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La estrella fugaz de Kim Campbell

T. M., "Quiero hacer política de otra manera". Con esta declaración de acentos renovadores asumió el pasado 13 de junio Kim Campbell la presidencia del Partido Conservador y, por tanto, el puesto de primer ministro. Una manera "niás populista" y "más franca", precisó poco después esta abogada de 46 años, primera mujer en aceder a la jefatura del Gobierno canadiense tras haber sido la primera ministra de Defensa.

Y Campbell, efectivamente, innovó. En contraste con el estilo de Brian Mulroney, convertido por mor de la pérdida de popularidad en un político gris, Kim Campbell derrochó dinamismo y confianza en sí misma. Intentó establecer un contacto más directo con el electorado, atraído por esta mujer inagotable y repleta de energía. Prometió hacer asequible a todos el debate presupuestario, con el fin de que el electorado entienda los dilemas del Gobierno.

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Pero el flechazo duró poco. La nueva estrella de la derecha canadiense vio rápidamente su luz apagarse apenas empezó la campaña. Las ventajas de la víspera se convirtieron en defectos a ojos de los electores: su frescura de personaje público nuevo, en inexperiencia política; su confianza en sí, en arrogancia, y su hablar claro, en meteduras de pata sucesivas. Sus críticas a Mulroney y a otros dirigentes de su propio partido aparecieron como una falta de solidaridad. Sus afirmaciones de que Canadá debía acostumbrarse al desempleo asustaron al mundo del trabajo. Y su afirmación de que los habitantes de Columbia Británica, su provincia natal, eran "ínás francos", supuso un torpe agravio al resto de sus compatriotas. La caída fue a la medida del ascenso. Y la mujer que parecía ayer presidir a la resurrección de los conservadores lucha hoy para no precipitar su entierro.

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