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COMPETICIONES EUROPEAS

El Madrid hace lo justo en Moscú

El Dinamo aprovechó un despiste para marcar dos goles, pero fue inferior

José Sámano

ENVIADO ESPECIALEl Madrid solventó en Moscú un partido cristalino, tibio y relajado. Ante un rival muy pálido en todas sus líneas, los blancos sólo se vieron alterados en un suspiro del segundo tiempo, cuando una pájara aguda abrió al Dinamo el camino de la esperanza. Fue una gota en el océano. Sobre el frío quebrantahuesos de Moscú, el Madrid dejó orientada la eliminatoria. Se exigió lo justo y descubrió las prestaciones de Sandro en Europa: un jugador de aventura.

Salió el Madrid posesivo. Apresó el balón y se quedó con él. Al fin y al cabo, para los rusos no es un instrumento importante. En su pizarra sólo existe el contrario. Cada uno tiene una pieza, actúan como cazadores en veda. Es un conjunto anacrónico en sus conceptos -seis marcajes al hombre por todo el campo y un escoba, dos capítulos arrancados en cualquier manual moderno- y muy ramplón en sus movimientos.

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El Madrid disfrutó con este paisaje. Se sintió muy relajado. Dio la impresión de estar cómodo, salvo un par de carreras de los dos delanteros del Dinamo, dos pequeños velocistas que arrancan pegados a la cal de las líneas de banda. Así, Martín Vázquez y Sandro no tardaron en manejar el partido, mientras Milla ataba cualquier cabo suelto. Con las espaldas protegidas ambos tejieron el juego a su antojo, como si tuvieran las cartas marcadas. Además, Zamorano y Amavisca abrían el campo lo suficiente para que Butragueño se animara a colaborar. A El Buitre nunca le faltó espacio, pero sí cierta cadencia en su juego.

Por esa vía llegó el primer gol. Amavisca recibió de extremo y atendió sin pausa la reclamación de Sandro. Este pudo disparar, pero no es su corte. Trenzó una pared majestuosa con Butragueño y quebró la red. Fueron tres segundos con el pasado y el futuro de la mano. El ayer y el pasado mañana del Real Madrid. Nadie como El Buitre para dar el testigo europeo al novel y descarado Sandro.

Sandro es un jugador con kilos de desparpajo. En algunos aspectos de su juego se muestra como un veterano precoz. A sus 20 años -cumplidos el pasado viernes- posee un diccionario de recursos técnicos. También guarda una colección de picaresca: poco después del gol buscó las cosquillas a su marcador -Timofeiev, de 29 años- hasta arrancar una tarjeta amarilla. En su bautizo europeo como titular -jugó unos minutos en la ida frente al Sporting de Lisboa- Sandro invitó a la esperanza. Del partido sólo las mangas, empleadas a modo de guantes, le vinieron largas. Goza, además, con el fútbol, con el suyo y el de los demás. Una pasión ausente en muchos vestuarios. Además devolvió a su entrenador Jorge Valdano el favor. El técnico lamenta que los centrocampistas madridistas no contribuyan al gol y Sandro cumplió con el requisito.

El primer tiempo también dejó en la retina algunas notas de la partitura de Martín Vázquez. Pases con el interior, tiralíneas con el exterior, varias tuya-mía y un par de desmarques. Está en el mejor momento desde que regresó a Chamartín. Algo similar le ocurre a Fernando Hierro, que ha encontrado en la defensa la cueva en la que mejor se maneja.

Con el primer gol el Madrid se acomodó. No perdió el control, pero dibujó otro partido: más sedante. El Dinamo aún seguía buscando números en las camisetas blancas. El gol le abofeteó en su débil mejilla.

La somnolencia

Recién iniciada la segunda parte pareció que ponía la otra. En el Madrid se separaron las líneas, pero el Dinamo -ligeramente más atrevido que al principio- no encontró ningún socavón. Incluso pudo tragarse algún otro gol. Lo tuvo Sandro pero su disparo creció demasiado. A Martín Vázquez le faltó una bota, la de un defensor ruso que evitó el gol sobre la raya.Entonces, de forma incomprensible llegó la dormilera madrileña, una somnolencia inoportuna. Tan inoportuna que el Dinamo empató con todo el descaro. Con un remate de su mejor jugador (Simuntekov) en las narices de Cañizares. Dos minutos después el guardameta, que debutaba en un partido oficial con el Real Madrid, compartió el bostezo con Hierro. Entre los dos fabricaron un túnel por el que se coló la esperanza rusa.

Afortunadamente para el Madrid, sólo fue un espejismo y Zamorano restableció el orden, con Michel y Dubovsky ya sobre el campo. En el gol, el eslovaco dio al chileno una tarjeta de crédito. Un pase de magisterio que Zamorano acertó a llevar a la red. Dubovsky fue lo más sobresaliente de los últimos minutos. Es un jugador de buenos movimientos. Parece interpretar con sentido cada situación, pero destila cierta fragilidad. Quizá sea mental. En Moscú, en una plaza menor supo al menos prestarse a las mejores jugadas ofensivas.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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