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La doble amenaza de Berlusconi

Los ministros neofascistas italianos y sus intereses privados siembran dudas sobre su capacidad de Gobierno

La formación del nuevo Gobierno en Italia ha dividido el orbe entre los que denuncian el riesgo que implica la entrada de ministros neofascistas en el Gabinete y los que consideran que el único peligro digno de ser tenido en cuenta es el representado por el propio Silvio Berlusconi, propietario de Fininvest, primer ministro y diseñador de la peculiar coalición que ha conquistado al país con la promesa de un "nuevo milagro".Ha habido también reacciones netamente favorables en sedes prestigiosas, como en la bolsa de Wall Street, en la Iglesia católica o en los ambientes empresariales italianos. Pero es normal qué escepticismo y desconfianza predominen frente a una noticia que ha dado la vuelta al mundo marcando el récord de las sorpresas. Hace sólo 24 semanas, ni los italianos más imaginativos la hubieran considerado verosímil.El nuevo Gobierno italiano representa, además, un cóctel difícilmente digerible de componentes heterogéneos y capaces de evocar los principales temores que acechan a los países europeos en el nuevo mundo sin bloques: una Alianza Nacional orgullosa de sus raíces últimas fascistas y bien conectada con las bandas juveniles que pasean por la calle su rancia ley de la porra, y una Liga Norte que predica un federalismo de tonos exasperados en un contexto geopolítico de nacionalismos en guerra.

La única argamasa que une a estos dos elementos irreconciliables es la potencia organizativa de Fininvest, el segundo grupo empresarial privado de Italia. Alianza Nacional y la Liga habrían encontrado muy difícil romper su aislamiento de no ser por Berlusconi.

Han destacado en la denuncia del retorno del neofascismo los partidos de la Internacional Socialista, necesitados de munición pesada e inmediata para la actual campaña al Parlamento Europeo. Periódicos como The New York Times o The Guardian, entre los de habla inglesa, y Le Monde o Le Nouvel Observateur, entre los franceses, han seguido con fuerza esta corriente.Pero la presencia de ministros neofascistas no ha sido el principal motivo de preocupación dentro de Italia, y hay quien ha orientado ese dato con una perspectiva culpabilizante, como si se tratara de la confirmación de la excepcionalidad inevitable del caso italiano.Dos publicaciones británicas -The Financial Times y The Economist- identificadas con ese concepto fundamental del Estado que prevalece en los países anglosajones, donde democracia tiene como sinónimo imprescindible la separación de poderes, proponen ópticas coincidentes con la de numerosos ita.lianos. Estos diarios, por ejemplo, han insistido menos en la presencia de los ministros neofascistas para denunciar más directamente los riesgos que implica para la democracia la asunción del Gobierno por parte de un empresario con una posición tan dominante como es la de Berlusconi. El presidente francés, François Mittrrand, se ha expresado recientemente y de modo decidido en esta misma línea. Hay un razonamiento básico que subyace a estas posiciones: la historia demuestra que, si bien las soluciones autoritarias son recurrentes, no es fácil que se presenten dos veces bajo la misma forma. Resulta arduo imaginar que Europa vuelva a desfilar en un futuro próximo brazo en alto, con camisa negra o parda, y que los cabezas rapadas, que escupen la rabia de la marginación y el paro a través de una estética maldita, pasen de ser un problema de orden público y un preocupante síntoma de disgregación social que vuelva a actuar como motor de los acontecimientos políticos.

De ahí que las denuncias de n Peligro neofascista no dejen de resultar un recurso de política fácil, por muy lamentable y rechazable que sea la persistencia de las manifestaciones de racismo mientras los demás elementos básicos de las ideologías totalitarias de este siglo duermen en el baúl de la historia. Tales denuncias representan, en definitiva, un juego simétrico al que hace Berlusconi cuando pide a los italianos que le voten para contener el peligro comunista. Es imprescindible conservar la memoria, pero la II Guerra Mundial no volverá a cocerse, probablemente, en el conflicto entre las mismas propuestas ideológicas.

Por el contrario, la llegada a la cabeza del Gobierno de un empresario con intereses económicos tan omnipresentes y, sobre todo, tan centrados en la comunicación -el llamado cuarto poder de las sociedades democráticas- no es sólo una simple amenaza para los fundamentos del sistema sino que pone en cuestión la democracia misma.Ningún experto ni observador imparcial podrá garantizar jamás la adecuación de decisiones siempre políticas que afecten a intereses económicos vitales y concretos, si entre éstos destacan los del presidente del órgano decisorio. Esto es objetivo.

El juicio de intenciones comienza cuando se formulan hipótesis sobre cómo puede llegar a reaccionar, en caso de conflictos de intereses o de poderes, un gobernante habituado a vender de todo a través de la televisión y a aglutinar hinchadas en torno al Milan, como es Berlusconi. Con todo, se trata de hipótesis al menos tan legítimas como es indudable la capacidad para orientar a la opinión de los instrumentos sin precedentes de que dispone el nuevo primer ministro italiano.

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Se puede pensar entonces que, a diferencia de lo que ocurre con el auge de la ultraderecha, el problema que plantea el modelo Berlusconi es exclusivamente italiano, dado que en toda Europa no hay ningún otro empresario que domine tres redes sobre un total de siete cadenas de televisión nacionales. Pero es de temer que el triunfo de un modelo provoque siempre imitadores.

Un dato importante es que la convulsa crisis política que ha atravesado Italia durante los dos últimos años deriva de problemas comunes a muchos otros países de Europa: corrupción ligada a la financiación de los partidos políticos, arrogancia y exceso de poder de éstos, falta de alternancia en el Gobierno monopolizado por una casta distante de los ciudadanos.

Aunque el fenómeno no se ha revelado en ningún otro sitio hasta a ora con a misma extensión y sistematicidad, ni con la misma potencia devastadora que en Italia, la tendencia al desprestigio de la política es generalizada. Esto abre vacíos en el sistema de representación y vías inciertas de reorganización de los equilibrios de poder.

Merece la pena recordar que el fenómeno Berlusconi se basa en otros dos vacíos: la inexistencia en Italia de una verdadera legislación antimonopolios, que le permitió adquirir su predominio sobre la televisión privada, y la ausencia de una ley que separe claramente los intereses privados del gobernante de los públicos o, que ponga unas condiciones para el acceso al Gobierno que Berlusconi nunca habría superado.

La mayoría de los países europeos no están mucho mejor pertrechados. en estos terrenos jurídicos, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos.

Conviene no olvidar, en cualquier caso, que sólo gracias al espíritu pragmático de Berlusconi la extrema derecha italiana ha llegado a adquirir la relevancia política que hoy le corresponde.

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