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Reportaje:

La bohemia por dentro

La farándula del Retiro muestra el interior de sus hogares

"Había un hombre en Barcelona que a los 50 años le dio por tocar el arpa en la calle. Al principio lo hacía muy mal, pero era más feliz que nunca. Fue aprendiendo y llegó a tener mucho éxito, tanto que con las monedas que le echaban se compró un barco y más tarde una casa en el campo". El que cuenta esta historia es un artista callejero y termina diciendo: "Uno nunca sabe quién tiene delante".Sean cuales sean las razones que llevan a los faranduleros del Retiro a trabajar en la calle, todos insisten en que son artistas que viven de lo que hacen, trabajan muchísimo y rechazan, más que nada, la imagen de vagabundos con la que, equivocadamente, se quedan a veces los que se cruzan con ellos. Para conocer a un bohemio por dentro, pocas cosas mejores que visitar su hogar.

Manuel Padin

El juglar del Retiro

Entrar en su hogar es como acceder a un cielo con el techo inclinado. Desde el momento en que el visitante cruza la puerta le invade la sensación de que un ejército de ángeles escruta hasta el más mínimo detalle de todo lo que ocurre.

Manuel Padín -Manolo, como le conocen todos- vive desde hace nueve años en una buhardilla al lado de la plaza de España. Su única compañía son dos perros pequeños que incordian bastante y unos cien ángeles de toda clase, tamaño y postura. Los tiene colgados del techo, de pie sobre la alfombra, sujetando la pared, encima de las repisas o metidos en un cuadro. "¿Que por qué tengo tantos? Porque llevo toda la vida haciendo esta colección. De cada sitio en que he estado procuraba llevarme un ángel". Y ha estado en muchísimos. Vivió en Argentina hasta que un buen día, a los 29 años, se vino a España con lo puesto. "Hoy todavía me pregunto qué hago aquí", confiesa.

Los huecos que dejan los ángeles en la pared los ocupan unos cuantos cuadros que él mismo ha pintado, casi todos retratos de su familia. El más grande de todos es el de su hijo de 15 años, colgado estratégicamente en la habitación que sirve para recibir a los extraños y para ensayar, dos veces al día, sus funciones -no sin antes apartar algún que otro ángel-.

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Hace nueve años Manolo tuvo un sueño: "Soñé que hacía teatro en la calle". Esa premonición coincidió con la época en la que terminaba de modelar una figurita de arcilla -otro de sus motivos ornamentales en las estanterías-.Esa figura era un payaso con la mitad del cuerpo rojo y la otra mitad negro. Ahora Manolo siempre se viste así para actuar en la calle y esa figura la ha estampado por duplicado en las puertas del armario de la salita.

Es en ese habitáculo -dos asientos mullidos, libros de poesía, aparato de música y, por supuesto, ángeles- donde Manolo enseña la historia de su vida: una decena de álbumes con recortes de periódicos, programas y fotos de todas las historias en las que ha participado. También, las fotos que se hace todos los años en la Feria del Libro con sus ídolos: Maruja Torres, Manuel Vicent, Garci, Sabater. Mientras habla y habla suena la música celestial de los ángeles relojes.

Orquestrío

El éxito de los vatios

Tres continentes metidos en un pisito de Huertas, más un estudio de grabación, un hogar de recogida de animales y una sala de ensayo. Todo eso, en 90 metros cuadrados, es la casa donde habitan los tres componentes de Orquestrío: Ema, del Reino Unido; Hugo, de Chile, y Ghasem, de Irán.

"Llegan de vez en cuando y preguntan: ¿es aquí donde recogen perros? Si decimos que no, amenazan con sacrificar al animal, así que, pa dentro". Esto lo cuenta Hugo, que siempre habla en broma. Por suerte, tienen a su disposición una finca en Miraflores en la que, además de perros, hay 40 gallinas, un rebaño de ovejas, y ¡pollos iraníes! Todas las semanas, los tres músicos, sus dos perros y la gata hacen alguna escapada a la casa de la sierra y vuelven con huevos y pollos para la comida.

Tan importante como la música son, para ellos, los animales. Las paredes están llenas de fotos de perros. En los cajones hay otras tantas que enseñan con la misma ilusión que ponen en mostrar su imponente equipo de grabación: un ordenador, el sintetizador, un amplificador, una mesa de mezclas y la grabadora. Todo este conjunto de aparatos conforman el mueble más importante de la sala. "No metemos más ruido que los de las teles" aseguran.

Por necesidad, dicen, han hecho y hacen de todo; por necesidad salieron de sus países, se unieron musicalmente por necesidad, viven juntos por necesidad, graban en casa por necesidad y aprendieron trucos informáticos para su música por necesidad. Todo en la casa sirve para hacer algo.

En las paredes hay mapas de carreteras, y no hay otra cosa que se parezca a un adorno en este piso interior, que, casualmente -y no por necesidad-,está justo encima de La Fídula: uno de los locales más conocidos de música clásica. "De verdad que nunca hemos tocado en él", dicen.

Tienen una furgoneta en la que viajan los seis, unas veces por placer y otras para dar conciertos en iglesias y en colegios. "El éxito es cuestión de vatios", dice Hugo. Y añade: "Cuando el público se distrae, subimos la potencia y entonces ya no habla nadie".

Jesús Huarnán

El arpa de los Andes

Jesús Huamán aterrizó en la es tación de Chamartín hace un año con su inmensa arpa colgada al hombro. Venía de Francia, en donde acababa de dar el esquinazo a la compañía con la que viajó para tocar en un festival. Nada más pisar suelo madrileño se dirigió a un señor para que le indicara un hotel barato. En lugar de atender su petición, aquel hombre le llevó a su casa y le ofreció techo y comida durante dos meses. El piso en el que vive ahora pertenece a aquel señor.

"Durante esos dos meses, los dueños de la casa salieron de viaje y me quedé solo en ella. Así comprobaron que se podían fiar de mí y me dejaron este piso por una cantidad simbólica", cuenta Huamán, y asegura también que en él hay cosas de valor. La casa parece impecable: suelos de parqué, cortinas y visillos de encaje en las ventanas, sillones tapizados, sillas de madera labrada, porcelanas, muebles rústicos combinados con otros recargados, varias lámparas con pantalla y cuadros por todas partes.

Huamán es, como vanos de sus colegas del Retiro, un emigrante económico. El arpa, que empezó a tocar como afición, le ha sacado de bastantes apuros: le ayudó a soportar su soledad -es huérfano de padre y madre desde los seis años-, le permitió costearse sus estudios, fue la excusa para salir de Perú, lo que cautivó al hombre que le brindó su casa y ahora es su única fuente de ingresos -toca a diario en la calle-

Como en el poema, el arpa de Huamán descansa en una esquina del coqueto salón que comparte con otras dos personas. Sus cuerdas asoman por detrás de las flores y los pájaros de uno de los sillones.

Este músico andino es profesor de Matemáticas de enseñanza superior, pero en España no le han convalidado el título. Sus mayores ingresos proceden ahora de la venta de cintas de música que él mismo copia, una a una, cuando está en casa. El enorme aparato que ha tenido que comprar para grabar es lo único que rompe la cuidada estética de este hogar.

Francisco José de Velasco

Michael Jackson

Extendiendo los brazos de lado se tocan las dos paredes de la casa del Michael Jackson madrileño. Fran se instaló en la habitación de una pensión del centro hace dos años, cuando llegó a Madrid soñando con ser artista, la misma en la que vive todavía y por la que paga 1.000 pesetas cada día.

El ingenio de este asturiano de 26 años consigue que en su diminuta habitación quepan un inmenso aparato de música, el que le acompaña en sus actuaciones callejeras; cintas de música disco, y hasta un poco de caos. "De verdad que soy una persona ordenada", dice muy convencido. Un lavabo, la cama y un armario empotrado rellenan lo que resta de espacio.

Sus vecinos de pensión son prácticamente las únicas personas con las que ha cruzado más de dos palabras seguidas desde que está en Madrid. Tan solo se encuentra y tan solo vive, que hasta sale de copas solo. "Me cuesta mucho hacer amigos", confiesa. Pero no quiere ni oír hablar de volver a Avilés, donde vive su madre con sus- tres hermanos.

"Un asturiano aquí dura poco. Yo estoy aguantando porque no me llevo bien con mi familia", dice Fran. Y, sin embargo, se emociona hablando de sus padres y hermanos. El fútbol es uno de los pocos asuntos en que las frases de Fran superan los 10segundos y la conversación se vuelve fluida. Es del Madrid y va vestido con una camiseta de la selección española y pantalones de chándal.

Imita al cantante norteamericano desde que fue a uno de sus conciertos el año pasado. Por las mañanas recorre las oficinas de empleo y todo el día se desespera preguntándose qué hay que hacer para conseguir un trabajo como artista polifacético, que es lo que él cree que es.

Alexandre

El concertista ruso

A la habitación en la que se instala Alexandre siempre que está en España, en pleno centro de Madrid, se sube por una escalera oscura, de madera y poco cuidada. Es idéntica a todas por las que llegan a los pisos sus compañeros del Retiro. Alexandre llegó a España el 28 de septiembre, Cuando pasen tres meses tendrá que volver a Rusia, y cuando se le acabe el dinero que ha ganado tocando en la calle de Madrid, regresará a España de nuevo.

Su cuarto está lleno de medicinas para el resfriado que ha cogido tocando en la calle todos los días hasta las once de la noche. Pero insiste en que no le queda otro remedio. En su país es imposible vivir en estos momentos de la música. Dice que con lo que gana allí no le da ni para las cuerdas de la guitarra. "Aquí gano en un día lo mismo que en Rusia en tres meses", asegura.

Sobre la cama que no usa está su guitarra, cintas de música y un librito donde se recoge el programa mensual de Radio Nacional 2. Siempre está escuchando esta emisora y graba de ella todo lo que puede. En el suelo, una cafetera eléc1trica y algún licor. Y en la mesilla, el diccionario ruso-español que cada vez necesita menos, entre paquetes de tabaco de diferentes marcas y la minicadena que ha comprado y que es lo único que le sirve de compañía.

Stuart

El malabarista

Stuart era un psicólogo de la ciudad de Baltimore con un graduado en Justicia Criminal. Empeza aprender juegos malabares en la calle y se dio cuenta de que con ellos se curaba mejor el espíritu de la gente.

Así que decidió recorrer el mundo con unos aros, una cuerda y una chistera, hasta que llegó a España y se instaló en una especie de casa de muñecas que comparte con una compañera d profesión, la payasa Zepita. El perro de Stuart se llama Socio Su tamaño hace peligrar todo los detallitos que decoran su casa y la cocina.

La casa es tan acogedor como sus dueños. Todo en e piso, las vigas de madera que asoman en el techo y la salamandra que corretea por ellas, tiene un aire rústico y el encanto que emanan las cosas hechas a mano y trabajadas por los propio dueños.

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