Población activa femenina y eficiencia económica
La incorporación de la mujer a la población activa en los países desarrollados es, sin duda, una condición suficiente para el incremento de la eficiencia económica; aún más, no es posible una asignación óptima de los, recursos sin la incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo. Desgraciadamente, aunque estas afirmaciones requieren poca explicación desde el punto de vista económico, no forman parte del conjunto de valores socialmente aceptados.Este artículo tiene un doble propósito; por un lado, analizar la correlación positiva entre eficiencia laboral y participación de la mujer en el mercado de trabajo, por otro, explorar las razones por las que la sociedad no acepta dicha participación e incluso, a veces, la rechaza, renunciando así a uno de los caminos más adecuados para el aumento de competitividad de las economías. Por último, se hará una reflexión acerca de los beneficios que tendría para la economía española la expansión de la oferta de trabajo femenino.
Capital y despilfarro
La población femenina tiene un nivel de formación similar al de la masculina en los países desarrollados, por lo que la exclusión de este capital humano del proceso productivo supone una mala asignación de -los recursos disponibles. En este sentido, los obstáculos a la participación femenina suponen un despilfarro para las economías; la situación es equivalente a la de un país rico en recursos naturales renovables en el que, tras invertir cantidades fabulosas para su aprovechamiento, le decidiera, por creencias religiosas o históricas, prohibir u obstaculizar la utilización de dichos recursos.Es cierto que la disponibilidad del capital humano femenino no significa que, efectivamente, dicho capital tenga que ser utilizado en su totalidad; ello dependerá de las formas de organización económica y, en el caso de las economías de mercado, de la demanda de trabajo -tanto masculina como femenina- que sea capaz de generar el sistema productivo.
Precisamente, es la incapacidad de los sistemas productivos para absorber toda la mano de obra disponible una de las razones por las que parte de la sociedad rechaza, o no acepta, el aumento de la participación femenina en el mundo del trabajo. Muy al contrario, cuanto mayor sea esta última, las empresas tendrán mayor capacidad para elegir los recursos humanos más adecuados a sus necesidades, lo que redundará en beneficio de la eficiencia y la productividad del sistema.
Por supuesto, es importante la incidencia del aumento de la población femenina sobre la distribución personal de la renta y la riqueza, pero distinguiendo siempre entre efectos sobre la distribución y sobre la eficiencia; sólo estableciendo esta diferenciación la sociedad podrá elegir de manera racional sus prioridades. En lo que respecta a los efectos distributivos, cabe destacar dos: la repercusión sobre el paro masculino y sobre los salarios reales.
Está claro que, puesto que el capital humano disponible está igualmente distribuido entre hombres y mujeres, el aumento de la oferta de trabajo derivado de la entrada masiva de la mujer en el mercado de trabajo se traducirá, al menos a corto plazo, en un aumento de las tasas de paro masculino. Este fenómeno genera, sin duda, más tensiones sociales que la inactividad semivoluntaria de las mujeres; la sociedad no rechaza a la mujer laboralmente inactiva. Esta actitud social tiene poco que ver con la eficiencia económica y mucho con una distribución de funciones, bastante arcaica, entre hombres y mujeres en la sociedad. Por otra, parte, si tenemos en cuenta que el paro masculino tiene prestaciones de desempleo financiadas por los presupuestos del Estado, aparece otro ingrediente: el Estado tiene que aumentar los gastos públicos para hacer frente a dichas prestaciones. Debido a esto, algunos concluyen que la economía no sería capaz de soportar un aumento de paro masculino, luego tampoco sería conveniente, desde el punto de vista económico, un incremento masivo de la población activa femenina.
Tensiones sociales
Estos dos componentes -aumento de las tensiones sociales y del gasto público- deben ser tenidos en cuenta a la hora de estimular un cambio estructural, pero no justifican la renuncia al aprovechamiento óptimo de los recursos disponibles, ni el despilfarro de la inversión en capital humano femenino que realizan nuestras sociedades cada año.Porque, ¿cuáles serían las repercusiones en la economía de un aumento de oferta de trabajo femenino? Con toda probabilidad, en una economía de mercado, incluso con un mercado laboral poco flexible, presionará a la baja la tasa de crecimiento de los salarios reales, lo que, a su vez, es probable que aumente el nivel de empleo y, por tanto, la producción de bienes y servicios. Al mismo tiempo, favorecerá a los jóvenes y mujeres que se encuentran en situación de desempleo, frente a aquellos que están empleados. En cuanto a la distribución personal de la renta, es casi seguro que mejorará, aunque habrá un grupo que verá reducida su participación en la renta y la riqueza. Este último grupo, formado principalmente por hombres adultos, tiene una fuerte influencia social, por lo que no es de extrañar el rechazo a la eliminación de los obstáculos para la incorporación de la mujer al trabajo.
Sin embargo, y a pesar de las resistencias, en la economía española, embarcada en un proceso de convergencia real y nominal con Europa, existe una oportunidad única para que la sociedad aborde un proceso de incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo.
Como es sabido, la renta per cápita de una economía es el resultado de multiplicar la renta generada por cada empleado por el número de empleados y dividir todo ello por el total de la población del país. Como este último dato está dado por la evolución demográfica, existen dos alternativas para aumentar dicha renta per cápita: aumentar la renta por empleado o aumentar el empleo. En nuestro caso, la renta por empleado es menor que la de los países más avanzados de Europa, aunque muy próxima a la de Inglaterra. Sin embargo, la proporción de población empleada es mucho menor, no sólo porque es mayor la tasa de paro, sino también porque es menor la proporción de personas activas sobre el total de la población.
La convergencia real, es decir, la igualación de la renta per cápita española con la de los países más desarrollados de Europa, se logrará con más rapidez haciendo, en primer lugar, el esfuerzo de aumentar el empleo para, en una segunda fase, abordar el aumento de la productividad por trabajador. En otras palabras, se trata de aprovechar los incrementos potenciales de productividad derivados del proceso inversor, aumentando el. empleo en lugar de aumentar la productividad, pero esto sólo será posible si los salarios reales crecen menos que la productividad del empleo actual.
Tiempo parcial
En consecuencia, la convergencia real se favorecerá con todos aquellos mecanismos que faciliten la reducción de las tasas de crecimiento de salarios reales; entre ellos están la flexibilización del mercado de trabajo y el incremento de población activa. Una de las herramientas de flexibilidad del mercado de trabajo es el trabajo a tiempo parcial, cuya utilización es más fácil con una mayor disponibilidad de mano de obra, lo que a su vez favorecerá la incorporación paulatina de nuevas mujeres al mercado de trabajo. La sociedad española no debería sacrificar la oportunidad de acelerar su proceso de convergencia real con Europa en aras de la defensa a ultranza de aquellos grupos sociales que ahora tienen empleo, olvidándose de aquellos otros que nunca han tenido acceso al mercado de trabajo.
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