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Tírador de élite

La brevedad del camino en nada mengua el radio infinito de la injusticia.

Antonio Machado

En el trayecto que conduce al aeropuerto de Roissy, en dirección a la Porte de la Chapelle, los carteles se suceden obsesivamente a lo largo del bulevar: la cara tiznada, viril, de un actor (¿Tom Berenger?) con un título sobreimpreso en mayúsculas, "Sniper. Tirador de élite". La apoteosis del héroe me acosa a derecha e izquierda, en columnas y vallas publicitarias, como un mensaje particularmente destinado a mí. ¿Es un presagio, una señal, una sibilina advertencia?, ¿o simple conocimiento previo por un augur o dios del destino final de un viaje cuyas etapas, las únicas que figuran en mi billete, son Roma y Split? Imposible saberlo, el taxi alcanza ya la autopista del Norte, cruza el subterráneo del primer anillo periférico y deja atrás a París, la última imagen de París: el rostro implacable, severo, del Tirador de élite, modelo glorioso, sublimado, ideal, de quienes realmente disparan, en Sarajevo.

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Dos horas y pico después estoy en Fiumicino, aguardando en un extremo de la terminal de pasajeros el vuelo de Croatia Airlines. En las butacas cercanas al mostrador desierto, un grupo de viajeros de apariencia hermética y llamativo atuendo capta inmediatamente mi atención, aviva una inquietante sospecha. Según informaba hace poco la prensa, una agencia de viajes italiana ofrece a eventuales clientes ávidos de sensaciones fuertes un circuito especial, fuera de los caminos trillados, por aquellas zonas del globo recién devastadas por la guerra, en donde puedan respirar el olor acre de la pólvora, recorrer aldeas en ruina y habitaciones fantasmales vaciadas de sus habitantes, avistar de lejos a causa del hedor -excepto quienes, previsoramente, se hayan procurado una mascarilla- cuerpos descompuestos, fosas comunes apenas recubiertas de tierra, pilas ingentes de cadáveres.

La oferta, orientada inicialmente a África y Asia, ¿no habrá extendido su radio de acción y reducido los costos del viaje a partir del momento en el que la! contiendas armadas y luchas interétnicas han dejado de ser una especialidad típicamente tercermundista para arraigar en el área europea? A una hora de Roma, los candidatos a ese singular periplo ¿van a aterrizar en la costa dálmata y entrar en contacto con sus extraños guías? Los turistas pertrechados con un equipo de explorador -sombrero, prismáticos, máquinas de fotografiar, cámaras de vídeo, macuto, pantalones cortos ¿se dirigen tal vez al territorio de Bosnia en busca de un menú suculento?, ¿de un vasto surtido de escenas de horror auténticas, capaces de satisfacer las pulsiones y anhelos de los más exigentes y puntillosos?

El grupo que se embarca conmigo con destino a Split ¿lo hace a fin de contemplar el cadáver del jorobado Adem, con la columna vertebral milagrosamente enderezada tras haber sido empalado en una estaca junto a la entrada de su vivienda?, ¿las cabezas de Ibro el gitano, su mujer y su hijo, espetadas "como en tiempo de los turcos", según dijeron los hombres de Karadzic, en las trancas de la empalizada que circuye su casa por el mero delito de no haber huido de ella?, ¿las cenizas de la desaparecida aldea musulmana, de Grapka, en la que ardieron todos sus habitantes después del atávico ritual de mutilaciones, violación colectiva y degüello en honor del dios purificador y el invicto San Sava?,

¿Para husmear frente al hotel Pasavina de Brcko los vestigios de la gran bacanal de vino y sangre, en la que los hijos de la patria celeste exterminaron por espacio de tres días y cuatro noches a la población turca y arrojaron sus cadáveres, transportados en frigoríficos, al río Save?, ¿a examinar con sus prismáticos a esa insólita mujer de Modrica que, encaramada en la torreta de un tanque, apunta con índice brujo a las casas de sus vecinos y amigos, para que un obús justiciero las destruya segundos más tarde?(*),

¿a rastrear las huellas del increíble final de seis pupilas del Instituto de Niñas Minusválidas de Vishegrad, ejecutadas y arrojadas desde el puente al Drina mientras otros aguerridos milicianos de las Águilas Blancas soltaban a las restantes en un campo de minas a fin de ejercitar en ellas su ya bien demostrada puntería?,

¿a fotografiar a las mujeres y niños hacinados en los vagones de deportación después de una esmerada operación de limpieza, muertos de deshidratación en Prejidor, como los judíos de Treblinka?, ¿las casas incendiadas, cuerpos carbonizados, mezquitas demolidas de Vitez, Mnici o Donía Vecemiska por obra de las fuerzas del Consejo Croata de Defensa (HVO) emulando en bravura con sus rivales chetniks?, ¿a ese Yasmín con quien conversó Maite Rico al que grabaron una cruz con un puñal en el brazo los gallardos protagonistas del Nuevo Romancero, como a tantos otros centenares de prisioneros marcados para siempre en su carne con las cuatro C —la S del alfabeto cirílico, acrónimo del lema Samo Sloga Srbina Spasava, esto es: "Sólo la unidad puede salvar a los serbios"—, consigna favorita del soñador poeta Karadzic y sus valientes guerreros?,

a la mujer sollozante frente a la cámara de TV, sucesivamente violada por sus vecinos de escalera en el sector "nacional de Sarajevo y orinada en el rostro, mientras la forzaban, por el niño de uno de esos patriotas a causa del inexpiable crimen del marido, desertor de la causa bendita y colaborador de los "fundamentalistas islámicos"?, ¿o a reconstituir la escena del drama, referido a Susan Sontag, de la esposa musulmana de un chetnik, cuyo hijo fue asesinado fríamente por la firme negativa de la madre y resistencia del mozo a dejarse arrastrar al frente horas antes de que el modelo de marido iracundo cantado en los pesmes (romances serbios) irrumpiera a su vez en el hogar y, sin una mirada de piedad al cuerpo sin vida del muchacho, ajusticiara heroicamente a la mujer -a público agravio, pública venganza-, culpable de haberle impedido cumplir su deber, convirtiéndole así en un despreciable serbio manso?

Por fortuna, la realidad disipa mis aprensiones y, llegados al aeropuerto de Split, compruebo que el grupo se compone probablemente de asiduos de las bellezas naturales de las islas de Brac, Hvar o Korcula, ansiosos de disfrutar de unos días o semanas de descanso tostándose al sol y saboreando la frescura del vino y exquisita calidad del pescado, quizás de peregrinos a esa cima pelada de Herzegovina en la que la Virgen se aparece regularmente a sus fieles y anuncia toda suerte de calarnidades y desdichas antes del inminente apocalipsis y la definitiva victoria celeste. Sea lo que fuere, lo cierto es que los turistas, aunque escasos, acuden de nuevo a la costa dálmata aprovechando la oferta ventajosa de los mayoristas merced al desalojo paulatino de las pensiones y albergues ocupados pasajeramente por los fugitivos de la limpieza étnica.

Tumbados en la playa o al borde de las piscinas de los hoteles de tres o cuatro estrellas, ¿pueden ignorar lo que ocurre a cien kilómetros de distancia? ¿Consagran al menos un pensamiento fugitivo a esa diáspora de centenares de miles de personas sin rumbo, bombardeadas por sus ex conciudadanos y privadas cruelmente,de toda salida o refugio? Su indiferencia sauria o reptil ¿no es la misma que acogió en 1939 en las playas de Argelés a los republicanos españoles agotados y hambrientos, hacinados tras las alambradas? ¿Sabían aquellos franceses que negaban un cántaro de agua a los derrotados y hacían muecas de asco a hablar de los rojos, que el fascismo triunfante en la Península se adueñaría un año después de su propia patria y pagarían así las consecuencias de la política de no intervención, del cínico cruzarse de brazos ante la República avasallada?

En el hotel de Split adonde me conducen mis compañeros Alfonso Armada y Gervasio Sánchez, avezados ya a los sucesos sangrientos y lances surrealistas comunes hoy en la abolida Federación Yugoslava, me detengo a leer las ofertas destinadas a los periodistas que cubren la información en la prensa europea y norteamericana: "Autoprotección para Bosnia. Alquile su propia seguridad". ¡Una empresa alemana de vehículos blindados brinda una amplia gama de modelos, desde un opulento Mercedes Benz 500 y un Opel Senator a un modesto Volkswagen! La lista de precios no figura por desdicha en la esquela anunciadora.

El retraso del vuelo de Roma me impide viajar con mis amigos. Debo esperar el día siguiente para sacar mi tarjeta de prensa en la oficina de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor) y embarcarme en el avión militar francés que carga y descarga la ayuda humanitaria en el puente aéreo de Sarajevo.

Aprovecho el tiempo libre para recorrer el recinto amurallado del palacio de Diocleciano, patear las hermosas callejas de Tragir, subir a uno de los montes que domina la bahía de Split y atalayar desde allí las islas de la costa dálmata, tendidas como caimanes o hipopótamos a flor de agua, cerrando el horizonte marino.

En el camino de regreso al hotel, pregunto al chófer de taxi, con quien me entiendo en italiano, donde podría entrevistar a los refugiados de Bosnia-Herzegovina.

"En el hotel mismo", me dice. "Las monjas les distribuyen por la mañana paquetes de comida".

"¿A los musulmanes también?".

"Esta es una ciudad limpia. Su presencia alejaría a la clientela. En Split no los queremos".

"¿Adónde quiere usted que vayan?".

"A Turquía o a Libia. Por mí pueden irse al infierno".

Me encierro en la habitación y zapeo el programador hasta dar con un noticiario informativo croata, consagrado -ioh, divina sorpresa!- a las actividades, discursos y audiencias diarios del genial presidente Tudjman.

¿Es el poderoso efecto hipnótico del programa o la fatiga acumulada durante el día? Por primera vez en muchos años me duermo con la luz encendida.

*Estos ejemplos de la barbarie reinante en Bosnia han sido espigados del conmovedor testimonio Les bosniaques, de Volivar Colic, escritor bosnio refugiado en Francia.

Tírador de élite

ne probablemente de asiduos de las bellezas naturales de las islas de Brac, Hvar o Korcula, ansiosos de disfrutar de unos días o semanas de descanso tostándose al sol y saboreando la frescura del vino y exquisita calidad del pescado, quizás de peregrinos a esa cima pelada de Herzegovina en la que la Virgen se aparece regularmente a sus fieles y anuncia toda suerte de calarnidades y desdichas antes del inminente apocalipsis y la definitiva victoria celeste.Sea lo que fuere, lo cierto es que los turistas, aunque escasos, acuden de nuevo a la costa dálmata aprovechando la oferta ventajosa de los mayoristas merced al desalojo paulatino de las pensiones y albergues ocupados pasajeramente por los fugitivos de la limpieza étnica. Tumbados en la playa o al borde de las piscinas de los hoteles de tres o cuatro estrellas, ¿pueden ignorar lo que ocurre a cien kilómetros de distancia? ¿Consagran al menos un pensamiento fugitivo a esa diáspora de centenares de miles de personas sin rumbo, bombardeadas por sus ex conciudadanos y privadas cruelmente,de toda salida o refugio? Su indiferencia sauria o reptil ¿no es la misma que acogió en 1939 en las playas de Argelés a los republicanos españoles agotados y hambrientos, hacinados tras las alambradas? ¿Sabían aquellos franceses que negaban un cántaro de agua a los derrotados y hacían muecas de asco a hablar de los rojos, que el fascismo triunfante en la Península se adueñaría un año después de su propia patria y pagarían así las consecuencias de la política de no intervención, del cínico cruzarse de brazos ante la República avasallada?

En el hotel de Split adonde me conducen mis compañeros Alfonso Armada y Gervasio Sánchez, avezados ya a los sucesos sangrientos y lances surrealistas comunes hoy en la abolida Federación Yugoslava, me detengo a leer las ofertas destinadas a los periodistas que cubren la información en la prensa europea y norteamericana: "Autoprotección para Bosnia. Alquile su propia seguridad". ¡Una empresa alemana de vehículos blindados brinda una amplia gama de modelos, desde un opulento Mercedes Benz 500 y un Opel Senator a un modesto Volkswagen! La lista de precios no figura por desdicha en la esquela anunciadora.

El retraso del vuelo de Roma me impide viajar con mis amigos. Debo esperar el día siguiente para sacar mi tarjeta de prensa en la oficina de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas (Unprofor) y embarcarme en el avión militar francés que carga y descarga la ayuda humanitaria en el puente aéreo de Sarajevo.

Aprovecho el tiempo libre para recorrer el recinto amurallado del palacio de Diocleciano, patear las hermosas callejas de Tragir, subir a uno de los montes que domina la bahía de Split y atalayar desde allí las islas de la costa dálmata, tendidas como caimanes o hipopótamos a flor de agua, cerrando el horizonte marino.

En el camino de regreso al hotel, pregunto al chófer de taxi, con quien me entiendo en italiano, donde podría entrevistar a los refugiados de Bosnia-Herzegovina.

"En el hotel mismo", me dice. "Las monjas les distribuyen por la mañana paquetes de comida".

"¿A los musulmanes también?".

"Esta es una ciudad limpia. Su presencia alejaría a la clientela. En Split no los queremos".

"¿Adónde quiere usted que vayan?".

"A Turquía o a Libia. Por mí pueden irse al infierno".

Me encierro en la habitación y zapeo el programador hasta dar con un noticiario informativo croata, consagrado -ioh, divina sorpresa!- a las actividades, discursos y audiencias diarios del genial presidente Tudjman.

¿Es el poderoso efecto hipnótico del programa o la fatiga acumulada durante el día? Por primera vez en muchos años me duermo con la luz encendida.

*Estos ejemplos de la barbarie reinante en Bosnia han sido espigados del conmovedor testimonio Les bosniaques, de Volivar Colic, escritor bosnio refugiado en Francia.

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