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Jóvenes eternos

En otros tiempos, el hombre, al cumplir los 18 años, se ponía el traje y la corbata y ya no se los quitaba durante toda su vida. Actualmente, uno puede ir vestido como un adolescente hasta que se muere y todo el mundo lo encuentra muy normal. A veces, todo hay que decirlo, te asaltan las dudas y te preguntas si no estarás haciendo el ridículo con tus tejanos, tus zapatillas de tenis y tu camiseta con la cara de Mickey Mouse grabada en el pecho. Pero entonces basta con poner la tele y ver a Mick Jagger hecho un chaval de 50 tacos para recuperar la autoestima y esa alegría de vivir que tan bien le hubiera sentado al difunto Kurt Cobain.Cuando llegan los calores veraniegos, la regresión vestimentaria se agudiza. Es entonces cuando mucho cuarentón sustituye el uniforme de veinteañero por el de niño de diez años. Estoy de acuerdo con la afirmación de Kenneth Branagh en Los amigos de Peter según la cual los adultos sólo son niños que ganan dinero, y esa apoteosis del pantalón corto y la camiseta decorada que se produce cada verano contribuye sobremanera a darle la razón. Si el adulto, además, va por la calle comiendo un helado o chupando un polo su aspecto infantil se agudiza. Y si está ligeramente obeso, se convierte directamente en un niño gordo y zampabollos que en cualquier momento puede ponerse a jugar al fútbol con la chapa de un refresco.

Después de disfrazarnos de adolescente y de tierno infante, ¿Cuál será nuestro siguiente paso? ¿Comprarnos un cochecito para bebés de metro ochenta y contratar a un jugador de Los Angeles Lakers para que nos lo empuje? ¿Cambiar los tejanos por unos pañales con estampado de Mariscal?

De verdad que hay momentos en los que ya no sé si soy un hombre de mi tiempo o un merluzo que se niega a envejecer.

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