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La factura

Arturo Romaní ya llevaba compareciendo una cantidad de horas equivalente a la de los siete consejeros juntos que le han precedido -Rivas, Sáez de Montagut, De la Mora, Figaredo, Lasarte, Núñez y Gómez-Acebo-, cuando el jueiz Manuel García-Castellón formalizó anoche la prisión incondicional sin fianza. Lo sugestivo: el juez y el fiscal es taban interrogando de facto en la persona de Romaní también a Mario Conde. Aparte de los hechos personales de los que se acusa al ex vicepresidente de Banesto y exvicepresidente y consejero delegado de la Corporación Industrial, pues, hay otros conexos a los presuntos delitos que se imputarán a Conde. Por eso el juez acudió a la declaración enciclopedica de Romaní.La idea de que Romaní era lo que se dice coloquialmente la mano derecha del ex presidente es inexacta por una razón: Conde no tenía mano derecha. Los hombres que siempre le han rodeado reinaban en su parcelita particular, a excepción de uno: Romaní. Sus poderes en las empresas industriales y participadas, primero, y en la Corporación, después, fueron omnímodos. Desde luego obedecía a Conde, como todos los demás, pero desde una autonomía que ninguno de sus colegas del círculo íntimo se atrevía a ejercitar.

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La Corporación resultó ser una fuente de múltiples operaciones de compraventa de empresas y paquetes accionariales desde su creación en 1990. Pero esto, que puede parecer una obviedad, es un elemento clave: muchas de esas compraventas nunca se sometieron a las más elementales reglas de la transparencia. Por tanto, había un caldo de cultivo para la arbitrariedad y el fraude, en el sentido de utilizar prácticas deshonestas a fin de obtener ventajas materiales.

La posición personal de Romaní conoció un enriquecimiento imparable al compás de su actividad en la Corporación. Los movimientos de sus múltiples sociedades patrimoniales, las compras, y las ventas, los créditos, con Banesto y con otras entidades, revelan que difícilmente los sueldos de Romaní, en el banco y en el grupo industrial, le permitían mantener el tren de vida que llevaba.

Romaní, pues, no está en prisión sólo por presuntas operaciones de enriquecimiento ilícito personal (compraventa del paquete de acciones en Prebetong Aragón) o evaporación de dinero (opción de venta de Carburos Metálicos pagada por Air Products), sino, como se ha dicho, por otro aspecto de su gestión: autorizó en la Corporación un conjunto de actividades que beneficiaron a personas próximas a su entorno y al de Conde.

En resumen: Romaní ingresó ayer en la cárcel por su asuntos personales, pero también muy directamente por aquellas actividades que permitieron a sociedades y personas vinculadas presuntamente a Conde obtener una parte del botín.

Conde en el banco, y Romaní en la Corporación, edificaron las dos patas de ese paralelo que funcionaba en Banesto y cuyas decisiones, conciliábulos y maquinaciones no figuran en las actas de las comisiones ejecutivas y los consejos de administración. En realidad, esas comisiones y consejos se limitaban a extenderles un cheque en blanco.

A partir de las declaraciones de Romaní, el ex presidente de Banesto sabe, ahora más concretamente, cuáles son algunos de los cargos de los que se le acusa. Pero no conoce todos ni las pruebas que se tiene contra él. Y desde el ingreso de su amigo y colaborador en prisión también puede planificar mejor lo que le espera. Aunque el juez no instruye el sumario de la quiebra de Banesto sino de presuntos delitos cometidos durante una gestión, poco a poco, si éstos se confirman, una nueva y poderosa luz se proyectará sobre la administración de Mario Conde.

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