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La faIsa izquierda de los 'aparatos'

Personas que aprecio mucho en lo personal y respeto en lo político me, pidieron firmase un manifiesto en favor de una coalición PSOE-IU. Como conocían mis esfuerzos de los años ochenta, por lo demás todos baldíos, por potenciar un ala de izquierda dentro del PSOE, no salían de su asombro cuando, con harto pesar, pero por una mínima coherencia por mi parte, me comporté de forma muy distinta a como esperaban. No puedo evitar romper de vez en cuando los esquemas en los que pretenden encajarme.En efecto, no podía recomendar públicamente una coalición que en la relación actual de fuerzas me parece, no sólo muy improbable -lo que cuenta poco, ya que la izquierda se distingue precisamente por la defensa de causas aparentemente perdidas- sino además poco deseable, y éstas sí que son palabras mayores.

Pese a lo tentador que resulta dejarse llevar por las etiquetas y tomar el rábano por las hojas, el hecho es que la mayoría que domina en Izquierda Unida y, desde luego, la que en el PSOE acaba de definirse de izquierda, de ningún modo deben confundirse con la izquierda renovada que tratamos de inventar. Una es la ideología sedicente de izquierda de los aparatos, que les da coherencia y les sirve de autoprotección, y otra muy diferente, la izquierda transformadora que, al insertarse en la sociedad, diluye democráticamente los aparatos.

Más grave aún, esta confusión destruye, o por lo menos retrasa, el surgimiento de una izquierda nueva.

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Anguita puede enorgullecerse de haber servido de freno a la reconversión de IU en una izquierda acoplada a las nuevas circunstancias. Su gran mérito consiste en haber mantenido en el congelador al viejo aparato del PCE y utilizarlo para erradicar cualquier veleidad renovadora que descubra en sus filas. Pese a que al hacerse cargo de la secretaría general dispusiese ya de un instrumento potencialmente tan valioso como Izquierda Unida, desperdició unos años decisivos y ocurrió lo inconcebible, que el partido comunista fuese prohibido en la antigua Unión Soviética cuando todavía no se había disuelto en España.

Durante lustros, los partidos comunistas de la Europa occidental constituyeron el obstáculo principal a una renovación de la izquierda. Aunque en el mundo de hoy parezca increíble, este triste papel lo sigue desempeñando el PCE en España. La izquierda española siempre ha llevado decenios de retraso respecto a la evolución de los acontecimientos, pero en momentos de crisis profunda, como los actuales, tamaño desfase resulta sencillamente aniquilador.

En la pasada campaña quedó otra vez de manifiesto el talento político de Anguita. Empeñado en salvar las esencias, se coloca voluntariamente en la otra orilla, la de la retórica vacua en la que se entremezclan irresponsabilidad con utopías borrosas. Llevado de esa mezcla de incompetencia y pretenciosidad que le caracteriza, incomprensiblemente renuncia a proponer un giro moderado a la izquierda -el único posible- desde el reconocimiento de que sólo se podría conseguir en coalición con el PSOE. Si, en vez de recurrir a los viejos métodos democráticos del partido para cargarse a los pocos que apostaban por una renovación dentro de sus filas, el lema electoral de IU hubiera sido "Juntos ganamos", acompañado de un programa realista, muy otros hubieran sido los resultados.

No parece de recibo pedir una coalición con la persona que se ha cargado una buena oportunidad de reconstruir la izquierda y con ello reforzar al viejo aparato del PCE, que, al fiar su mejor garantía de sobrevivencia en protegerse del exterior con una retórica seudoizquierdista, ya hizo todo lo que estuvo en su mano para que no cuajara la coalición que hoy algunos propugnan.

Si lamentablemente IU no es en el fondo más que un disfraz del viejo aparato comunista, interesado únicamente en una sobrevivencia residual, en el caso de que hubiera fraguado la coalición, la izquierda que hubiera dominado en el PSOE es el mismo aparato que durante el último decenio ha manchado sin piedad cualquier intento de recuperar una política de izquierda. Si para sobrevivir el aparato comunista necesita encerrarse en sí mismo, proclamando que tiene la verdad histórica -lo malo es que de ello pocos se percatan-, la perpetuación del aparato guerrista obedeciendo sin ideología, aunque sí con beneficio personal, precisa de una nueva identidad de izquierda. Los mismos que portaron los maletines o idearon las filesas, los mismos que organizaron la persecución de los sindicatos -hasta iban a organizar sus propios cuadros en las empresas- y no tuvieron reparo en comparar el 14-D con la huelga revolucionaria del 31, los mismos que excluyeron a todo al que se atreviera a hacer un guiño que no estuviera programado, se presentan ahora como los defensores del debate libre sin exclusiones, portadores de un mensaje de izquierda.

La credibilidad política depende de una trayectoria que refleje unas convicciones. Solchaga, por ejemplo, cuenta con esta credibilidad, porque a nadie engaña, tanto en lo que opina como en lo que pretende, y aun cuando disienta de él en muchos puntos esenciales y crea que su política económica, a la búsqueda del ahorro extranjero con el señuelo de una peseta sobrevalorada y unos intereses altos, tuvo costes enormes para la productividad y el desarrollo industrial de nuestro país, merece, sin embargo, respeto por su claridad y coherencia. Al fin y al cabo, de ningún modo descarto que el equivocado pueda ser yo. El debate entre posiciones socialdemócratas y social-liberales continúa abierto y son muchos los prejuicios de una y otra parte que habrá que erradicar. Lo que resulta insoportable es haber tragado carros y carretas para mantenerse en el machito y luego decir que en el fondo uno era un izquierdista reprimido.

Cualquiera que conozca los aparatos comunista y guerrista -sin duda, el segundo mucho más duro e inflexible, por haber tenido mucho más poder- ha de temblar ante la mera eventualidad de que se hubieran hecho con el Gobierno. Porque lo que desde un principio estaba claro es que si hubiera habido la más mínima posibilidad de que se produjese esta coalición, nada iban a pintar los únicos que la diseñaron a tiempo y con credibilidad, Izquierda Socialista y los renovadores de IU.

Tal como están las cosas -y un proyecto hay que juzgarlo, no tanto por su discurso, como por su contexto real-, de buena nos hemos librado al no haber salido la coalición de los aparatos. Lejos de haber perdido la oportunidad histórica de dar un giro a la izquierda, creo más bien que nos hemos salvado de que el tan cacareado giro se hubiera empantanado en un populismo tan corrupto como ineficaz. Aunque duela, conviene decir las cosas como uno las ve. Después de lo acontecido y teniendo en cuenta quiénes hubieran sido los gestores, la coalición PSOE-IU podría haber supuesto un golpe mortal a la posibilidad misma de que un día no muy lejano pueda surgir una izquierda renovada que haya aprendido, por un lado, la dura lección de este siglo, y sea capaz, por otro, de encontrar respuestas a los problemas, bien distintos, del próximo. Con la coalición de los aparatos, la posibilidad, ya de por sí tan remota, de que hubiera una izquierda en España, se hubiera evaporado para largo.

Ignacio Sotelo es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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