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Oraciones metro a metro

Juan José Millás

Cogí el metro en Canillejas, me senté y fui pasando las estaciones con expresión devota. Torre Arias, Suanzes, Ciudad Lineal, Pueblo Nuevo, Quintana, El Carmen, Ventas... Si entre túnel y túnel vas repitiendo el nombre de las estaciones con los ojos cerrados, la retahíla acaba transformándose en una oración. Por lo menos, eso es lo que le decía el tipo que iba a mi lado a un discípulo pálido.Los miré de reojo y vi que bajaban los párpados y comenzaban a susurrar: Diego de León, Núñez de Balboa, Rubén Darío, Alonso Martínez, Chueca... Cuando llegaban a ópera, empezaban otra vez por Canillejas, y la cosa sonaba como un salmo que te iba apartando de las miserias de este mundo. De súbito, abrieron los ojos y se quedaron mirando al vacío.

-¿Qué has visto? -preguntó el maestro.

-No sé, un rostro. San Juan Bosco, quizá.

-Cuando has abierto los ojos, no; cuando los tenías cerrados.

-¡Ah!, me parecía que iba en un tren que recorría la semana, cada día era una estación.

-¿Y qué pasaba?

-Nada. Bueno, sí: el lunes ni te lo cuento, pero en el martes estaba mi viejo con un chica joven. Cuando iba a entrar, se cerraban las puertas y mi viejo se quedaba mirándome con pena mientras nos alejábamos en dirección al miércoles. Allí estaba mi vieja, que entraba y me preguntaba por papá. Cuando le decía que lo había visto en el martes se ponía a llorar, porque, por lo visto, no salen trenes para volver al martes hasta el domingo. No le conté lo de la chica, claro.

-Tonterías, no ves más que tonterías. Tienes que concentrarte más. A ver, vamos a repetir la letanía básica, empiezo yo: Begoña, Herrera Oria, Lavapiés.

-Esperanza, Valdeacederas, Tetuán.

-Cuzco, Cuatro Caminos, Opañel.

-Campamento, Guzmán el Bueno, Concepción.

-Bien, y ahora repítelo todo entero tú sólo en voz baja a mucha velocidad.

-¿Y qué es lo que tengo que ver?

-Arquetipos, imágenes telúricas, guerreros.

-O sea, El señor de los anillos.

-Para eso hemos bajado a las profundidades, porque para donde íbamos nos venía mejor el autobús.

El discípulo pálico se concentró y al rato tuvo que confesar que no conseguía ver otra cosa que no fueran los días de la semana.

-Si tuviéramos una papelina -se lamentó.

-Déjate de papelinas, eso está bien al principio, para expandir la conciencia, pero nosotros ya estamos expandidos.

-Pues no sé. El caso es que esta vez no he visto a mi viejo en el martes ni a mi vieja en el miércoles y ahora estoy preocupado. Así no puedo concentrarme.

-¿Has mirado en el jueves?

-En el jueves no ha parado esta vez el tren, no sé por qué. La estación estaba oscura y sucia, como deshabitada.

-A lo mejor era una estación de Berlín Oriental. Antes se veían así, tapiadas.

-Yo nunca he estado allí, así que no sé cómo eran.

-Eso no puedes asegurarlo; yo un día cogí el metro en Pirámides y salí en San Sulpicio, que está en París.

Cerré los ojos y recé entera la línea 4, que me gusta mucho. Entonces tuve a visión de los días de la semana y me pareció ver, en el domingo, al padre del muchacho pálido con una chica joven, pero cuando abrí los ojos para decírselo habían desaparecido.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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