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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Amargo aniversario

LA DIMISIÓN del consejero catalán Josep Maria Cullell es justa y es necesaria. Su compañero de partido, Miquel Roca, ha sostenido la tesis exactamente contraria. Y el presidente de la Generalitat, Jordi Nijol, no ha dudado en defenderle aun poco antes del anuncio de la dimisión ante el Parlamento catalán. Les honra a ambos la defensa cerrada del dimisionario, que hay que interpretar más en clave moral, de no hacer leña del árbol caído, que como expresión de realismo político. Pero la dura realidad de las cosas es que es justo que dimita quien mantiene sobré sí serias dudas, respecto a la existencia de tráfico de influencias.Y también que es necerario que dimita quien debe concentrarse en defenderse a sí mismo y a su familia, evitando a la vez que su caso contamine el conjunto de la actividad del Gobierno. Cullell obré acertadamente presentando su dimisión el 8 de noviembre, al día siguiente de que se publicara la transcripción de una grabación telefónica que podía implicarle en un caso de tráfico de influencias. El ex consejero ha ido más lejos, sugiriendo la formación de una comisión de investigación que estudie la actuación de la Administración autonómi en el caso de los terrenos vendidos por su cuñado después de ser recalificados para construir. viviendas sociales. Pero la generosidad de su gesto no tiene visos de ser suficiente, ni para blanquearle de sus responsabilidades, cuestión que puede ser en último término tarea de los jueces, ni para frenar la sangría abierta en el flanco del Gobierno catalán. El caso Cullell es, a fin de cuentas, una minucia comparado con el escándalo De la Rosa, pero sitúa sobre la mesa un tipo de comportamiento que desgraciadamente afecta a todo el espectro político y a todas las admistraciones: en el más tibio de los casos, se trata de una presión más .O menos explícita de responsables políticos sobre la Administración para obtener ventajas personales.Es nuestra pequeña -o no tan pequeña- tangentópolis. Afecta de forma mucho más abrumadora a los partidos que llevan más tiempo en el poder, como es el caso de Convergècia Democrática, la organización hegemónica en Cataluña, que mañana celebra precisamente su 200 aniversario presentando la cabeza cortada de uno de sus más insignes fundadores. Esta amarga celebración permite observar un enorme paralelismo entre los dos partidos, amigos, CDC y PSOE, que se hallan ambos a punto de morir de éxito, tal como explicó en frase premonitoria el propio Felipe González.

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Pero la mayor peculiaridad catalana es la ausencia de alternativas al Gobierno de Pujol. Los socialistas se hallan atados a su propio desgaste en la gobernación del Estado. Los populares no cuentan con fuerza más que para seguir practicando la erosión. Esquerra Republicana es todavía un deseo, así como Iniciativa per Catalunya es una nostalgia. Los jóvenes pujolistas, cultivados con devoción por el presidente catalán, deben crecer todavía. Sólo queda la incógnita de la propia capacidad de regeneración y de maniobra de Unió Democrática de Catalunya, el pequeño partido socio, que se ha beneficiado de 14 años de poder sin apenas desgaste. A menos que se produzca un brusco e inteligente golpe de timón, todo permite pensar que también en Barcelona empieza, ahora una larga agonía.

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