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El Madrid desborda a un lastimoso Sevilla

Santiago Segurola

El fútbol en estado puro fue interpretado por Hagi, Michel y Butragueño en apenas cuatro segundos, cuando se despedía la primera parte. Los tres futbolistas conjugaron talento y decisión para definir la esencia de este juego: la clase triunfa por encima de todo. Echado sobre la posición de Chendo, Hagi se atreve con un pase fantástico, uno de esos ejercicios de riesgo que marcan el estilo del rumano. Es una parábola preciosa que vuela 50 metros sobre el callejón del ocho y encuentra a Michel, ya perfilado hacia Unzué. Michel amasa la pelota y la coloca en el suelo con un sólo toque. Luego levanta la ceja y observa la carrera de Butragueño hacia el palo largo. La rosca sale perfecta y allá aparece El Buitre como un tiro para empujar la bolita. Toda la sencillez y la dificultad del fútbol en cuatro toques.La jugada explica un partido que fue levantado por el ingenio de los buenos futbolistas. El Sevilla retrató la pobre condición del fútbol español. Llegó a Chamartín como todos los años, con fama de equipo solvente. Salió como siempre, con una derrota contundente y con una pinta muy deslavada. El Sevilla no tiene carácter, ni confianza en su juego, ni apetito para batirse por algo grande. Es la historia cotidiana del campeonato español desde hace treinta años. La selección sólo es el altavoz de esta mediocridad.

El. Madrid se vió fortalecido por las concesiones del Sevilla y por los múltiples detalles de Hagi, Butragueño y Michel. Pero el Madrid esconde aspectos decepcionantes en su organización. La distancia entre las líneas es notable; la densidad de jugadores en algunas parcelas en innecesaria; el uso de algunos futbolistas es muy pobre. Luis Enrique, por ejemplo, jugó la mayor parte del encuentro por detrás de Hierro, como un lateral izquierdo. Todo el trabajo de Luis Enrique era ocuparse de Cortijo. ¡De Cortijo! Luis Enrique es un especialista del área. Por eso ha llegado al Madrid. En pocos meses, habrá perdido el rumbo y se convertirá en un obscuro operario en busca de los Cortijos de este mundo. La realidad es que el Madrid sólo presenta a Butragueño como delantero. Luis Enrique es un puntero nominal y un defensa en toda regla.

El Sevilla sólo duró nueve minutos en el partido. Llegado a ese punto, Michel entregó mal una pelota que cayó en poder de Conte. Su pase a media altura salió para Zamorano, que ejecutó un quiebro monumental ante Rocha. El chileno recortó y se vio libre ante Buyo, que lo derribó. Era penalti y expulsión, pero el árbitro se hizo el interesante. Dijo que no y siguió feliz con su pito.

El suceso no justifica el desplome del Sevilla. Su juego estuvo a la altura de anteriores desastres, donde no intervinieron los árbitros. Su defensa fue vulnerable por todos los frentes y los medios se ocuparon de perder balón en cada pase, aspecto en el que sobresalió Marcos, uno de los tipos más peleados con la pelota que ha visto Chamartín. Y todo esto con una flojera de ánimo espectacular. El Sevilla estuvo más por la patada que por la convicción en el juego. El Madrid aprovechó las concesiones con una serie continua de oportunidades. En el plazo de 20 minutos, Unzue sacó de la escuadra un tirazo de Hagí y una rosca envenenada de Michel desde el lateral izquierdo del área; Martagón despejó en la línea de gol un cabezazo de Hierro y más tarde Hagi estuvo a punto de terminar su carrera en el Madrid con una jugada caótica: recibió un pase profundo de Michel, se quedó sólo ante Unzué y de repente perdió el balón por marcarse un recorte lamentable. Luego se reconcilió con la hinchada y con el buen fútbol. Propició los tres goles del Madrid, remató la pelota al travesaño en la segunda parte y deslumbró en algunos lances.

Ése es Hagi: un problema y una bendición para el Madrid. Es un jugador desordenado, heterodoxo, con una propensión irrefrenable a liarse con la pelota. Nadie le defenderá por su sensatez. Pero su otro lado no es broma. Hagi es capaz de resolver un partido en cualquier instante, incluso en sus peores tardes. Y por lo general acostumbra a meterse en cuatro o cinco ocasiones decisivas por partido. Frente al Sevilla tuvo unas de esas noches. Y algo parecido ocurrió en Bilbao, aunque nadie se percatara del asunto. Es el sello de un jugador que nunca será capaz de juntar su tremendo talento con el sentido común. Ahora mismo este problema pone en peligro su futuro en el Madrid.

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