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Del fútbol grande al juego tacaño

Romario, Baggio, Hagi, Baresi, Stoichkov y Maradona adornaron un torneo que naufragó por su apego a la táctica

Santiago Segurola

La final de la Copa del Mundo traicionó el espíritu de un torneo que comenzó con un fútbol grande y acabó con un juego tacaño. La erosión se produjo por la incidencia de varios factores: el desgaste físico, el calor aniquilante, el miedo en los momentos decisivos y la escasa densidad de jugadores con personalidad para saltarse los límites impuestos por los técnicos. Ganó Brasil con un equipo chato, perfectamente olvidable si no fuera, por la presencia de Romario. Pero su supremacía apenas fue cuestionada. Hubo momentos excelentes de tal o cual selección, pero no despuntó ningún equipo con clase, oficio y categoría.Una mirada fría permite asegurar que los dos equipos con mejor organización defensiva alcanzaron la final. Contra la idea de una garantía superior en los, equipos que marcan al hombre, brasileños e italianos derrumbaron a sus rivales con una perfecta organización zonal. Sin embargo, los dos equipos padecieron un exceso de lastre táctico. Se atendió demasiado a la pizarra y se perdió frescura. El caso de Brasil fue sangrante. Ninguna selección brasileña ha sido más plana que ésta. Con el Mundial en la mano se puede decir que triunfó su carácter utilitario. Pero la realidad es que gran parte de su éxito se debe a Romario, el único jugador que transgredía la teórica de Parreira.

El Mundial fue generoso con los jugadores de prestigio. No fue un torneo para Schillaci, el suplente que conquistó la cabecera del cartel en Italia 90. Romario, Baggio, Brolin y Hagi confirmaron su prestigio. Pero apenas hubo grandes novedades. Uno de los pocos que se destapó fue Caminero, un excepcional volante de ataque. En la misma categoría de descubrimientos se sitúan los búlgaros Balakov y Lechtkov, dos jugadores que llegaron anónimos y que han salido con un crédito notable.

Maradona volvió a protagonizar las páginas de deportes y las de sucesos. Su expulsión del Mundial por dopaje vino a significar el declive del torneo. Hubo un Mundial antes del caso Maradona y otro después. El jugador argentino salió robustecido de los dos primeros partidos. Todavía conservaba la magia de los genios. Su recuperación causó el asombro general. Frente a Nigeria recordó por momentos al futbolista que conquistó el Mundial de México. Pero, finalmente, Maradona salió por el patio trasero. El fútbol se sintió huérfano y Argentina también. Sin Maradona, los argentinos se desplomaron y el Mundial tomó la curva hacia lo utilitario.

Junto con Alemania, la mayor decepción estuvo protagonizada por Colombia, un equipo que confundió el juego con el rondo. Se olvidaron de la portería y de buscar salidas por fuera. Quedaron empantanados en la frontera de las áreas rivales. Colombia había accedido como favorita para conquistar el torneo. Se apostó fuerte por la selección de Maturana, y por ahí vinieron los trágicos problemas posteriores. Escobar, el defensa que tuvo la desgracia de marcar un gol en su portería frente a Estados Unidos, fue asesinado pocos días después. En los mentideros se habla de la venganza de los barones de la droga por las pérdidas en las apuestas.

El Mundial se cerró con una pregunta sin contestar: ¿cuál es el futuro del fútbol en Estados Unidos? La tentación es contestar de manera optimista. Se llenaron los estadios y se superó con creces la cifra de espectadores que presenciaron el Mundial de Italia. Otros aspectos también invitan al entusiasmo. Hubo más goles y más juego que en Italia. Pero la sensación es que el deporte es un mundo cerrado en Estados Unidos. No parece que hay sitio para el fútbol. Bastaba con mirar alrededor. El esfuerzo propagandístico era considerable, pero la realidad era tozuda. El Mundial se jugó en los estadios, pero no se vivió en la calle.

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