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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

México 'insurgente'

EL ASESINATO del dirigente del partido gobernante mexicano José Francisco Ruiz Massieu a los pocos meses de la muerte en, circunstancias muy similares del candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio justifica el temor de que nos hallemos ante algo más que dos magnicidios casualmente alineados en el tiempo.Cualesquiera que sean los autores, incluso sin necesidad de que las responsabilidades apunten a las mismas entidades o personas, cabe sospechar que existe una estrategia de la desestabilización contra la experiencia democratizadora iniciada por el presidente saliente, Carlos Salinas de Gortari.

El primer asesinato fue presentado en su día como el intento aislado de poco menos que un perturbado; el segundo, hoy, como la obra de un matón a sueldo. En el caso de Colosio, la investigación oficial ha mostrado un interés menos que desbordante por esclarecer el asunto. Por fuentes independientes se barajó este verano la idea de que: sectores del Partido Revolucionario Institucional (PRI), temerosos de lo que la reforma democrática pudiera significar para sus bases de poder, habían ingeniado el crimen. Una hipótesis diferente figura ahora prominentemente entre las especulaciones sobre el asesinato de Ruiz Massieu: los narcotraficantes -lo que no excluye eventuales lazos con sectores del PRI- pueden estar detrás de las dos operaciones, por el temor de que uno y otro, Colosio, candidato, y Ruiz Masssieu, secretario general del partido, constituyeran una amenaza para sus posiciones con su defensa de las reformas emprendidas.

Otro factor a considerar en la composición de la atmósfera, especialmente turbia, que envuelve hoy el hecho político en la república mexicana es el de las secuelas de la revuelta chiapaneca de primeros de año, aún muy lejos de estar plenamente extinguida. No es que los guerrilleros del denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional tengan nada que ver con los asesinatos. Más bien al contrario. Lo que de una manera dramática representaba la revuelta chiapaneca era, precisamente, la reclamación, desbordada en guerrilla, de una verdadera democratización de las zonas más atrasadas del país. Y en este sentido, los asesinatos de dirigentes del PRI y la conmoción armada expresan reacciones contra un mismo fenómeno, si bien partiendo de una apreciación muy diferente del mismo. Las muertes de Colosio y Ruiz Massieu han podido ser perpetradas por quienes temían la relativa rapidez de la reforma democrática; la revuelta de Chiapas, por quienes juzgaban demasiado morosa esa misma reforma.

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Ante todo ello, lo más preocupante ha sido la escasa reacción del poder. Es cierto que nos hallamos en periodo de Administración saliente, que en diciembre dará paso a su sucesora, la del también candidato del PRI Ernesto Zedillo, vencedor en las elecciones presidenciales del pasado agosto. Y que la de Salinas poco puede hacer ya por digerir los costes sociales y políticos de la revuelta guerrillera, por la misma amplitud de la misma, todavía más que humeante, con ocupaciones de tierras y rumores de formación de milicias de los terratenientes para hacer frente a un nuevo episodio revolucionario.

Pero quizá sí podía haber dado más empuje a la investigación del caso Colosio. Es, en todo caso, imprescindible que las autoridades vayan ahora hasta el fondo del caso Ruiz Massieu. Las detenciones ya habidas demuestran lo alejadas de la realidad que están todas las interesadas teorías del asesino espontáneo.

El tiempo corre y la verosimilitud de la experiencia reformadora y democratizadora mexicana pierde fuerza según crecen las dudas sobre la competencia del poder -o peor aún, de su interés- por combatir la doble asechanza. Estas dudas han de ser desechadas cuanto antes y exigen una firme reacción tanto del presidente entrante como del saliente. Tienen que abrir las cloacas del sistema mexicano no sólo para esclarecer estos casos, sino para limpiarlo de otras amenazas que en ellas se gestan. Si no sucediera así, se reforzarían los temores de que, cualesquiera que sean los inductores de los dos asesinatos, sus tentáculos llegan tan arriba en el aparato del poder como para herir de muerte las esperanzas despertadas por el sexenio de Salinas. La modernidad y la democracia de México están en juego.

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