Mecer la cuna y sacudir el sistema
LA ELECCIÓN de Mary Robinson como presidenta de Irlanda el pasado viernes es un hecho de significación profunda para sus ciudadanos y completamente satisfactorio para la causa ,"el progreso y la libertad. Cuando en 1986 se rechazó en Irlanda por referéndum la introducción del divorcio, el primer ministro Haughey dijo que el país se había inclinado decididamente por "un tipo de sociedad" muy definido; es decir, marcado por la identidad del Estado con la Iglesia católica. Cuatro años más tarde, Mary Robinson ha echado por tierra esta presunción.La nueva presidenta accede a un cargo sustancialmente honorífico en representación de un partido minoritario (Fiana Gael), tras derrotar al candidato del Fiana Fail, la formación mayoritaria del primer ministro Haughey. Que ello haya ocurrido es, sin duda, más importante que e.. impacto inmediato de las tareas que pueda desempeñar en el futuro esta joven política: es una lanza rota en pro del progreso y de la paz, del apartamiento de las trabas morales insoportables que han hecho de la irlandesa una de las sociedades más atrasadas del continente.
El éxito no habría sido posible sin los votos tránsfugas de numerosos irlandeses y, sobre todo, de una sólida mayoría de mujeres. Un apoyo femenino que resulta, sin duda, revolucionario: en palabras de la nueva presidenta, las mujeres irlandesas, "en vez de mecer la cuna, han sacudido el sistema".
Mary Robinson se enfrenta ahora con la tarea, más moral que práctica, de convencer a la sociedad irlandesa de que, para progresar, debe acabar de una vez por todas con los tabúes que la lastran. El radicalismo, valentía y firmeza de sus convicciones hacen de ella una luchadora idónea en los dos temas más trascendentales con que se enfrenta la República de Irlanda: la separación de Iglesia y Estado y la consecución de la paz en el Norte.
Es evidente que el trasfondo de ambas cuestiones es confesional. El control ejercido por la jerarquía católica sobre la familia en cuestiones tan esenciales como el aborto o el divorcio -aunque el nombramiento del nuevo primado, el cardenal Daly, puede contribuir a relajar las tensiones- y la intolerancia de la mayoría de los irlandeses en la implacable pelea que divide a católicos y protestantes en torno al futuro de Irlanda del Norte son otros tantos cerrojos puestos a la puerta que se abre sobre el futuro.
Desde hace décadas, el terrorismo del IRA, con el complemento idóneo de la intransigente actitud de los extremistas protestantes que se enfrentan a él, ha conseguido complicar y frenar la solución de un problema enquistado (la minoría católica que quiere la unión del Norte con Irlanda contra la mayoría protestante que quiere que siga formando parte del Reino Unido). Y si en 1993, por obra del mercado único, caerán inexorablemente las fronteras entre estos dos socios comunitarios, el encono de los sentimientos y la sangre seguirá en pie, a menos de que la sensatez de una persona ajena a banderías estériles consiga que triunfe el buen sentido. Es posible que Mary Robinson tenga, con la fuerza moral que le da su triunfo, la llave que abre la vía de solución de estos problemas.
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