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Tango

Escuchad cómo llega la noche en un tango. Un lienzo de humo cubre los edificios de la ciudad y esa música sola, sin voz alguna, viaja como una flecha encendida atravesando muros, doblando las esquinas broncas, desplomándose sobre la cubierta de los barcos fondeados en los puertos. No hay música más urbana que el tango. Nada en ella evoca a los pájaros, ni al paréntesis de fiesta en la labor rutinaria de los hombres sobre los campos, ni al helado silbido del viento que bate las arboledas y riza el lomo del agua en los caudales. No hay plantaciones de algodón, ni de caña, ni maizales; ni pueblos blancos con gitanos canasteros anudando los mimbres del grito; ni valles de ejemplar solvencia poética por donde atraviese el son de amores desdichados. No hay églogas.La música de la ciudad, tan sólo y fríamente: desconchados, cristal, acero, avenidas anchurosas fileteadas de neones. A veces, un hombre entre las notas. Un hombre que fuma desoladamente, ya muy tarde. A veces, un perfume, un olor de ciudad flotando por sus alrededores: un cuarto de bencina, otro de alcohol noble, otro que filtran dos cuerpos abrazándose, un último cuarto el que trae la llovizna pulverizando las calles. Tango de final de siglo, descompuesto, candente. Los argumentos ya fueron demolidos: aquí yacen cabareteras, navajas y burlados. Sólo queda en pie el tema de una música que indaga y no duerme, que repta por las ciudades apoderándose de nuestro aliento y que luego, de pronto, un golpe en el espejo nos lo devuelve. Somos esa música que vadea el siglo.

El bandoneón del gran César Stroscio, que anduvo en tiempos con el Cuarteto Cedrón y que ahora marcha solo, está de gira por España.

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