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Una forma equivoca

El lector Leonardo Vidal advierte que, con cierta frecuencia, EL PAÍS viene utilizando "una forma equívoca" de atribuir la nacionalidad a determinados extranjeros. "No hay confusión alguna", considera, "cuando el afectado es extranjero: 'Empresario británico nacido en Polonia'; pero si este mismo ciudadano hubiera nacido en la órbita hispánica, la definición variará según sea positiva o negativa la noticia que motivó su aparición en el periódico". "Como si el redactor se sintiera obligado a justificarse", dice Vidal, "un ciudadano será, por ejemplo, 'peruano nacionalizado español', sean o no sean españolas sus raíces, si es un traficante de drogas, delincuente, etcétera. En cambio, si la noticia tiene, legítimamente, que ensalzar a alguien, será 'el empresario de origen español' o 'el sacerdote de origen español', en muchas ocasiones sin especificar su nacionalidad actual". El lector expresa su preocupación: "Por una transmisión confusa se crea la falsa asociación de malo con extranjero (aunque esté legalmente) y de bueno con español (esté donde esté)".El redactor jefe de la sección de España, Carlos Yárnoz, explica que resulta difícil leer el subconsciente del redactor cuando aporta este tipo de datos. Entiende que algunas de esas apostillas o añadidos "responden siempre al ánimo de aclarar o precisar por qué derroteros puede moverse la justicia a la hora de adoptar una decisión con respecto al delito de que se informa: los jueces podrán o no solicitar la extradición según tenga una u otra nacionalidad el autor teniendo en cuenta el lugar donde haya sido detenido". Yárnoz no observa, en estos casos, "posibles tentaciones xenofóbicas o incluso racistas".La deuda de CantabriaLa Diputación de Cantabria debe 75.000 millones de pesetas rezaba el titular de una noticia, procedente de Santander, publicada el 11 de septiembre. El jefe del gabinete de prensa de dicha diputación, Raúl Gómez Samperio, protesta: "No refleja la realidad", sino una opinión partidista. "En realidad, la aseveración del titular", puntualiza, "era una de las versiones en la interpretación de las cifras de la deuda, versión que corresponde a la oposición del Gobierno". El redactor del titular reconoce que debió hacer constar este extremo en el titular. En el texto del despacho sí se especificaba. El Libro de estilo es claro al respecto: "Los titulares responden fielmente a la información".

El mismo comunicante se queja de otro titular del 22 de septiembre: 43 ex consejeros e intelectuales cántabros piden a Aznar el relevo de Hormaechea. "No existe ningún intelectual entre las 43 personas que han firmado tal escrito" [dirigido al presidente del Partido Popular], asegura Gómez Samperio. En .la noticia no aparece la palabra "intelectuales"; pero habla de que entre los firmantes hay abogados, ingenieros y profesores. ¿Debe negárseles el título de intelectuales?

Para el redactor jefe Carlos Yárnoz, aun cuando admite que pudo escribirse "profesionales", como expresión que engloba con más aproximación la variedad de actividades de quienes pedían el relevo de Hormaechea, el término intelectual no excluye a los profesores, ingenieros y abogados. Intelectual significa perteneciente o relativo al entendimiento.DuendesLos duendes de la imprenta no existen, pero, como las brujas, "haberlos haylos". ¿A quién atribuir si no ciertos fallos nuestros? De momento, estos trasgos siguen enredando lo suyo. Y los lectores lo acusan. He aquí algunos ejemplos.

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En una crónica de Londres se recogía una frase del primer ministro británico, John Major, en la que empleaba el término inglés SHIT, publicado así, con mayúsculas. A continuación, y entre paréntesis, el autor de la información explicaba la palabra: "Retorcido acróstico de mierda "

Un lector que vive en Ginebra corrige: la palabra shit significa exactamente mierda, no es un acrónimo, ni un acróstico.El periodista se explica: "El lector tiene razón". Y añade: "Para empezar, la rotunda palabra se publicó sin guiones entre las letras, lo que hubiera indicado con mayor claridad la forma en que se expresó Major: no dijo shit, sino que deletreó el término. Y, en efecto, deletrear no es hacer acrósticos ni acrónimos".

En un artículo sobre Juan Guerra se publicó la frase "echar las campanas al vuelo", en lugar de "echar las campanas a vuelo" -sin la contracción de preposición y artículo-, como señalan la Academia y un comunicante ovetense: "Un error que tantísimas veces leemos y escuchamos en los medios de comunicación".

En un reportaje sobre la revista británica The Economist se hablaba de "la calle Saint James Street" (street es calle en inglés). Un lapsus del autor del trabajo.

Para no hacer larga la lista, sólo un desliz más: el apellido Kohl (Helmunt Kohl, canciller de Alemania) apareció repetidamente, en la sección de Economía, con una indebida diéresis: Köhl. La falta ortográfica, en un nombre tan conocido de los periodistas, al lector denunciante le hace exclamar: "¡Qué horror!".El teléfono directo del Ombudsman es 3042848.

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