon arribos. No querían separarse ni un momento. Quien les vigilaba más de cerca era el más joven de los tres delincuentes: un hombre que aparentaba unos 19 años y que respondía al nombre de Oscar. "Creo que se llamaba Óscar Buendía o algo así", recordaban ayer. Otro de los secuestradores atendía por el nombre de Pablo, al que los chiquillos calculan una edad de 23 años. El tercero de la banda era el que parecía llevar la voz cantante y salía cada cuatro o cinco horas de la vivienda.

Relojes en el congelador

Rula y Abdul, tranquilos y vivarachos, recuerdan con total nitidez un cúmulo de detalles (le su odisea. Por ejemplo, que los colombianos les quitaron las joyas y los relojes y se los guardaron en el congelador del frigorífico, "porque creían que esos objetos ocultaban emisores". Por ejemplo, que cuando uno de los niños iba al cuarto de baño, el tal óscar le vigilaba discretamente a través de una ventana de la cocina. O, por ejemplo, que los secuestradores tenían un aparato buscapersonas y que "se reían cada vez que les llamaban dándoles un mensaje".

En la tarde del sábado, un hombre llamó a la vivienda donde estaban recluidos los jóvenes. "Era el portéro de la finca, que quería que le pagaran 4.000 pesetas de la, comunidad; pero los secuestradores no le pagaron porque no tenían dinero". Mustafá Nasimi sospecha que el presunto portero era en realidad un policía disfrazado, que trataba así de comprobar algunos detalles antes de la operación de asalto.

Agentes de la Brigada Judicial de Madrid, al mando del comisario Juan Antonio González, han detenido a seis personas por su implicación en el secuestro. Se trata de cuatro colombianos y dos marroquíes, cuya identidad no se ha facilitado.

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